lunes, 31 de diciembre de 2007

Propósito de año nuevo

Fotografía: Flotando. Mood Dragon. http://www.flickr.com/photos/pintomarquez/2090887397/

Se escucha en la radio: ¡Faltan cinco minutos para las llegada del año nuevo!. En medio del estrepitar de los cohetones y el jolgorio familiar, Marisela pregunta.

—Ramiro, después que incendiaste el dormitorio por quedarte dormido con un cigarrillo encendido ¿imagino que tu propósito de año nuevo será dejar de fumar?

—¡Nooo!... te equvocaste. Dormir en el banco de la plaza. Lo que me preocupa es que la corriente de aire me pueda ocasionar una neumonía.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Regalo de Navidad

Fotografía: Jeune femme au téléphone. ALAIN BACHELLIER http://www.flickr.com/photos/alainbachellier/297322904/

Luces brillan por toda la ciudad. La Cruz del Ávila con intensidad resplandece sobre el valle de Caracas brindando un aire de alegría navideña a la capital. Sin embargo para Ismael fue premonitorio aquel atardecer de diciembre en el bulevar de Sabana Grande. El destino lo colocó en el sitio, el día y la hora justa para ser desafortunado testigo de aquella miserable y fútil traición que le arrebataría el amor preferente que por tantos años había cultivado.

El encuentro no fue casual, ella acordó el sitio y la hora de la cita. Vidrieras, luces y un ambiente lleno de San Nicolás, renos, y algodón simulando la absurda nieve tropical hacían patente la alegría de Sophia al ver las posibilidades de realizar su anhelo. El verde salvaje de sus ojos brillaba cual gema refractando su luz. Se vieron, entrecruzaron intensas miradas de fuego como centellas resplandecientes en la negra noche. A ella, su actitud la delataba, le afloraba el deseo de tenerle entre sus manos, hablarle, escucharle. Ismael la observaba, y ante tal escena, sintió gotas de sudor frío. Lentas y sigilosas bajaban por la morena piel de su frente. Absorto quedó ante desagradable instante. El dolor, la rabia y el miedo de perderla hicieron que se mantuviera oculto, vigilante de sus acciones.

A fin de cuentas, fue Sophia quien decidió y eligió. Su rival ganó esa batalla, sí, sin duda alguna. Se percató que era colosal luchar contra su elegante y sobrio estilo, del dominio de la tecnología, el brillo de lo nuevo, la tentación de lo inexplorado, lleno de energía y de esas maneras tan particularmente musicales de llamar su atención. Le brindó el placer a su ego de desgarrar su bien presentado velo de virginidad. Cayó en la red, la sedujo al punto de convertirla en una incondicional de su propia necesidad. Hizo de sus gráciles y finos dedos, esclavos para satisfacer el hambre de caricias sobre el pecho esculpido como un súper héroe musculoso.

Un intruso que llegó para destruir la intimidad con el eterno ir y venir de cotilleos y tertulias inútiles. Apegado a ella, se hizo presente en los momentos menos apropiados, fueron tres; en la cama, en la cena, en el cine, en los aniversarios.

Por él, ella desplazó su atención y su prioridad que en una época le perteneció.

Y a pesar que lo despreció y detestó, ahora los entiende y gracias a la Navidad en la que debemos reconciliarnos hasta con uno mismo, se hizo un obsequio.
Donde fueron tres, ahora son cuatro.

—Sophia, no puedo atenderte, tengo una llamada en espera, en quince minutos te repico.

martes, 11 de diciembre de 2007

DOLOR

Fotografía: Dolor. FRANCISCO PEREIRA

Decisión de verdugo semblante, oscura, lastimó, causó el agudo dolor que le arrincona el alma desnuda en una esquina de su corazón vacío. En soledad las gotas cristalinas, tibias, le golpean sin cesar, intentan penetrar su cuerpo, está seco. Como lágrimas silenciosas se escurren por la impermeable piel. Le consuela sus brazos, el pecho se oprime al no escuchar la afable voz, sentir su aliento.

Duele el silencio árido, mudo desierto estéril que sofoca, atormenta y castiga. Abate la reminiscencia, no percibir el destello de sus ojos, ni sentir la tersura de sus manos.

Duele el fulgor de las mañanas que recuerda día a día el desamor no deseado.

Duele la soledad, olvido frío por la distancia. Intenta acortarla mientras el pensamiento transita por los caminos del sentimiento en búsqueda del rostro perdido en las sombras ásperas de las rocas.

Duele esa vacuidad infinita, en la que reverbera el eco interno, perpetuo.

Duele la punzante pérdida, saber que nunca jamás ha de compartir ese sentir que lleva consigo. Sufre su entraña por las raíces que hurgan y se alimentan de recuerdos floridos sembrados uno a uno por besos de furia. Hinca el dolor afilado, intenso, profundo, que no aquieta la lira de Orfeo.

Duele el sabor que evoca el caldo rubí en la copa inundada por los vapores de su cuerpo. El pesado hilo gris fatigado del cigarrillo delinea el perfil mil veces acariciado, flota y lento se desvanece, determina la ausencia.

Duele obligarse a que sus recuerdos no le encuentren. El dolor por amar y no ser correspondido encarna lo profuso que se ama.

Duele lo que el tiempo intentará mitigar.

Es conocerse…, es ¿estar vivo?

viernes, 7 de diciembre de 2007

Una pancarta vale más que mil palabras

Fotografías: FRANCISCO PEREIRA G. panchoper@gmail.com
El tiento de manos de Miguel iba indagando curioso el asfalto de la avenida. El sol abrasador reflejaba destellos en sus lentes negros, de cristal oscuro. Escuchaba el bullicio de la turbamulta, su olfato agudo refrendaba el olor a cotufas. Unos pasos más adelante, pinchos de carne y pollo a la brasa. Los aromas se confunden, se solapan. Entre la multitud presumiblemente un cuello aguanoso en Carolina Herrera de alguna licenciada se mezclaba con el pachulí de la cocinera. Gritos, consignas, música, pitos, llegaban en diferentes direcciones como saetas a sus oídos. Tomado del hombro de Raúl, su hermano, disfrutaba de aquel colage que sus cuatro sentidos articulaba.

—Raúl paremos un rato.

— ¿Estás cansado, quieres sentarte, tomar agua?

—No, gracias— respondió. Giraba de manera leve su cabeza en diferentes ángulos, como si sus oídos visualizaran las escenas que acontecían en la avenida, y dijo.

— ¿Podrías leerme y describirme las pancartas que alcances a ver?

— No hay muchas y no son tan buenas como en otras manifestaciones.

— Aprende a ver, léelas y descríbelas, ellas son un resumen, dicen más que mil palabras. ¿Sabes algo? en este país hay unos que tienen sentido de la vista y no ven, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.








viernes, 30 de noviembre de 2007

SUNGLASSES con reflejos de... ¡NO!

Fotografías: FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

Para ganarse la vida honradamente hay que salir a la calle a buscar el dinero. El que se encuentra en la billetera de cuero adosada a la nalga sudorosa de cada caballero o en los bolsos que deambulan colgados en los hombros, rozando los turgentes pechos de las mujeres de esta ciudad. El objetivo es lograr el intercambio, la vida es un perenne trueque hasta para el amor. Eso era lo que pensaba Yorman cada día que salía a trabajar en la que él llamaba su empresa, la óptica “Sunglass Mira Lejos”.

Caracas es una ciudad convulsionada, de fuertes contrastes, llena de modernismo y atraso. La política es el pan nuestro de cada día, quien no esté enganchado con la revolución bolivariana, está con la oposición. División, verdadero logro de la gestión del gobierno. Es por esto que las numerosas concentraciones políticas son oportunidades nada despreciables para los empresarios informales como se autodenomina Yorman.

Es el día de la concentración de la oposición, miles de caraqueños se agrupan en la principal avenida de la ciudad, la Bolívar. Tienen como fin manifestar por el NO a la reforma constitucional, mañana lo harán los oficialistas partidarios del Si, y para Yorman es una buena oportunidad de vender lentes de sol. Son dos ocasiones que hay que aprovechar ante la cercanía de las fiestas de diciembre.

Yorman llegó a la avenida antes de la hora prevista para la multitudinaria manifestación. Con un pañuelo de fieltro y agua jabonosa limpió uno a uno los cristales de cada lente. Los colocaba con delicadeza en el curtido bloque de poliuretano desmedrado que comenzaba a transformarse en un ojo de mosca gigante.

La asistencia a la manifestación auspiciada por miles de estudiantes con sus manos blancas, se incrementaba cada minuto. Entre consignas; “¡Hay que marchar…, hay que marchar…, porque si no la CIA no nos va a pagar!” y el clásico grito de guerra con posteriores aplausos, para finalizar alzando las manos pintadas de blanco ; “¡Eeeestudiantes!...”

Con gorra azul curtida del Magallanes, recostado al tronco bajo la sombra de un árbol veía pasar el jolgorio.

Una joven de piel canela y cuerpo de escultura con atributos de Afrodita, se acercó, tomó unos lentes y le preguntó;

—Flaco, ¿qué valen estos?— mostraba un rictus afable.

Ante la cadera atrevida descubierta al sol y sonrisa menuda, siendo infiel a su principio de comerciante de que todo se vende, le respondió con obsecuencia;

— ¿Para ti?..., nada, muñeca.

Sus finas manos y uñas con una obra cinética que se tuteaba con las de Cruz Diez, se reflejaron en el broncíneo espejo del lente deseado. Lo tomó, se lo colocó con un ligero batir de su azabache melena y dijo;

—Gracias flaco, eres un amor.

Presumida, dio media vuelta y comenzó a perderse entre la multitud.

