jueves, 18 de diciembre de 2008

Dos a cero

Fotografìa: Casa Batlló. FRANCISCO PEREIRA G.

Hace frío, la llovizna no cesa, y las farolas a su alrededor se cubren con un velo de gotas ámbar. Callejones empedrados, angostos perfilan las perspectivas y se desvanecen en la oscuridad. En los muros reverbera el sonido de los tacones apresurados que huyen de la lluvia y otros que buscan la penumbra. Las suelas desbordan los pequeños espejos y deshacen reflejos de anuncios y piedras trabadas. En los bares, el televisor recibe miradas aguijonadas, con cubatas y cervezas comulgan los fieles de esa religión. El Camp Nou a tope, las gradas cubiertas con ondeantes banderas azul y grana; Barcelona recibe al Madrid.

A media luz, entre el humo de los porros y el ron, la mirada mediterránea de sus ojos almendrados ―más grandes aún por el delineador negro que bordea sus párpados― me cautivó el día que la conocí en el bar. Una vez más fantaseaba ansioso de besar sus labios, acariciar su piel blanca, perderme en la lujuria de sus caderas y en las ondulaciones de sus senos. En esta oportunidad, un día después de mi llegada, acordamos vernos en el Paseo de Gracia, frente a la casa Batlló. Salí del laberinto del metro, lloviznaba y no traía el paraguas. El frío helaba mis manos; la izquierda la metí en el bolsillo de la chaqueta, la derecha tomaba el asa de la caja de cartón en la que llevaba el encargo; las piezas de cerámica que me había entregado su amiga en Caracas. Caminé hasta el frente de la casa. Mientras la esperaba, coloqué mi mano como visera para evitar que se mojaran los lentes y admiré las proporciones de la fachada, las delgadas estructuras de formas vegetales, huesudas. La policromía de las baldosas vitrificadas y el singular techo que simula el dorso de un dragón; ese, con el que tantas batallas se libran día a día. Detallé los balcones de piedra blanca, sus formas de antifaz guardan un secreto, un pensamiento, una verdad. Cuando sucumbía en un mar de emociones estéticas, tocó mi hombro.

Estábamos juntos de nuevo, deseaba ser su cómplice de acción y de razón. Un abrazo, un beso en cada mejilla, palabras alegres de bienvenida, por unos instantes imaginé un vapor exhalado de su boca en mi rostro y sus labios hurgando en los míos.

―¿Tienes hambre? ¿Qué te provoca?

―Tú― respondí.

―¡Se te ha ido la olla, vamos! ―la respuesta que me esperada.

―¿Podría ser una Pizza? ―Preguntó.

―Vale, una pizza.

Con un dialogo banal caminé a su derecha sobre el piso húmedo, a paso acelerado, la llovizna persistente mojaba mis cabellos, el vapor del aliento empañaba los lentes y las gotas de agua en ellos distorsionaban las imágenes. Pasamos frente a bares, tiendas, el museo Picasso, rodeamos el muro de la Catedral; me guiaba entre las callejuelas húmedas, oscuras, adentrándome en su mundo de aleros, escaleras, barras, humo, candilejas.

La pizzería estaba llena de gente, miraban el juego, esperamos unos minutos, y de inmediato, luego de una señal, una joven de rasgos y acento filipino nos adjudicó mesa para dos. La caja a mi derecha, sobre el asiento de cuero en una de las sillas.

Vistas las opciones en la carta, pedimos las pizzas, ella; chorizo picante, yo; queso de cabra y berenjena. La mesa de madera oscura contrastaba con los pequeños manteles rojos. Los vasos húmedos llenos de cerveza marcaron impenetrables circunferencias, círculos cerrados.

―A tu salud ―dije mirándola a sus ojos.

―Salud ―respondió con un mohín en sus labios.

Las horas pasaron inadvertidas al igual que la conversación; no recordaba los temas ni el sentido de las palabras que decía, ni las que escuchaba, sólo viajaba en el mar de sus ojos, guiado por la melodía de su voz en cada palabra.

―¿Me entregas la caja?

Caí en cuenta que no había platos, la cuenta estaba pagada y los cortados ya bebidos. Había llegado el momento del verdadero sentido de nuestra cena.

Tomé la caja, lento la alcé y la coloqué sobre la mesa. Una vez retirada mi mano, la aprehendió con seguridad.

―¿Quieres verificar que las piezas estén bien? ―le pregunté.

―No, ya habrá quien lo haga, lo importante y el verdadero valor está dentro de ellas.

―¿Dentro de ellas?― con extrañeza lo pregunté dos veces ―¿Y eso, porqué lo dices? sólo son piezas de cerámica.