Perplejo, tomó su gran muestrario y emprendió la carrera tras aquel bluyín bajito, que mostraba las faldas del Monte de Venus que deseaba escalar. Su mirada seguía con atención el par de hoyuelos en la cadera que rítmicamente se perdía en la muchedumbre. La aglomeración le impedía alcanzarla, lograba en ocasiones descifrar su cabellera, o su blanca franela. Con dificultad se abría paso entre pancartas y gritos, “¡Y no, y no nos quitarán el derecho a protestar!”.

Permisos y disculpas, eran sus palabras, el gran ojo de mosca le impedía acelerar el paso.

—¡Coño no me empujes!— le gritó una señora tipo quincalla, ataviada con sombrero, franela, pulseras, emblemas, bandera tricolor y el cartel de rotundo NO! amarillo indignación.

Siguió en persecución de su fugitiva al mejor estilo de Sam Gerard, con la ansiedad y nerviosismo de un sabueso que persigue su presa. El muestrario de lentes sostenido en alto golpeó la cabeza de un moreno mal encarado, de brazos macizos y nudillos prominentes.

—¡Así No!— le dijo con voz imperativa — esta es una protesta pacífica pero si quieres aquí mismo te doy tu carajazo.

En el tumulto, miles de manos blancas se alzaban como si le solicitaran parar la persecución, anunciándole que todo estaba perdido. Ante el bosque de brazos insistía en el acecho de la chica que lo deslumbró y ni siquiera conocía su nombre.
Sin mediar palabras, ni saber su origen, recibió una bofetada de cuello vuelto que lo desubicó por segundos pero sin soltar la mercancía.

—Deja la rozadera carajo, ques ta vaina no ej bolero, ni te lo va ja llevá pa tu casa, ¡abusador!. A cuenta ques toy sin marío va ja vení abusá— con furia de hipopótama recién parida le espetó la prieta.

Ante la solidaridad por parte de los asistentes para con la señora, no le quedó otra que sobarse y seguir camino con la mejilla solferina.

—¡No joda…, esa carajita está buenísima!, como sea tengo que hablarle — obsesionado decía en su interior mientras pasaba el dolor moral. El sol extraía las gotas de sudor que corrían por su frente. El vaho que emanaba de la muchedumbre impregnaba su pecho y espalda.

La perdió de vista, se desvaneció, creía verla en las cabelleras negras, en cada franela blanca.

—Si no hubiera sido por este poco de lentes la alcanzo, la oportunidad la pintan calva y la perdí— dijo para sí con rabia.

Los discursos barbullantes que emanaban de los altavoces le aturdían. Colocó el muestrario de lentes en el piso y para lograr mejor visual se subió con destreza felina en un poste de alumbrado para otear entre miles de cabezas, banderas, cartelones y pancartas. El esfuerzo resultó inútil. Al bajar, se percató que alguien con mayor interés por los lentes los había desaparecido, como la morena de caderas memorables. Hoy no era su día.

Concluida la concentración, se sentó en un banco a ver pasar a la multitud que se retiraba. Alelado, con la mirada perdida entre miles de papeles, botellas plásticas vacías que rodaban por el piso, piernas alegres que caminaban por el asfalto y aturdido ante la estridencia de los pitos, parlantes y gritos, no hacía más que pensar en los ojos glaucos y la tersa pelvis de gloria.

Ensimismado entre el cansancio y la decepción, en estado de lasitud sintió unos golpecitos en la espalda, volteó repentinamente y era ella, no supo que decir. La visión le hizo sentir algo extraño, una sensación similar a un triunfo olímpico en cien metros mariposa.

—Flaco, ¿ puedes cambiarme los lentes?, me hacen doler la cabeza.

Disimulando la torpeza cometida durante su búsqueda, le contestó.

—Heee... los vendí todos, pero si quieres mañana nos vemos en la concentración del gobierno por el Si y te los traigo.

A lo que respondió contundente

¡NO!

Yorman sin perder momento, dijo.

—Entonces, me das tu número telefónico, te llamo y los llevo a tu casa.

Un segundo y rotundo ¡NO! fue suficiente para darse cuenta que había perdido el juego. En esta ocasión no habría trueque.

Culminaba la tarde con un cielo arrebolado, Yorman escaldado prestó atención como una mano fuerte, varonil rodeaba con deleite la cintura de ensueño, mientras se alejaban entre brincos gritando; “¡Y no..., y no…, y no me da la gana que mi constitución se parezca a la cubana!”

(Un inciso)
La felicidad me embarga al escuchar esta madrugada (3 de diciembre) de boca de la autoridad electoral, mascullar la sentencia de la victoria del NO a la reforma de la constitución. Un triunfo el cual tiene como significado que la luz de la libertad en Venezuela no puede ser apagada por la tiranía. Hoy es un día tan importante como el de la independencia del país, los venezolanos hemos dado un paso trascendente en madurez política, un grito a la necesidad de la tolerancia y rechazo a la violencia de cualquier manera que se exprese. Hemos negado un proyecto que no pertenece a nuestra idiosincrasia, un proyecto de expansión política por los países de América con un modelo obsoleto y caduco.

Un ejemplo a seguir en Venezuela y todos los países que temen por sus libertades y derechos es el que han dado y siguen dando los estudiantes. Luego del cierre abusivo de la televisora nacional RCTV (mayo 2007) los estudiantes han sido vigorosa, entusista punta de lanza de la protesta ideológica del país. Es por eso que ver saltar, gritar y llorar de alegría a los jóvenes universitarios que no llegan a los 25 años por el logro de su lucha, realmente me llena de orgullo y lo más importante para mi, sentir que mi hijo, Francisco Javier con sus siete años y mis sobrinos, tienen la posibilidad de un futuro promisor en esta tierra de gracia.

viernes, 23 de noviembre de 2007

El valor de una coma.

Fotografía: Mari Carmen Criado http://flickr.com/photo_zoom.gne?id=278363559&size=m

¡Sólo una coma!

El poder de su ubicación en la oración.

Lea y analice la siguiente frase:

"Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda".

Si usted es mujer, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra mujer.

Si usted es hombre, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra tiene.



domingo, 18 de noviembre de 2007

El redoblante de Mariela

Fotografía: EDUARDO MONTEPEQUE eduardo@permontarts.com
Visitar en: http://flickr.com/photos/8582249@N08/

Comienza la mente con el inquieto y constante repiquetear de las baquetas en el blancuzco y tenso cuero del redoblante, su pensamiento. Se mantiene distraída entre lo que fue y lo que pudo ser. La hora de armonizar cuerpo y espíritu, ha llegado.

Los pies están desnudos, firmes, arraigados al suelo. Franelilla ceñida al torso. Fina cabellera castaña recogida. Pecho abierto, hombros y cuello de tersa piel florecen al descubierto. Ojos de niña envueltos por sus párpados observan su jardín interior. Frente a su corazón, delicadas manos palma contra palma, dedos contra dedos, en mudra, centra y equilibra la energía que atesora. Inmersa en la verticalidad, Inhala, exhala, profundo y pausado, materia que canaliza para nutrir hasta los más apartados rincones de su ser.

La cadenciosa respiración es metrónomo que indica el compás musical de los movimientos corporales; lentos, rítmicos, limpios, seguros, impregnados de armonía. Inicia la sinfonía con los arpegios que brinda su cadera. Músculos, vértebras, ligamentos, con grácil concordancia se estiran, tensionan y contraen. Se activa la conciencia, cada axón de sus neuronas.

Las nacaradas perlas de sudor surgen espontáneas, resplandecen temblorosas a la luz de las velas, vibran, se deslizan en silencio cauteloso por la frente y entre sus pechos.

El final, que realmente es un comienzo, llega.

En Savasana, entrega pleno su cuerpo laso al universo. Escucha y siente la respiración, pulsan sus muñecas, no hay ayer, no hay mañana, para ella sólo existe ahora en el latir de su corazón.

El redoblante ha cesado en su repique.

domingo, 11 de noviembre de 2007

¡POR QUÉ NO TE CALLAS!...

Fotografía: http://flickr.com/photos/24293932@N00/496980189/


Valenzuela es el apellido de una familia acomodada que tenía un cerdo el cual no hacía más que comer y gruñir durante el día y la noche. Fue el regalo de unos amigos granjeros para los niños. Obsequio que haría del porvenir de la familia y vecindario todo un calvario.

Le dieron por nombre Hugüi. Sus ojos pequeños, una colita entorchada, un hocico cilíndrico y rosado conjuntamente con su boca le dibujaban una sonrisa sardónica. Distaba del célebre cerdito inglés de la pantalla grande, “Babe”.

¡Joinc…, joinc!, gruñó el cerdito en varias oportunidades demostrando sus cualidades futuras de comunicación. ¡Joinc…, joinc…, joinc! continuó sin parar el chancho.

Transcurrido el tiempo, los Valenzuela construyeron en el jardín donde cultivaban calas y gladiolas un corral para su mascota. El vecino, Juan Carlos, por intuir el futuro que se le aproximaba, se opuso y denunció ante las autoridades sanitarias la presencia del animal en una zona residencial, sin embargo, no contó con el apoyo de los vecinos y no logró evitar tal atrocidad.

El gruñir del cerdo con el tiempo se hizo más fuerte, repetitivo, latoso, no dejaba de emitir sonidos desagradables desde el amanecer. Su corpulencia iba en aumento por su propia angurria. El jardín donde hubo fragantes y coloridas flores se convirtió en un inmenso y nauseabundo corral, inundado por un charco negro, pegote repugnante en el cual Hugüi se revolcaba a placer.

Los Valenzuela veían como día a día su casa se deterioraba ante la presencia del nefasto animal. Sin embargo, en el vecindario muchos se hacían de la vista gorda ya que advertían en Hugüi; lomo, jamón, chicharrón, tocineta y pernil.

Juan Carlos, no soportaba la vaharada que emanaba del aposento del cerdo y menos aún los sonidos incesantes, eran estiletes que punzaban sus oídos. Ante su desesperación tomó una escalera, subió hasta el tope del seto de rojas cayenas y con rostro desmesurado, señalándolo como si fuese una persona, espetó:

— ¡Por qué no te callas!

Hugüi giró su corpulento cuerpo de tocino, le miró con los diminutos ojos hinchados por la manteca y respondió:

— ¡Joinc…joinc…joinc…!

Juan Carlos, mirándolo absorto caviló con un mohín en su rostro, se dijo;
Cerdo no llega a viejo y cada cochino tiene su sábado.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Un asunto de confianza

Fotografía: Remando en la Bahía panchoper@gmail.com

El día estaba despejado. Las rocas grises del malecón que protegía la bahía, convertía en brotes de blanca espuma las olas que le golpeaban. Un sol resplandeciente destellaba en las tranquilas aguas del puerto, ideal para remar. El padre propuso a su hijo realizar la aventura.

—Papi, vamos a remar en el bote, tú vas delante y yo detrás, así te guío.

Con ojos de ónice, bajó su mirada y con ella hurgando la angustia en la arena le respondió.
—Me da mucho miedo.

—Ten confianza en tu papá, nada te va a pasar— le aseveró Franco.

Luego de colocarse los chalecos salvavidas se hicieron al agua remos en mano.

El delgado bote plástico se abría paso en la bahía ante el impulso rítmico de los bíceps de Franco que impelían el agua de forma lenta. Pero la inocencia de los 6 años es audaz. El pequeño con voz segura y determinante le anunció que se lanzaría para nadar. El instinto de protección a su pequeño conllevó que el miedo se hiciera presente.

— ¡Cuidado, espera!

— ¡Papi me voy a lanzar!— repitió el niño.

Soltó de sus pequeñas manos el remo y sin tener la menor de las dudas se dejó deslizar suavemente a babor. La diferencia de peso hizo bambolear el bote. Al mismo tiempo las gotas cristalinas de agua saltaban alegres ante el chapoteo del pequeño. Al verlo seguro en el agua, la luz de la mirada y su sonrisa le decían a Franco;

—Papá, ahora ten confianza tú en mi.

lunes, 29 de octubre de 2007

Aroma de café

Fotografía: Vigilia. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

La cama es para compartirla. Giró media vuelta, extendió su brazo en búsqueda de dar protección a un pecho tibio, palpó la almohada, su mano resbaló sobre una superficie fría, plana, ya no estaba, confirmó una vez más que se había marchado.

— Intuí tu presencia sibilina, ¿qué haces allí, inmóvil frente a la cama?

—Tengo mis ojos presos en ti, te observo inmerso en la severa oscuridad.

—Por favor, otra noche no, ya es tarde. Advertirte indiferente me da escalofrío.

—No tengo sueño, me desagrada dormir.

— ¡Entonces márchate!, anda a deambular entre los faroles de las solitarias avenidas.

— Hoy no, necesito animar los vientos que soplan en tu mente.

— ¡Nunca cambiarás!. Vamos, alguna vez abandona tu arrogancia, es tarde, tengo tres horas desgarrando pasado, presente y futuro, no es tu compañía la que anhelo. Basta de hostigarme, abandona la insistencia, debo conciliarme con la horas en las en que realmente vivo.

—La sábana está caliente y ansiosa, sus pliegues rozan tu piel inquieta, disfruto de ello.

—Yo no, me perturba. No te hagas de rogar, abandona el dormitorio, comparte la oscuridad con las aves que seducen las sombras, vete al mundo de los muertos que ellos si desean abrazar tu vigilia. Yo estoy vivo, no te preciso a mí lado. ¿Entiendes que no te deseo?

—Esta noche mis brazos se hunden en ti para agitar el cieno que ha depositado el río de tus sentimientos.

— ¿Deliro?

—No

—Entonces, muéstrame tu rostro, déjame palparlo, sentirlo, para no alimentar esta ansiedad.

—Míralo en el reflejo de tu pensamiento. Reconócete y calmaras la ansiedad. No te duermas, aún no amanece, ya vuelvo, voy a tomar café.

Auque al sueño no se obliga, cerró sus ojos y deseó soñar así fuera una pesadilla antes de oler el aroma que le acentuaría el insomnio.

martes, 23 de octubre de 2007

El terreno escatológico

Fotografía: http://flickr.com/photos/xnelex/436817598/

Arístides es el dueño de un terreno que linda con su casa ubicada en la Urbanización el Prado de María. Todas las noches transeúntes y borrachos que frecuentan los botiquines de la zona, ante la necesidad digestiva que apremia al organismo, recurrían amparados en la oscuridad y ocultos entre el monte hacían uso del lote.

Molesto ante tal situación, decidió cercar el terreno para evitar el paso de los malvivientes y abusadores que tenían tan desagradable rutina. Sin embargo, la viveza criolla pudo más que el impedimento físico; le abrieron boquetes para entrar.

De fondo se escuchaba por la radio la impecable narración hípica del Alí Kan. Era domingo y jugaban su acostumbrada partida de dominó. Arístides comentó lo que le acontecía con el terreno, su compañero de juego y compadre Enrique le recomendó:

—Arístides, lo que tienes que hacer es ponerle luz a ese terreno, no seas pichirre ¡ilumínalo! y ya verás como no vuelven hacer uso de el en las noches. ¡Quién va a vaciar las tripas iluminao!

Tomó el consejo de su compadre, contrató a dos electricistas quienes colocaron un tendido de cables con bombillas. El terreno en su totalidad quedó alumbrado como feria de pueblo.

El domingo siguiente durante la rutinaria partida de dominó y a la altura de la cuarta válida del 5 y 6, Enrique le preguntó a Arístides.

—Compa, ¿y como le fue con la idea que le di de ponerle luz el terreno?

Le responde Arístides:

— Nooo… compadre, fue peor. Resulta que ahora son más los desgraciados que van porque se llevan el periódico para leer.

Cosas que se ven, se escuchan y pasan…

miércoles, 17 de octubre de 2007

Leche, si te he visto ni me acuerdo

Fotografía: No veo leche FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

Quien no viva en Venezuela jamás podrá entender como en este país donde la tierra flota en un mar de petróleo se ahogaron en ese pegoste negro y hediondo las vacas, pollos, gallinas ponedoras, cerdos y otros animales. Se hundieron los cañaverales, las plantaciones de granos. A las industrias solo les queda la chimenea a medio humear. Sin embargo, los petrodólares vuelan hacia todo el mundo menos para ser invertidos en nuestra tierra, es más fácil y negocio) importar de países como Brasil y Argentina productos para “matarnos el hambre”.

Aquí donde abunda el líquido negro, conseguir el líquido blanco, la leche, es una odisea, una angustia perenne que se une a la inseguridad de transitar por las calles. Ante la costumbre de la escasez ahora hay que hacer colas en los supermercados y abastos para con suerte conseguir la preciada bebida. La última moda, hacer turismo de comercio en comercio preguntando con tono casi suplicante;
—¿Señor, hay leche?
Hay quienes tienen como estrategia levantarse al portugués de la panadería
—¡Portu chamo, apártame un litrico cuando llegue!- y para cuando la consiga salir del local “gillao” con una mano aferrada al envase y con la otra a la vida.

Como la leche no se ve en las neveras ni las vacas en los potreros, para reír y no llorar, aquí les dejo unos refranes que debemos modificar para estar en la onda de la Revolución Bolivariana de cambiar los nombres de todo, de las avenidas, calles, parques, ministerios, cambio de la bandera, el escudo, constitución, hasta la forma de pensar. Porque; Leche, ¡si te he visto no me acuerdo!