―Nen, no creas todo lo que ves, ni todo lo que te digan. Vamos.

Desconcertado, empuje con mi cuerpo la silla hacia atrás, me puse la bufanda gris, el suéter y la chaqueta negra. El cuello se adentró en la solapa. Salimos al callejón. Me dio un beso en cada mejilla y unas palmaditas en la cara. Me dijo:

―Gracias por tu compañía, y más por el favor, vuelve al hotel, mañana te llamaré.

La llovizna persistía, me fui, empuñaba mi deseo dentro de los bolsillos. La vida te lleva por los más diversos caminos, pensé, y por unos instantes me detuve de nuevo frente a la casa Batlló, y al contemplar una vez más sus balcones, me di cuenta que sus ojos fueron mi propia mentira.

Por el Paseo de Gracia un grupo de jóvenes alegres, exultantes, marchaban con banderas y trompetas, desvanecieron mi pensamiento; Barsa 2, Madrid 0.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

¡Ni Hao!

Fotogrtafía: Presente y futuro (Sahnghai) Francisco Pereira. panchoper@gmail.com


En esta oportunidad podrás leer este post en el Blog de
LOS HERMANOS CHANG

Te invito hacer click en:

http://hermanoschang.blogspot.com/2008/11/ni-hao.html
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sábado, 29 de noviembre de 2008

Tribulación

FOTOGRAFÏA: Anthurium C.SIGMA http://www.flickr.com/photos/piccola_cri/2652744332/

El canto de tu piel embriaga mi juicio.

La razón traspasó el umbral,

y en la vesania, mis labios rozan las colinas.


........Palpo la luz.


Fuego en mis venas, laso mi poder.

¡Oh Medusa! petrifica mi desgracia para avivar el anhelo

y conducirla por segundos,

a la suspensión de su ser.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Sueño ejecutado

Fotografía: Sueño, Deseo o Pesadilla /4. MMISTICOO. http://www.flickr.com/photos/_mistico_/382830253/


Recordó la oración que decía cuando niño cada vez que iba a dormir; ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, porque si no, yo me perdería. Deseó colocar su cuerpo como lo hacía en el útero de su madre, y darle la espalda a la pared roñosa que había marcado sus días. Las piernas rozaron el frío de la cama, la almohada se enraizó en el cabello bruno, lacio.

―Por favor ¿pueden apagar la luz?

Ojos vacíos y fríos velan su sueño, palpan sus brazos, hincan su vena. La noche se ciñe a su cuerpo. Los párpados ahogan su mirada. Desvencijado cede, lento se distiende. Un ligero sobresalto, se estremece, la pierna se contrae, el sueño se restablece; oscuro, profundo. Huye el consiente en el río que baña las orillas del tiempo, ahora infinito.

Con los brazos abiertos corre hacia el mar, las olas golpean el pecho y se abraza con sus hijos; rostros ásperos, secos, ríen a carcajadas, y una voz sutil lo llama, la mano acaricia su nuca y peina la melena viéndose entre sábanas floreadas, amordazado por los pechos turgentes de su amante; en ese instante, cuando las piernas se asen a su cadera, resbalan; el vacío irrumpe en el vientre al desplomarse por un abismo sin fin, acompañado de cuerpos desmembrados de mujeres violáceas que con sus bocas azules y dedos afilados, desgarran la piel de sus manos y envainan en su corazón.

Exhaló profundo.

Tres y quince de la madrugada, la sentencia se ha cumplido.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Epitaphĭus

Fotografía: Whats the buzz ? AUSSIEGALL. http://www.flickr.com/photos/aussiegall/1364664037/

Tarde comprendió que el hilo de palabras ofrecidas por Ariadna era el camino para encontrarse. Sin tiempo para abjurar, perdido en su laberinto, con gotas rojas de pesar diluidas en lágrimas, escribió:

Aquí sólo yace el envase. El contenido; mi alma, se encuentra en la policromía del amanecer. En el frágil rocío, el trinar de los Cristofué y el jolgorio disonante de las Guacharacas. En el viento céfiro que mima los jazmines y se impregna de fragancia. En cada abeja que hurga los estambres. En el vaivén de las olas del mar y sus níveos encajes que liba la arena. En los acordes y arpegios de un piano, una guitarra, un violín. En el sabor del mango y el amarillo enfurecido del araguaney. En la sonrisa cándida de un niño. En los aromas del café recién colado, del tabaco en una pipa, de las volutas del incienso. En la soledad de un camino. En la oscuridad infinita de la luna nueva. En la penumbra que rila a luz de velas. En las riveras dóciles del Capanaparo. Allí estoy.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Bella durmiente

Fotografía: Mosquito. Flickr.com

En la madrugada Gilda sacudió mi hombro.