1. A buen entendedor, pocos litros de leche.
2. A vaca regalada, no se le mira la leche.
3. A la vaca rogando y con el vaso tomando.
4. A falta de pan, buenas son las tortas de leche.
5. Leche que no has de beber, déjala correr.
6. Leche y aceite no se mezclan.
7. Algo es algo, peor es nada. (cuado consigues ¼ de litro de leche)
8. A lo hecho, leche.
9. A otra leche, vaca mariposa.
10. Al pan, pan, y al vino, leche.
11. Al país que fueres, haz lo que vieres. (en Venezuela, busca leche)
12. Al que madruga, consigue leche en el mercado.
13. A mal tiempo, buena leche.
14. Amor con leche se paga.
15. Vaca parada no gana leche.
16. Borrón y leche nueva.
17. Calavera, no chilla (a menos que no consiga leche)
18. Vaca que no da leche, se la llevan al matadero.
19. Contigo leche y cebolla
20. Contra viento y marea de leche.
21. Cría bebés y te sacarán la leche.
22. Cuando el río suena, porque leche trae.
23. Cuatro bocas beben más leche que dos
24. De broma en broma, la verdad se asoma. (¡No hay leche)
25. De la leche que no hay ayúdame Dios que de la que hay la agarro yo
26. Del dicho al hecho, hay poca leche.
27. De noche, toda la leche es blanca .
28. De tal vaca, tal leche.
29. Dime que leche consigues y te diré quién eres.
30. Dios la cría y ellas dan leche.
31. Donde beben leche dos, poquita pero beben tres.
32. Donde hubo fuego, la leche hirvió.
33. El hombre propone y la leche dispone.
34. El que busca, encuentra leche (si tiene suerte)
35. El que cría vacas, recoge leche
36. En boca cerrada no entra leche.
37. En casa de lechero, toma Cola
38. En el país de la leche, la vaca es reina
39. En la adversidad se conoce a los que tienen leche.
40. Éramos pocos y parió mi abuela, ¡más leche!
41. Vaca nueva siempre da buena leche.
42. Leche, con leche, se paga.
43. Ha corrido mucha leche bajo el puente
44. Hablando de la leche, y la vaca que se asoma
45. Hacer yogurt de la leche cortada
46. Hasta aquí me trajo la leche.
47. Hasta que la leche nos separe.
48. Hombre prevenido bebe leche por dos.
49. Hoy por ti; mañana por la leche.
50. Me voy con mi leche a otra parte.
51. Juntarse la leche y las ganas de tomar café.
52. Leche descremada, divino tesoro.
53. La curiosidad mató a la vaca. Y nos quedamos sin leche
54. La leche mueve montañas.
55. La leche que colmó el vaso.
56. La letra, con leche entra.
57. La falta de leche hace al ladrón.
58. La vida comienza a los cuarenta vasos de leche
59. Las águilas no cazan moscas ni beben leche
60. Las apariencias engañan. (no es leche es cal)
61. La leche condensada conserva la amistad.
62. Le das un vaso de leche y te quita el litro.
63. Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre. (mi litro de leche en el super)
64. Lo bueno, si es leche, dos veces bueno.
65. Lo que abunda no daña. (pero no es la leche)
66. Loro viejo no aprende a pedir leche
67. Los amigos de mis amigos que traen leche son mis amigos.
68. Más vale leche mala conocida que buena por conocer.
69. Matar la vaca de la leche de oro.
70. Mientras hay leche, hay esperanza.
71. Mucha leche y poco quesillo
72. Muerta la vaca se acabó la leche.
73. Nadar contra la mala leche.
74. Nadie diga, de esta leche no beberé.
75. Ni chicha ni limonada. (porque no hay leche)
76. No dejes para mañana el ordeño que puedas hacer hoy.
77. No es leche todo lo que reluce.
78. No hay leche que dure cien años ni vaca que viva para verlo.
79. No por mucho ordeñar se consigue leche más temprano.
80. No tener leche en la lengua.
81. No todo es soplar y envasar leche en botellas
82. Nombrar la mala leche en la casa del ahorcado.
83. Ojo por ojo, leche por leche.
84. Ojos que no ven, no consigue leche.
85. Pan con pan comida de putas, y pan con leche comida de rico
86. Leche para hoy y hambre para mañana.
87. Leche y circo. (puro circo porque leche no hay)
88. Peor es ni un vaso de leche
89. Perro que ladra no toma leche
90. Poner los litros de leche sobre la mesa.
91. Por la boca muere la leche.
92. Por la leche baila el mono.
93. Quedarse sin el pan y sin la leche.
94. Querer es poder. (si puedes conseguir leche)
95. Quien a buena vaca se arrima, buena ubre le cobija.
96. Quien con niños se acuesta y bebe leche, amanece mojado.
97. Quién me quita la leche bebida.
98. Quien mucho abarca, poca leche bebe.
99. ¿Quién te dio leche en este entierro?
100. ¡Sálvese quien pueda! (no hay leche)
101. Leche con gusto, no pica.
102. Tienes un corazón de leche
103. Tirar la leche por la ventana.
104. Tirar la leche y esconder la mano.
105. Tocar la leche con las manos.
106. Todo bicho que camina toma leche.
107. Toda leche pasada fue mejor.
108. Todos los caminos conducen a la escasez de leche
109. Tropezar dos veces con la misma mala leche.
110. Una de cal y una de leche.
111. Una mano lava la otra y las dos, toman un vaso con leche.

lunes, 15 de octubre de 2007

Del futuro, ¿Cual será el fruto?

Fotografía: De tal palo tal astilla. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com


Este 15 de Octubre, los bloggers de toda la red se unen para hacer llegar un solo tema de importancia a quienes les visiten. En 2007 el tema es el medio ambiente. Todo blogger posteará algo acerca del medio ambiente a su manera y en relación a la temática de su blog. El objetivo es lograr que todos hablen dirigiéndose hacia un mejor futuro. Este es mi aporte.


Los domingos por la mañana el parque infantil se llena de niños que con sus padres van a divertirse entre columpios y sube y baja. Los gritos y la alegría andan por las veredas junto a las bicicletas y patinetas que asechan a los rosados y parsimoniosos coches empujados por florecientes instintos maternales. El sol refulgente de la mañana es tamizado por un bucare prendido en flores. A pie del tronco el banco que me sirve de asiento y punto de control. Mientras leo la prensa, Rodrigo corre alegre por el parque, escucho sus carcajadas de futuro. Entre noticia y noticia mi mirada salta por encima del periódico para chequear su ubicación y deleitarme con sus travesuras. Vuelvo la mirada a la prensa:

SANTIAGO – La Patagonia es el “símbolo de la naturaleza en el mundo", señaló el abogado estadounidense Aaron Sanger, encargado de la campaña internacional contra Hidroaysén, empresa de capitales extranjeros y chilenos que pretende construir cinco megacentrales hidroeléctricas en esa zona austral de Chile.

TORONTO - El cálido aliento del cambio climático ya alcanzó algunas de las regiones septentrionales más frías del planeta, convirtiendo sus paisajes helados en una especie de papilla a causa de aumentos en la temperatura de hasta 15 grados centígrados por encima de lo habitual

Rodrigo se mece en los columpios, toma velocidad, de un brinco y con los brazos intentando volar cae de pié para seguir hacia el tobogán. El tintinear de las campanas de un heladero distrajo su atención, rápidamente volteó hacia mí y gritó:

—¡Papi, papi, cómprame un helado!.

Un cono de vainilla era su preferido, le di el dinero para que lo obtuviera. Rompió la envoltura y la echó al suelo.

—Rodrigo recoge el papel, colócalo en el cesto de la basura, no se debe botar al piso los papeles porque ensucias el medio ambiente— le dije y me pregunté, ¿me habrá entendido?, enseguida su curiosidad no se detuvo.

Con el papel en la mano me dijo:

—Papi, ¿el medio de que? Preguntó con la inocencia que le dan sus siete años.

—Ven, siéntate aquí conmigo, te explico.

—El medio ambiente es todo aquello que nos rodea y que debemos cuidar para mantener limpia nuestra ciudad, colegio, hogar, en fin todo lugar donde podamos estar. Está conformado por la energía del sol, el suelo, el agua y el aire, además de todos los organismos que viven en la tierra, hogar de todos nosotros.

Rodrigo escuchaba con la atención puesta en su amiguito de turno.

—Si destruimos el medio ambiente nos perjudicamos nosotros mismos.

— ¿Entendiste? Con propiedad pregunté.

Con los ojos vivaes puestos en el “Transformer” del niño, asintió rápido con la cabeza y dijo:

—Entiendo papi.

Respondiendo, tomó el envoltorio del helado y en la carrera lo colocó en el cesto de la basura y fue a soñar en su mundo con sabor a vainilla.

ASUNCIÓN - El hambre y la desolación cunden en los departamentos (provincias) de Concepción y San Pedro, norte de Paraguay, tras los incendios que consumieron más de un millón de hectáreas de cultivos y bosques y dejaron casi 50.000 familias damnificadas.

SITIO DEL NIÑO, El Salvador - Ambientalistas y habitantes de esta ciudad salvadoreña reclaman el cierre definitivo de la empresa fabricante de baterías para automóviles que ya lleva 12 años contaminándolos con plomo.

Me recosté en el espaldar del banco, escuché a Rodrigo.
-¡Rayo desintegrador! fushhhhhhhhh...
Miré sobre el periódico y me pregunté:

— ¿Será la misma sonrisa la de sus hijos, la de sus nietos?

jueves, 11 de octubre de 2007

Una señal.

Fotografía: Arcoiris. FRANCISCO PEREIRA Panchoper@gmail.com

La tarde tarde está plomiza y fría, en la urbe los andantes corren, buscan refugio. Nubes pesadas cubren el cielo. Centellas acompañan estrepitosos truenos y una brisa empapa la ciudad. Lluvia de inicio, lluvia de término, forma serpientes húmedas que ondulan y se arrojan por las calles en búsqueda de su cauce, el destino final.

Agazapado, envuelto en una negra bolsa de basura, los tablones de madera le resguardan de las violentas gotas que desean atropellarle. El cartón que le sirve de colchoneta se humedece con el agua vivaz que se cuela por los bordes del refugio, los periódicos de ayer se pierden en el viento de hoy. El guayabo le acompaña, hinca el tronco resistiendo la brisa. Mira el río meciendo sus aguas, revuelca muñecas sin cabeza, a Superman sin poderes, latas, envases plásticos, una lavadora, objetos que fueron centro del deseo y en alguna época les apreciaron como si tuvieran vida. Ahora son arrastrados por la indiferencia a un destino incierto.

El aguacero arrecia y el río se embravece, sus crestas lo invitan a participar, excitadas desean tomarlo del cuello y arrastrarle. Llevan consigo vida y muerte.

Aún le duele la violenta herida que le hicieran en la cabeza. Siete puntos lo hacen presente en su observación, ante el monótono e intenso repiquetear de las precipitadas gotas. Con la mirada absorta, en trance, así ve pasar la cortina de agua que cae, que lava, arrastra. Allí va la vida muriendo, los olores de las calles, plazas, rastros de pasos rápidos, lentos, alegrías promovidas por el alcohol, lágrimas colgadas en una ducha, rostros lavados, cuerpos seducidos, vestigios de la gente que viven su ciudad y transitan los callejones de su alma. ¡Allí va todo!, esperanzas, desilusiones, río abajo, al encuentro del mar a transitar el ciclo inevitable.

El sólo espera que amaine la tempestad, quedar vivo después de ella y ver si luego le llega una señal.

— ¡Ramón, sube, que el río esta crecío y te puede llevá!

lunes, 8 de octubre de 2007

EL CAMINO (una experiencia personal)

Fotografía. Amigos del camino. JUAN PABLO MESA juan.pablo.mesa@gmail.com

Aquí se encierra una historia que en algún momento hilaré en el telar.