―Pedro, mi vida, un zancudo no me deja dormir.

Giré el interruptor, y la luz sin consideración irrumpió entre mis párpados, me cegó.

―Descuida amor, duerme tranquila que yo lo cazo.

Si hay algo que no soporto es perder el sueño.

Tomé de la mesa de noche el arma letal para sorprender al mosquito. Recostado al copete azul capitoneado y con una almohada de plumas en mi espalda me mantuve en vigilia. Miré al techo, en la esquina hay telaraña. Recordé la versión de Sabina; le hace falta una mano de pintura.

La llovizna pertinaz irrumpe en el silencio.

Un zumbido a mi derecha. Las pupilas dilatadas buscaron al díptero que se escabulló. La cortina ondea. Gilda gira la cadera y su pierna torneada queda al descubierto; la cubro con la colcha, cuido su sueño. De nuevo el agudo revoloteo por mi derecha, no me muevo, sólo mis ojos.

Las gotas golpean los cristales de las ventanas.

Se posa en el lóbulo de su oreja. Se mueve, articula sus largas patas en búsqueda de la mejor ubicación para beberla. Las antenas tienen bigotes. Espero, le doy confianza para que succione. Su abdomen goloso comienza a inflarse de sangre, se hincha.

Una centella deslumbra la habitación; ahora viene el trueno…

Apunto con certeza y disparo la nueve milímetros.

Suspiré, apagué la luz y le dije.

―Amor, puedes dormir tranquila, ya lo maté.

lunes, 13 de octubre de 2008

Pupilas en tensión

Fotografía: Limpia vidrios. ESTEBAN GUTIERREZ. http://www.flickr.com/photos/estebangutierrez/656860042/

Como todos los días estaba lista para arriesgar su vida cada minuto. Vestía su braga verde luminoso, indumentaria especial que la protegía del frío y la aseguraba con sus arneses a la línea de vida.

El día inusualmente despejado, impregnado de azul con unas ligeras nubes que se transfiguraban con el pasar del viento. Recostada sobre el brocal que marcaba la diferencia de altura entre el piso 70 y la calle, había concluido de tomar su acostumbrado almuerzo que preparaba siempre la noche anterior. Solo veinte minutos la separaban de comenzar a oscilar como péndulo de reloj entre ventana y ventana. Reclinó su cabeza, perdió la mirada en el infinito con los deseos de superar sus limitantes económicas y soñar con poder —algún día— sentarse en las poltronas de las salas de reuniones y oficinas que veía a través de los cristales que con destreza limpiaba. El juego de la imaginación con la fantasía era incesante.

Atada a su cordel y sentada en la pequeña plataforma bajó hasta el piso sesenta y siete donde había culminado una hora antes. Humedeció el cepillo en el agua jabonosa y con ritmo ondulante bañó y restregó el plomizo cristal. Con el pequeño haragán de goma quitó los excesos de jabón, surgiendo ante sus ojos, la imagen de un maletín de cuero negro, con hebilla dorada. Abierto, con insinuación sensual, mostraba considerables fajos de dinero, billetes de alta denominación. Sus ojos se iluminaron, pasó unos minutos paralizada frente a la ventana, su mente era una montaña rusa que puso a prueba sus valores y principios. Advirtió la ausencia de personas en la oficina. Luego de una pausa determinó la posibilidad de entrar por la ventana en vista de que no estaba asegurada. Con la astucia de un felino, encorvó su espalda y el verde de su braga se fue apoderando del espacio, tanto como su ambición. Breve pausa, las muñecas pulsan, la respiración se acelera, la audición se afina. Caminó lentamente, la puerta de la sala de reuniones, para ella lealmente abierta, no hay nadie. El broche del maletín brillaba, coqueteó con su mirada. En la oficina contigua un robusto escritorio color café, sirve de pedestal a una balanza de bronce. Butaca de piel negra y de telón de fondo; placas, diplomas, títulos y honores. No hay nadie. A su derecha la romanilla en la parte inferior de la puerta indicaba la ubicación del baño, la luz estaba encendida, escuchó el continuo desagüe del lavamanos. Se agachó lentamente para mirar y hurgar en el recinto.

Su pensamiento volvió a la realidad, colocó el libro de cuentos en la repisa, el aseo riguroso, la liga a la cadera. El sonido característico de la succión del agua por el escusado. La blanca y fina mano empuñó la cerradura, giró y abrió la puerta, en ese instante avistó al limpiador de ventanas que colgaba en el exterior con su mirada fija en el plateado maletín metálico. Sus pupilas coincidieron, tensionaron, se desenlazaron pensamientos. Gladys con su blusa de seda verde, cerró el maletín, lo tomó firmemente con su diestra, caminó hacia la ventana, la aseguró, dio media vuelta hacia la puerta y apagó la luz.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Líquido

Fotografía: Universo líquido. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com


En el intento de olvidar, todas las tardes nadaba en la piscina.
.
Era tal la pena, que sus lágrimas no cesaban.
.
Un día, fue tanto lo que lloró y lloró, que en el agua se disolvió.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Buscándome

Fotografía: naed_nu's photostream . Espejos y mandalas IX. http://www.flickr.com/photos/moonaed/54961950/


No podía ver un balón en movimiento porque lo atacaba. La cadera zigzagueaba veloz y sus pies lo impulsaba con decisión al fondo del arco, o con una sutil ascensión lo encestaba en el aro; tres puntos.
El organizador, el conciliador, el amigo, el hermano. Negativos de la infancia Salesiana que aún permanecen en mis párpados cerrados.
En la soledad del exilio, dribla los minutos convertidos en horas, reta sus sentimientos con palabras sobre una impoluta hoja de papel.

Hay exilados de cuerpo, pero no de corazón.

De mi amnigo de infancia, José González Palmero; "Gonzalito"

Vago por una casa de espejos
veo imágenes,
reflejos distorsionados
de un desconocido.

Alguien que he visto
y que en realidad no conozco.

Grito mi nombre,
el eco vacío responde,
me dice; espera,
todavía no es hora.

No estoy solo.
Hay momentos que creo estarlo,
siento como si lo estuviera.
Solo, perdido.

Al igual que el río desbordado,
veo nuevos horizontes

Te buscaré.

Se que tú
también estarás buscando.

Esperaré por ti
como espero el despuntar del alba
y la puesta del Sol.

Escucharé por ti el susurro del río,
el canto de las ramas.

Y si mantenemos abierto el corazón,
seguro atravesaremos
los umbrales de la soledad
y alcanzaremos el calor del amor.

Vigilo,

escucho,

espero.

Debo ser paciente,
todo tiene su ciclo.

Hoy el tiempo se ha detenido.
Un minuto todavía es un minuto,
una hora aún es una hora.

Sin embargo,
el pasado y el futuro
cuelgan en perfecto equilibrio
enfocados sobre el presente.

Un dulce fluir de emoción
me da calor.
Tú estas cerca.

....Pareces insegura…

¿Estas lista?
¿Me reconoces?

....Pareces insegura…

¿Ofrezco muy poco,
o es demasiado?

....Pareces insegura…

¿Es demasiado tarde,
o demasiado pronto?

Si, tú eres.
Comprendo, porque
también yo soy.
Cada uno de nosotros existe,
separado,
solo.

Esta es tu primavera,
tiempo para florecer
para ser.

¿Estarás conmigo?

Lado a lado
Juntos, tensión de opuestos.
A pesar del uno y del otro,
debido al uno y al otro.

Puedo pensar en tiempos pasados.
Cuando creí ver
creí escuchar.

Lugares que he visitado
Pero que realmente no viví.

Soy un niño.

Espero con ansias cada nuevo día,
Con una sensación de aventura
Hay tanto que aprender

Tu presencia
trae paz a mi corazón.
Tu caricia
es el calor del Sol.

Pero…
La senda del amor
es tan frágil.

Anoche te tuve en mis brazos,distante,
convencido sólo a medias
de que estabas donde querías estar.

Tú me abrazaste, insegura,
percibiste mi duda.

Oh, amor

Hoy, todo el día
he pensado en ti.

He estado solo antes
y creí conocer la soledad.

Estaba equivocado.

Esa noche me dolió
....lloramos.

Me sentí culpable,
hablamos,
discutimos,
....lloramos.

Nos abrazamos
....lloramos

Juntos.

Quiero gritarlo
¡Despierta! ¡la vida está aquí! ¡vívela!
Escucha la música
que te rodea.

Sin embargo cada quien tiene que encontrarlo.
A su manera,
a su tiempo dado
el despertar, florecer.

Aquellos que lo hallan son afortunados
Llevan un aura especial.
Una mirada de belleza y compresión
paz y sabiduría.

Me aprecio
debido a ti

Estoy aquí hoy,
existo.

Me importa

Amo.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Falo felíz

Fotografía: Triangleplease. S.F. RADZIKOWAKI http://www.flickr.com/photos/15303498@N00/62204826/

¡Agrande su pene de 2 a 10 cm..., en casa! ejercicios para el pene 100% naturales, ¡sin bombas de vacío, sin píldoras, sin aparatos!