Cuando somos auténticos, mostramos los sentimientos verdaderos, brillan los ojos, salta la sonrisa, florece la espontaneidad, la esencia de nuestra estructura universal.

Un día como hoy, hace dos años, mis ojos vieron por primera vez la Catedral de Santiago de Compostela luego de casi ochocientos kilómetros de recorrido a pié, durante treinta días ininterrumpidos. Mis piernas y mi mente batallaron ante la dificultad.

Son muchas las personas que durante el camino (como en la vida) se conocen, caras sonrientes, sinceras, sin nada que pretender ni nada que demostrar. Mis hermanos del camino y del alma; Marian, Rosa, Valeria, Juan, Niki y José y desde Caracas una presencia etérea me acompañó con el pensamiento, estuvo a mi lado durante horas de largo peregrinar dándome el ánimo y fuerzas que solo el amor puede lograr.

El Camino es la vida misma. Una experiencia que aún vivo.

Gracias a Dios, al universo y a todos los que me acompañaron de una u otra manera por formar parte de mi vida y de una experiencia llena de paz y amor.

¡Buen camino!



Catedral de Santiago Apostol. Santiago de Compostela. Dibujo de mi diario.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Mega record a la criolla

Fotografías: Megasancocho. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

Su olor se confundía con el hedor que provenía de las aguas turbias, achocolatadas, del Río Guaire —colector de las innumerables quebradas de Caracas— La piel, pigmento heredado de los ancestros del prieto Barlovento, acentuaba el color por las manchas producto de la mezcla del sudor y hollín. Farfullaba sonidos que no parecían ser de este mundo mientras deambulaba descalzo por la autopista y calles del centro de la ciudad. Su conciencia permanecía en el presente, resolviendo los problemas inmediatos; comer y dormir. Los ojos vivaces contrastaban en su rostro, atentos al encuentro del alimento anhelado. Vivía al margen del río, al lado de un guayabo y bajo tablones de madera. Los días de lluvia rogaba para que no se mojara la caja de cartón que le servía de colchoneta. En las noches cobijado con el periódico, recibía el calor de las noticias pasadas. Dormía bajo el negro cedazo cenital que filtraba chispas plateadas de esperanza. Sus únicos bienes, tres topias y una lata vacía de manteca que le darían el reconocimiento mundial inesperado.

Poseía la habilidad para seleccionar los mejores ingredientes que conseguía hurgando en los botes de basura del Mercado de Quinta Crespo; verduras, legumbres, huesos de pollo descarnados por los expertos carniceros y trozos de de carne que se disputaba con la pandilla de flacos, huesudos y malhumorados perros orejudos, guardianes del basurero. A Ramón lo respetaban sus compinches de mendicidad, le apodaban “El Chef” porque tenía el don divino de cocinar con una sazón sin igual el sancocho diario que les mitigaba el hambre. Fue lo único que le dejó su madre cuando de niño la acompañaba a cocinar a orillas de la playa.

A final de la mañana, Ramón llegaba al “club” (como llamaban los medigos al sitio de encuentro) con el saco repleto de ilusiones. Bajo el frondoso árbol de Caucho, en el ribazo del río frente al Parque Los Caobos, se distinguían “las enérgicas”, así llamaba las tres topias que resistían el fuego transformador de la materia y mantenían en equilibrio universal la lata para cocinar el sancocho.

Fue la misión estatal “Negra Hipólita”, quien descubrió el talento de Ramón. En la necesidad de ofrecer resultados a la opinión pública, lo reinsertaron a la sociedad apoyándolo en lo que le gustaba hacer, cocinar. Allí, un colchón lo sacó de su presente al brindarle sueños de futuro. Se enamoró de Rosalinda, cocinera voluptuosa, con cuatro hijos levantados a punta de fogón. Vivieron en su rancho de La Charneca a quinientos treinta y tres escalones de la entrada del barrio. Se convirtió en padre de su primera hija y se dio a conocer en el suburbio por sus dotes, todos los días preparaba una olla “mondonguera” de sancocho, vendía la ración a dos mil bolívares.

Para mostrarlo como un logro de reinserción social y convertirlo en un icono de la Revolución Bolivariana, el Ministerio para la Alimentación lo propuso para cocinero en un evento que se realizaría en la Avenida Bolívar, y certificaría el Libro Guinness de records mundiales. “El sancocho más grande del mundo”, donde seiscientas mil personas degustarían la preparación de Ramón. Los venezolanos por más de diez mil litros se disponían a pulverizar el record que ostentaban los mexicanos.

Se proporcionaron los volúmenes necesarios de ingredientes según las especificaciones de Ramón y dispusieron dentro de la gran olla de acero inoxidable de cinco metros de alto; Dos mil kilos de carne de res, tres mil de pollo y seis mil de verduras mezcladas; papa, jojoto, cebolla, zanahoria, apio, ocumo, auyama, ñame, plátano y yuca. Ciento veinte kilos de sal, cuarenta kilos de ajo, innumerables atados de hierbas y diez mil litros de agua.

Ante descomunal tarea, Ramón pensaba —Como se echa pa´lante, de hacé sancochos en el bolde del Guaire, a orilla de la autopista en una lata e manteca a hacelo en la cera de la principal avenia de la cuidad, lleno e gente, fotógrafos y periodistas de televisión, ¡Ja!..., quien lo iba a deci, ¡yo famoso! — Llevó para la avenida sus inseparables, cabalísticas y energéticas topias que como granos de arena lucían disminuidas ante la gigantesca olla tecnológica de acero inoxidable.

A las once de la mañana se presentó para certificar el evento la representante del Libro Guinness. Rubia, de ojos color esmeralda y sin conocer el castellano. Le ofrecieron un “China were” lleno de sancocho el cual miró con el recelo de quien solo bebe agua Evian cuando viaja a países folklóricos.

—¡Eat miss, eat, good soup! Con una sonrisa complaciente insistía el representante comunal.

Observó el caldo envasado en un pote en el que sirven arroz para llevar en los restaurantes chinos. Tomó la cucharilla plástica y con unos golpecitos escudriñó el caldo, apenas mojó sus labios percibió la sensación grasosa y salada, de allí no pasó, recordó las instrucciones de prevención sanitaria que le recalcaron en su país. Sin embargo, con un apetito voraz, los representantes del evento que le acompañaban, en un abrir y cerrar de ojos con criolla naturalidad se habían tomado la sopa con el casabe, espolvoreaban las migas como loros. Hacían gestos de aprobación con los ojos y afirmaciones lentas con la cabeza.

— ¡Este sancocho stá buenísimo!, en su justo punto e sal.

— ¡Y lleno e pollo! — expuso otro de la comitiva con la boca a medio llenar.

—Cuidado y ahora hablas portugués y bailas zamba, porque ese pollo es importado de Brasil— riendo respondió el secretario.

Jane impaciente observaba, su rostro reflejaba la necesidad de cumplir el cometido y volver a la piscina del Hotel Tamanaco.



Había quienes con gustoso y voraz apetito desgranaban las mazorcas de maíz, chupándose sonoramente los dedos y hasta lidiaban con algún grano impertinente alojado entre el incisivo y el canino. El vocal batallaba a dentelladas con un trozo de carne y el hueso, halando a tal punto de tensión que salió disparado sobre la mesa y de rebote en el plástico mantel rojo fue a parar sobre la planilla de evaluación de la señorita Jane. Sus ojos se asombraron, levantó la cara de niña y soltó una risa nerviosa.

—Sorry, Sorry Miss, I´m sorry— dándole unas palmaditas en el hombro, dijo el custodio que la acompañaba. Tomó el hueso y como jugador de básquetbol cobrando tiro libre lo hizo volar hacia el cesto de basura.

—Yesssss! — dijo bajito al encestarlo.

En las colas los asistentes reclamaban su sancocho gratis, la conformaban miles de personas impacientes, pálidas del hambre; ancianos, niños, adolescentes, policías, militares, indigentes, reservistas, vendedores, asistentes, auxiliares, músicos, obreros, mirones, todos dispuestos a la resignada espera de horas por un pote de sancocho, a fin de cuentas en esencia no había diferencia entre los compinches de Ramón y estos invitados. Una vez obtenían el añorado premio a la constancia y paciencia, lo degustaban con placer relamiéndose como gatos los dedos.

Ramón con una paleta y cucharón de más de cuatro metros de largo, orgulloso removía el concentrado y llenaba las ollas mondongueras que sujetaba Rosalinda junto a su asistente, estas servían para repartir el caldo a los desesperados comensales.

A medida que la digestión procesaba el caldo este hacía sus efectos. Un olor ligeramente sulfuroso inundó la avenida. El cuerpo de Bomberos Metropolitanos recibió una llamada y se puso en alerta. Unidades con sus sirenas y destellos de luz en las lámparas cocteleras se hicieron presentes, revisaron la zona y descartaron un posible escape de gas. En la avenida y sus alrededores, sonidos similares a trompetillas y trombones se escuchaban acompañados de lamentos por los movimientos intestinales característicos de una inadecuada asimilación de alimentos.

Las visitas a los baños portátiles aumentaron su frecuencia. Las colas se prolongaron y el público con retorcijones estomacales exigía rapidez gritando a los usuarios de los sanitarios. Mientras tanto, Ramón sudoroso y aún con fuerza en sus brazos elevaba con emoción el gran cucharón para extraer caldo de la olla.

La reposición del papel sanitario en los baños exigía rapidez. La emergencia suscitó habilitar un terreno anexo a la avenida. Dividieron en un área para damas y caballeros a fin de cumplir con la necesaria e inevitable deyección en masa. Se gestaba la gran torta.

Paramédicos suministraban Caopetate, Pectobismol e hidrataban a los asistentes a fin de contrarrestar los desagradables desajustes estomacales.

La multitud enardecida comprimiendo su esfínter, con palos y cuanto objeto contundente conseguían a su paso, exigían que ahogaran en el sancocho al cocinero.

Ante la turba ofuscada que se le avecinaba, Ramón soltó el cucharón y de un brinco cayó al piso y echó a correr. Sintió un fuerte golpe en cráneo que le hizo trastabillar, tocó su cabeza, apreció la húmeda y viscosa sangre. En su huida una de sus topias lo había impactado.

Ramón “El Chef”, ahora con siete puntos en la cabeza, decidió volver a vivir en su presente, en el “club” con el aprendizaje del pasado en haber sido utilizado y sin pretensiones de futuro, a orillas del Río Guaire, con sus tres nuevas topias, la lata de manteca, el guayabo y nada de tecnología.

Mientras Jane llenaba las planillas, pensaba hasta donde puede llegar el ser humano o un gobierno a fin de satisfacer su ego sólo por aparecer en un libro donde la mayoría de sus logros registrados son banales, fútiles. No desperdició la oportunidad de incrementar el número de records, certificó dos eventos en un mismo día; El Sancocho más grande del mundo y la mega torta colectiva, de los cuales Ramón fue la estrella.

viernes, 28 de septiembre de 2007

El afectivo dadivoso

Fotografía: Full moon rissing AVRIL HODGE,

Contaba mi abuelo que obsequiar sin mesura tiene consecuencias inesperadas, más aún cuando se hace al estar enamorado. Ese fue el error de Carlos quien tarde se arrepintió.

Una noche cenaba con Zandra, la mujer que amaba. Observó por la ventana desde el piso quince como se elevaba en un silencioso suspiro la blanca luna que cautivó su mirada. Se erguía sobre las colinas y comenzaba a matizar el valle con su plateado resplandor.

El la invitó a disfrutar del momento. Se levantaron para admirar el homenaje que les brindaba la noche de plenilunio.

Por su espalda la abrazó, su rostro rozó el pálido y fino cuello y con sus miradas fijas al horizonte absortos, Carlos le dijo:

—Esa es mi luna llena, hoy es para ti, te la regalo.

Ella, con un beso la tomó y la luna, sigilosa los invitó a compartir su fulgor en sábanas de seda.

Meses después ya no era Carlos el que disfrutaba con Zandra de la cena, las sedas, ni la albura de la luna.

Ahora, deambula solitario por las calles con la mirada perdida en la oscuridad del cielo en búsqueda de su redondez, su luz, confundiéndola con los faros de alumbrado de las avenidas.

Sólo le queda el ingrato recuerdo cada mes, saber que perdió el amor y la luna llena que una vez regaló.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Pasión de ciberespacio







Fotografía: FRANCISCO PEREIRA Panchoper@gmail.com

Una conexión fortuita los hizo conocerse hace tres días. Ella se ubica en el asteroide B612 y él en el cuadrante 96G de la Galaxia Hetamun. Así aparece en sus fichas de nacimiento ciberespaciales. En el diálogo, hay señales que dejan ver las intenciones, anzuelos punzantes de viso áureo que les hace permanecer en tensión y los atrapa en su ansiedad. Sólo falta saber de que lado está el cordel que hala.

El trato formal en el cruce de palabras intenta marcar una distancia que en los sentimientos no existe, solo incita a una conversación que acentúa su carácter lúdico y libidinoso. Ella, como una Sibila da sentido a los signos, conoce los retos y manipula los mensajes del Oráculo con su verbo y artilugios que pertenecen a los dones de una mujer.

11:05
Fernando: ¿Se ha dado cuenta que esta exquisita conversación tiene más de una hora en el chat?
Helena: ¿En serio? Disculpe, pero boté mi reloj hace mucho tiempo.

11:06
Fernando: Si, y no hay vino ni quesos.
Helena: Ja…ja…ja… tampoco música, pero sí buenos "amigos", palabras y frases...

11:07
Fernando: Es correcto.

11:09
Fernando: Ha pasado dos minutos en silencio ¿Se encuentra aún usted caminando como una Diosa por lo Campos Elíseos?

11:10
Helena: Más bien... por los Campos Digitales.
Fernando: Ja…ja...ja..., pensé que se había marchado.

11:11
Helena: Hummm, dejaría usted qué escapara tan fácilmente?
Fernando: ¡Jamás!

11:12
Helena: Ja…ja...ja...
Fernando: ¿Y cual sería su respuesta a una contrapregunta?
Helena: La curiosidad es muy grande como para marcharme...

11:13
Fernando: ¿Y…, a que se debe su curiosidad?
Helena: Saber cual será la siguiente frase...

11:14
Helena: Déjeme decirle que es usted excelente conversador…, y eso para mi es un tesoro de inmensa valía. Leerle me hace sonrojar.

Arde la mirada en espera de preguntas y respuestas. En la pugna del pensamiento la razón es vencida por la emoción. Los resultados de la batalla dan frutos, argumentos que escribe presuroso, pulsando de manera sutil las teclas como si esa sensación la transmitiera a sus mejillas sofocadas.


11:33
Fernando: Ayer estuve hasta la madrugada pendiente de su entrada en el chat. Hace unas horas encendí la computadora con cierta angustia para ver si había correo suyo?

11:34
Helena: Ja…ja…ja… es un sentimiento mutuo, una angustia encantadora que nos mantiene al filo del teclado, con los ojos casi cerrados, esperando al abrirlos encontrar el nombre del otro reflejado en la pantalla, sé a lo que se refiere.

11:35
Fernando: ¿Le pasa a usted lo mismo?
Helena: Por supuesto, ¡lo que le he descrito es cierto!

11:36
Fernando: Esta experiencia, ¿la vivió usted alguna vez?
Helena: Hummm... no que yo recuerde y mi memoria no falla a largo plazo y a usted?

11:37
Fernando: En lo absoluto, es mi primera vez

11:38
Helena: (me vuelve a sonrojar) Es un honor saberlo y un placer que sea conmigo.
Fernando: Si me viera usted...
Helena: A ver, descríbalo (si quiere) me encantaría saberlo.

Una experiencia inédita. El tan visual no da crédito a lo que acontece. Atrapado durante tres días en la frágil tela de araña hilada por las seductoras palabras que se muestran en la pantalla, idealiza su figura para luego descontextualizarla de su deseo. En la mente escucha su voz. Un ejercicio para valorar sentimientos, sólo participa la conciencia, no hay piel, perfumes, sabor estimulante, ni figura que deslumbre sus ojos.

11:55
Helena: Celebro haberlo conocido, por cada palabra, por cada instante que sin ser ojos nos convertimos en susurros.

11.56
Fernando: Es usted quien me hace ahora sonrojar.
Helena: Deje que mis labios calmen su rubor.

11:57
Fernando: Guárdeme en su corazón, cofre sagrado de objetos predilectos, como me ha dicho.
Helena: Ya tiene habitación señalada.

11:58
Fernando: Gracias, esperaré paciente la invitación para mi hospedaje.

11:59
Helena: O… ¿la llave?
Fernando: Está en sus manos la decisión.

12:01
Helena: Ok…, la recepción manda a decir que puede pasar cuándo quiera a buscarla...
Fernando: Sólo déme la dirección y allí estaré.

12:02
Helena: perfecto...

12:03
Helena: Sólo tiene que seguir el rastro de mis palabras... y llegará directo a su hospedaje.

12:04
Fernando: ¡Así será! Sepa a quien ha de entregar la llave de su cofre y con certeza no hacer daño. Si las pistas son honestas como demuestran sus palabras, caminaré sin armadura por los bosques de su pecho, coronaré montañas, hurgaré en la gruta de sus palabras, saciaré mi sed con el elixir de su manantial y emulando a Hércules, lucharé contra la Hidra de Lerna cortando cabezas de paradigmas. Si siente pasos en su pecho, haga silencio, no dude en dar por cierto que soy yo, muy cerca de su esencia.

12:05
Helena: Me seducen sus palabras.
A mi pesar, ha llegado el momento del intermedio, mis colegas me llaman para ir a almorzar, tengo que retirarme por unos instantes, piense que acá estaré esperándolo para leerlo otra vez.

12:06
Fernando: No se olvide hacer una nueva conexión.

12:07
Helena: No lo olvidaré. Hasta la próxima estrella señor o hasta el siguiente palpitar ante el ansia de encontrarlo otra vez.
Ciao.

12:08
Fernando: Aquí estaré toda la tarde, con mis ojos nerviosos hincados en el blanco resplandor del monitor.
Buen apetito.

Su pecho brioso, profundiza la respiración en cada frase que escribe. El corazón salta con cada respuesta, se acentúa el interés entre palabra y palabra.

Ansiedad por la indefinida espera.

No la ve, no la escucha, la siente.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Del rock a la tragedia

Fotografía: Literatura con amargura. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

Sentada detrás el vetusto escritorio de madera, la delgada Sor María dictaba su clase de castellano. Exponía que la literatura y la música tienen similitudes, paralelismos y mutua influencia. Olga atenta escuchaba sin sospechar que las palabras en menos de setenta y dos horas le daría una lección.

Olga mantenía una eterna disputa con Sor María, —directora del colegio— por el corto ruedo de la falda, el esmalte de las uñas y el brillo en los labios. Era una adolescente inteligente, rebelde y egoísta.

La directora, con voz chillona e impregnada de zetas españolas, al finalizar la clase y sin aclaratoria alguna exigió:

— ¡Silencio jovencitas, por favor, silencio! Atención, mensaje a García, para el próximo lunes, indagar sobre “Eddy Porrey”.

Ante las evidentes dudas, Sor María se limitaba a responder:

— Si no conocen, indaguen, y quienes no sepan que es Mensaje a García, investiguen. El lunes preguntaré sobre el tema— dijo enfáticamente golpeando de manera reiterada el escritorio con el delgado dedo índice.

Olga conversaba con una amiga y de manera desafiante ignoró a la religiosa

— ¿Olga escuchaste, entendiste lo que hay que hacer?

—Hay si, si, si, ya escuché, ¿cree que soy sorda?— Contestó de forma irreverente.

Sor María con rostro de impotente rabia, la vio y dio la clase por concluida.

Con la obsesión de sobresalir a toda costa entre sus compañeras de clase, el fin de semana, Olga se dispuso a investigar por Internet sobre Eddy Porrey. Para su sorpresa la pesquisa en todos los navegadores fue infructuosa. No encontró señas de algún libro, autor, cantante o conjunto musical. Visitó las librerías y discotiendas de los centros comerciales del este de la ciudad. Hurgó en la librería Técnica, las de Nacho y Las Novedades, y por no dejar, en una tienda de venta de CD especializada. No hubo resultado complaciente. Tomó el metro y dirigió su objetivo a los vendedores ambulantes de libros en los alrededores del Ateneo de Caracas y llegó hasta los libreros mustios de la Avenida Fuerzas Armadas. De regreso a casa hizo la última escala de su investigación en el Buscón, una tienda de libros usados.

El paradero de Eddy Porrey seguía desconocido.

Tan convencida estaba Olga de que no existía alguien importante con ese nombre o una obra con ese título y su soberbia la hacía capaz de invitar cualquier cosa que decidió hacer su propia historia. En una cuartilla —que era lo exigido— escribió la biografía de un joven cantante.

A primera hora del lunes, sus compañeras de clase consignaron la investigación. Olga llegó cinco minutos tarde al salón y con aires de superioridad que la caracterizaba, entregó en una carpeta manila con el título: “Eddy Porrey, duro del rock”.

Sor María la tomo en sus manos, con detenimiento la observó con un gesto de duda y que transformó en regodeada satisfacción, la colocó sobre el escritorio. Alzó su cabeza y dijo.

—Saquen una hoja para hacer la evaluación

Olga estaba lista para responder cualquier pregunta de su historia fabulada, con una sutil sonrisa irónica esperó las palabras.

Sor María fijó la mirada en los ojos de Olga, de manera pausada dio un giro hacia la pared. Su mano invitó a la terrosa y blanca tiza a bailar en el césped del pizarrón un minuet de celebración anticipada. Y en impoluta caligrafía inglesa escribió:

— ¿Cuales son las características principales, de los personajes en la tragedia griega, escrita por Sócrates titulada, Edipo Rey?

Olga no lo podía creer, no emergía de su asombro. Miró a su alrededor a las compañeras con angustia, las flamas de rabia consumían su ego. Todas con la cabeza agachada escribían. Sor María observaba.

Olga una vez más se distinguió de sus compañeras, en esta oportunidad con la hoja en blanco. No supo que responder, lo que para ella fue toda una tragedia y para otras una comedia.

jueves, 13 de septiembre de 2007

RODRIGO BENAVIDES nos trae el llano a Caracas

Fotografías:
Flecha Yaruro, La Macanilla. RODRIGO BENAVIDES. http://www.fotosensible.org/
Captura de imagen. La Macanilla. FRANCISCO PEREIRA. panchoper@gmail.com

El llano infinito marca su horizontal que diferencia lo divino de lo material. El ojo sensible, agudo, va a la caza de la luz, la escena, el instante. Al lomo de su caballo rojo indómito, conduce por la vastedad de la sabana. En su pensamiento; aprehender la imagen. Y lo consigue.

Manso y de matiz plomizo el agua del río, el garcero nervioso, la baba al acecho del chigüire, una composición balanceada, la escena perfecta. Con la paciencia que tiene un creador armoniza con sus herramientas; trípode, cámara, rollo de película, encuadre, foco, obturador, velocidad y…“click”, disparo. Una combinación de elementos, sensaciones y acciones reflejan todo un disfrute que termina con la expresión; ¡Memorable!

Son más de once años de investigación fotográfica sobre el llano venezolano que Rodrigo Benavides tiene en sus prematuras canas y miles de kilómetros recorridos por hermosos parajes de esta tierra infinita, donde la mirada no tiene fin y en la noche las estrellas cobijan la inmensidad.

Pero es ahora cuando devela su obra fotográfica “LLANURA IMPROSULTA”. Una exposición que suena a cuatro, arpa y maracas, sabe a pisillo de baba y a pavón, huele a ordeño, se siente ese hormigueo en la piel que provoca el sol abrasador.

En el Museo de arte Contemporáneo de Caracas, Rodrigo Benavides muestra el resultado de su trabajo en una selección de imágenes en color y en blanco y negro, impresas en diversos formatos. La exposición aborda el tema del llano con rigurosidad metodológica para mostrar nuestras raíces. Un minucioso trabajo desglosado en doce capítulos: El caballo, la fauna, el domador, naturalezas muertas, vaquerías, el paisaje, el hato, el sombrero, símbolos, el ser, la luz y el progreso, y por último, transporte.

De manos de este amigo, el llano venezolano llega a la urbe con toda su intensidad para mostrarnos un espacio geográfico que vibra como el Arauca al sur de Venezuela. Una muestra fotográfica que no se debe dejar de visitar.


Tomado del catálogo de la exposición.
El término improsulta es una derivación de la locución latina “non plus ultra” (no más allá), frase empleada por Hércules para designar la última frontera de Mediterráneo como limite del mundo conocido.

Exposición:
Museo de Arte Contemporáneo de Caracas
Agosto – Noviembre 2007
Entrada gratuita

lunes, 10 de septiembre de 2007

El barco de mis noches

Fotografía: Media Noche. JUAN JOSÉ RICHARDS juanorichards@gmail.com
Cada noche soy el timonel que por tu distancia viajo horizontal en las turbulentas aguas de la soledad. Las sábanas, velas arriadas, rasgadas, envuelven mi cuerpo en la cubierta y resisto con mi daga templada en la ilusión de tu amor, el abordaje de presencias fantasmales a estribor.

El susurrar de las sombras en la oscuridad alimenta tu recuerdo en mi mente y con desesperación, voy de un lado al otro para mantener el control. De momento me aferro a las almohadas como tabla salvadora para expeler mi aliento de angustia. Lucho decidido en este océano embravecido, oscuro, pleno de tormenta. Me alzo y con la mirada hacia el horizonte perdido, a gritos, increpo al faro de la razón que me aleje del arrecife y me guíe a aguas mansas.

Batallo para evitar zozobrar y no caer al mar de mi ansiedad. Como Ulises, me ato al mástil de mi navío a fin de no ceder a la provocación del canto de sirenas en mi pensamiento que rememora el pasado y sus desaciertos. Desgarro mi vestimenta, agitado, sudoroso e insomne, intento que desaparezca tu ausencia como sucumbió Parténope en la profundidad del mar.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Los escapularios del padre Arturo Duque Sánchez

Fotografía: Iglesia San Antonio de Padua. Clarines. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

La iglesia revelaba en sus gruesos muros la pátina del tiempo y las manchas oscuras producidas por la humedad. Las chorreras, bien definidas en los estucos, marcaban la perfecta alineación del alero de tejas rojizas, las cuales hacían contraste con el limpio y brillante azul del cielo. En la sacristía, la celosía del deteriorado y pesado ventanal vinotinto, filtraba los tenues rayos de luz que se hacían presente por las partículas de polvo y bocanadas del humo del cigarrillo que expelía el padre Arturo. Sentado en el taburete de madera, con sus setenta y cinco años, manos amarillentas y temblorosas, contaba apresuradamente el dinero habido no precisamente del diezmo de los feligreses. Lucio, el sacristán doblaba las campanas llamando para la misa de las tres.

Entre los feligreses, las beatas del pueblo en primera fila entonaban sus cánticos y rezaban cadenciosamente las oraciones del rito. En el grupo, unos ojos pardos, agradecidos y fijos en el altar le seguían obedientemente al padre Arturo. Al final de la nave, la hija del sacristán con su inocencia, agradecía de rodillas la comunión recibida, con sus manos enlazadas y apoyada en sus delicados labios.

Otorgada la bendición final, Lucio se acercó al micrófono y dijo:

—Ahora el padre Arturo procederá a la reconfirmación semanal de los escapularios— Se escuchó con voz grave por los altavoces de la iglesia.

—Tomen su escapulario con la mano derecha y colóquenlo en su pecho— dijo pausado y entre dientes el padre Arturo.

—Reafirma Señor, con tu bendición estos escapularios, en nuestra fe, para el logro de los objetivos espirituales y materiales de tus devotos, Amén. —

—Amén— respondieron todos los feligreses a una sola voz.

Alzó sus brazos cubiertos por una casulla curtida, volvió a dar la bendición y les encomendó que fueren a sus casas en paz. De manera pausada, sobre el piso de cemento de color rojo cansado se dirigían los asistentes al portal principal de la iglesia. Lucio, de mirada esquiva, con su calvicie frontal, cabellera gris ensortijada que se confundía con la poblada y descuidada barba, esperaba en el umbral del portón la salida de los feligreses a fin de vender los escapularios. Discretamente un joven corpulento, de mediana estatura se le acerco y le susurró al oído:

—Don Lucio, necesito un escapulario, eso sí, de los poderosos, consagrado— enfatizando pausadamente la última palabra.

Sólo el padre Arturo y Lucio sabían el significado y ritual para la consagración de los escapularios.

Arturo Duque Sánchez, con una infancia azotada por la injusticia y abuso de su padre ingresa al seminario influenciado por la devoción de su madre. Sus últimos 25 años ha sido el párroco del pueblo. Olvidado por la jerarquía eclesiástica, y en la monotonía de su actividad diaria, se ha convertido en un sacerdote influyente en los feligreses del poblado y sus alrededores, impartiendo su propia visión de la fe. Su vocabulario impresiona, seduce a quien le escucha y manipulaba a los corazones más desolados.

La venta de los escapularios había tomado un giro lucrativo interesante en la zona ya que muchas personas le atribuían poderes mágicos y sobrenaturales, especialmente los consagrados a los cuales le otorgaban mayores dominios. Esa era la creencia que Lucio había hecho circular.

Por la necesidad de privacidad para la consagración de los escapularios, el padre Arturo había mudado su sitio de descanso a la parte alta de la sacristía. Se accedía a aquel recinto de misterio a través de una angosta escalera de madera cuyos tablones vetustos crujían bajo el peso del cansado cuerpo. La pintura de los gruesos muros agrietada y escamada en pliegues mostraban figuras lúgubres con su sombra. El hollín de su altar privado resaltaba las tenues flamas de las velas blancas y amarillas que iluminaban las diversas estatuillas representando santos y vírgenes. La cera endurecida, seca, de diversos colores, chorreada, daba fe del tiempo que tenía la devoción. A ambos lados del altar, unos frascos de mayonesa servían de florero a los ramos polvorientos de rosas plásticas. A la derecha, sobre una pequeña mesa destacaban trozos de tela de fieltro, hilo, aguja, figuras, estampas, semillas y cordeles, conformaban el génesis de los escapularios. En un rincón, debajo del pequeño ventanal circular, una cama mal tendida, cóncava por el uso y de sábanas gastadas conformaba el sitio de tregua de sus batallas personales y para la consagración de los escapularios.

Es durante la noche, en la soledad y a la luz de las velas que las manos venosas, de piel flácida, pecosas y de uñas largas, habilidosamente cortaban, cosían y armaban cada escapulario. Al terminarlos, los colocaba en un pequeño cofre de madera para luego en su debida oportunidad consagrarlos, plantándolos debajo de la roída sábana de su cama, previo al encuentro íntimo con los ojos pardos que le complacían sexualmente en la penumbra de la sacristía.

El tiempo, el ocio y la codicia, habían dado paso al deseo perverso de su sexualidad, se convirtió en un hombre sacrílego, girando cíclico e inestablemente su estado de ánimo; del amor al odio. Solo Lucio conocía las debilidades del padre Arturo, quien le manipulaba con el dinero y manutención que le daba a causa de la venta y propagación de las bondades de sus escapularios consagrados.

Culminada la misa de seis, de rodillas ante el altar, con las manos unidas frente a su pecho se entregaba a las oraciones la hija de Lucio. El Padre Arturo, oculto detrás de la puerta de la sacristía la observaba. Su mirada lasciva y aguda, hincaba el escote de su floreada blusa, que dejaba notar el relieve de sus incipientes senos. La mirada lenta seguía el contorno de su cuerpo deslizándose hasta las torneadas pantorrillas adolescentes. Sus perversos deseos le dominaban (Esa niña es muy hermosa. Ella les otorgaría mayores poderes a los escapularios, impregnados no solo de de amor y deseo sino con también de dolor virginal) pensó el Padre Arturo.

De manera pausada se acerco a ella, como felino en acecho de la presa, colocó la mano sobre su cabeza y acarició suavemente sus lacia cabellera, y le dijo:

—Te veo rezar todas las tardes. Tus oraciones el Señor las escucha con atención y él desea lo mejor para ti, el me avisó para que habláramos—

Lo miró con el respeto que un representante de de Dios debía tener. Sus negros ojos comenzaban a humedecerse, le respondió.

—Padre, no tengo madre y la pierna de mi papá cada día está peor. El médico le dijo que si no mejoraba deberán cortársela. Ni los rezos ni los ensalmes funcionan. En el rancho sólo contamos con la ayuda que papá recibe de la iglesia y de las conservas que vendo en el pueblo. Si el empeora… — rompió en un llanto inconsolable.

—Vamos, acompáñame, ante el altar de los santos ofreceremos a Papá Dios nuestro dolor para que intervenga en la sanación de Lucio— Con la mano en su hombro y saboreando su inocencia el padre Arturo la condujo hasta la sacristía. Empujó la puerta, la hizo pasar.

—Sube, con cuidado, la escalera es pequeña y vieja, siéntate que ya voy— le dijo.

Volteó hacia la nave principal confirmando la soledad de la iglesia. Al cerrar la puerta, un golpe seco hizo eco en los muros del recinto. Unos ojos pardos disimulados en el baptisterio fueron testigos de la infame invitación.

Se desabotonó la curtida sotana, la colocó sobre el taburete, sacó de su cintura la franela de algodón blanca que aprisionaba el pantalón, lavó la cara en el aguamanil que luego secó con una toalla deshilachada, luego ansioso subió las escaleras.

Estaba sentada al borde de la cama con sus ojos aún húmedos, ahora manifestaban el temor por la soledad e indefensión en que se encontraba. Escudriñaba con curiosidad y miedo el altar alumbrado por las velas, la penumbra no le permitía ver con claridad los rostros de los santos y vírgenes, ni los detalles del lugar.

El Padre tomó el cofre de madera con los escapularios y mostrándoselos dijo — ¿Ves estos escapularios? Te llevarás uno de ellos y mediante tu fe y sacrificio, el Señor intercederá para mejorar la salud de papá, pero para esto primero tenemos que consagrarlo— Una sensación de terror recorrió su cuerpo, sospechó cual era su origen. Se paró con la decisión de dar por terminada la conversación, pero ante su fragilidad la sujetó con fuerza por sus brazos. Un grito de timbre agudo y vibrante hizo que las manos del padre Arturo presionaran su boca sin medir fuerza. Sintió el olor a nicotina que expelían sus dedos ocres.

—Sí deseas salvar a tu padre de la enfermedad y no perder la ayuda que le doy, calla y solo reza, reza y reza, mientras consagramos los escapularios, ¿entendiste?— exaltada, aseveró con un sonido gutural y moviendo afirmativamente la cabeza.

La acostó de manera obscena en la cama, mirándola fijamente y repitiéndole la obligatoriedad de su silencio para siempre, liberó de los ojales cada botón de la blusa, como si deshojara pétalos de una flor. Sus delicados pechos y pequeños pezones rozados se mostraron agitados por una respiración de pánico y angustia. El gemir del llanto y el rezo eran uno. Sus ojos desbordados en lágrimas difuminaban la visión.

Tomó los escapularios y sobre el virginal vientre desnudo los frotaba, lentamente. La boca entreabierta mostraba los chatos y torcidos dientes manchados mientras la punta de su lengua enjuagaba los labios. Su pecho y abdomen flácidos se juntaron sobre el aterrorizado cuerpo que miraba fijamente las velas que derramaban lágrimas ardientes por la flama que las desgarraba. Sus largos y temblorosos dedos se deslizaron con unos escapularios hacia su pubis, ultrajando el sagrario de su virginidad. En la penumbra, la sombra grotesca del vetusto cuerpo manchaba la pared con sus movimientos bruscos y torpes ante el silencio y la mirada inmóvil de las imágenes sagradas.

El día amaneció nublado, un gris plomizo amenazaba lluvia, Lucio caminaba pausadamente con su prominente abdomen por la angosta acera de la calle paralela a la plaza. Una brisa suave pero fría recorría el callejón levantando el polvo. Sintió recorrer por su cuerpo un escalofrío inusual. Su hija de catorce años sentada al borde de la acera balanceaba el cuerpo sin cesar, apretando con los brazos y manos las pantorrillas. La cabeza entre las piernas. Lloraba inconsolablemente. Un escapulario colgaba de su cuello. Las lágrimas ya no virginales corrían por sus mejillas como estrellas opacadas por la suciedad de un alma perversa. Se oscurecieron las palabras, se congelaron los silencios.

Indignado y lleno de ira, Lucio se dirigió hacia la Iglesia, olvidó su dolencia de la pierna derecha y el sobrepeso que le hacía caminar pausado. Sus ojos encendidos por el fuego de la venganza y la rabia, reflejaban los rayos de la tempestad que se avecinaba. Empujó con fuerza el pesado y gran portón. Entró violentamente a la iglesia, hizo una genuflexión, se persignó, caminó lentamente por el pasillo central. Los ojos del Cristo en el altar, leían lo que su pensamiento retrataba. Tres escalones, a su derecha la pequeña puerta de la sacristía que abrió pausadamente pero con seguridad. Su mirada dio un breve recorrido. El silencio era sepulcral, un olor mefítico era patente. Subió la estrecha escalera, su mirada escudriñó la pequeña habitación en búsqueda del objetivo.

Para su asombro, la venganza estaba consumada.

La larga sombra del dorado cáliz caído sobre las tablas, manchado de impura sangre, temblaba en el piso, como el deseo de venganza de Lucio. Permaneció inmóvil unos segundos con la frente perlada por el sudor. Su respiración agitada rasgaba el sórdido silencio. Su mano lentamente ingrávida, se acercó y tocó el pecho que yacía en la cama, estaba inmóvil. Tomó el cofre de madera que contenía los escapularios y bajó la escalera escuchando en cada paso el llanto de su hija. Unos ojos pardos complacidamente vengados por la infidelidad se filtraban desde fuera por la tupida celosía de la ventana.


Esa tarde, la tierra árida agradecía la intensa lluvia que caía del cielo gris, la escorrentía de agua que manaba de los aleros lavaba los muros de la iglesia y empapaba los zócalos. Se aproximaban algunos devotos pobladores paraguas en mano. El tañido de las campanas se escuchó repicar en el pueblo y sus alrededores anunciando la misa para la bendición de los escapularios.