Así decía un aviso desplegado en la prensa este fin de semana. Estaba dirigido a un nicho de mercado lleno de inconformes que crece cada día ante la fantasía de tener el pene ideal ―y ellas también―. Una de las angustias secretas más frecuentes, es no lograr satisfacer a la pareja por el tamaño del miembro viril. Aunque algunos lo poseen sólo para hacer pipí o para conciliar el sueño, otros sufren de insomnio por la preocupación de verlo de manera anoréxica, siempre como un chigüí Pepito. Pero, ¿cuáles son las referencias? nada más que las imágenes de los superdotados protagonistas de las películas XXX, los cero grasa de Venus, los morenos con sus Big Monster o los inagotables desfloradores de oficio en RedTub.com que hacen que todo se vea diminuto. Y como si no fuera poco, ante tales dotes otorgadas por la naturaleza, las reacciones de las bien formadas e insaciables con cara de malvadas, gimiendo en susurro; yes…, yes…, yes…, fuck me baby.

A diferencia de las mujeres que en un dos por tres cambian la talla de los senos, los hombres deben afrontar su problema de baja autoestima con mayor resignación y recurren a ofertas para alargar y engrosar el miembro viril con aparatos succionadores al vacío, cremas, pastillas, masajes, ejercicios, pesas, prótesis y hasta operaciones de corte de ligamentos ―yo, primero muerto―

Esto me hace recordar a Gustavo; Cara e´jeva, así lo bautizó en la clase de educación física, Milton, el jodedor del salón. Desde ese día perdió su nombre. Era un chamo de dieciséis años; bajo, delgado, de pelo negro y lacio, de finas facciones. Si bien se parecía a sus hermanas, sin duda alguna, ellas estaban mejor.

Una mañana apareció escrito en el pizarrón el mensaje: Cara e´jeva no tiene pipí. Las risas y el señalamiento de todos los compañeros no se hizo esperar.

Gustavo no asistía a las clases de natación, presentaba excusas médicas, indisposición o cualquier dolencia muscular. Un día decidió hacerse respetar. Milton se encargó de anunciar a los compañeros de la sección B, que Cara e´jeva estaba en el vestuario e iba a la piscina. Lo esperaron, unos chapoteando en el agua clorada y otros sentados alrededor de ella.

Gustavo salió de los vestuarios. Caminaba confiado. Un bulto prominente se notaba en su traje de baño de licra negro. Se escucho un grito ―¡Gustavo, cuñao preséntame a tu hermana!― Se acercó a la orilla y se lanzó de clavado, nadó seguro hacia la escalera metálica, sus manos empuñaron la baranda, se impulsó y subió por ella. Su cuerpo brillaba, el agua le chorreaba. Del traje de baño, por el entrepierna, le nacían gruesos hilos empapados de papel higiénico blanco, resbalaban por a los muslos. Las risas y burlas no se hicieron esperar. Gustavo ruborizado se los quitó y con sus ojos aguados se fue en carrera al vestuario destilando agua y papel. Nunca más volvió al colegio.

Hace dos meses lo encontré en el facebook, nos escribimos, pude ver unas cuantas fotos en su página. Vive en Melbourne, es biólogo marino, está casado con una bella ex actriz porno australiana y tiene tres hijos.

¿Qué tal?

viernes, 29 de agosto de 2008

Lluvia anónima

Fotografía: Why don't you look at me. VAL-. http://www.flickr.com/photos/val-/2698140088/

Densas nubes se constriñen sobre las faldas del cerro El Ávila. Estoy sobre la hora, y mi mano sostiene el cuaderno para tomar los apuntes. En la calle, la luz ámbar tenue de los faroles ilumina los árboles espesos, proyectan sombras que danzan al ritmo del viento en homenaje a las Híades. Apuro el paso, a la distancia veo un carro estacionado sobre el brocal, tomo precaución; a un lado, una persona se acoda en la ventana del auto. No hay rostros, la oscuridad los ampara. Al acercarme, con una mirada rápida, de soslayo, distingo detrás del parabrisas fisonomías desdibujadas. En ese momento giró la cabeza y descubro sus facciones en un claroscuro escudado por la melena. Una imagen que comenzó a perturbarme toda la noche.

Una vez en el recinto tomo asiento, espero con paciencia que se regularice el ritmo de los latidos del corazón. Llevo en la mente la mirada fugaz que penetró mi consiente y se alojó en los recónditos espacios de la memoria. Me dije ―tranquilo, no pasó nada― me calmé, se fue aquietando la ansiedad.

Alrededor de una mesa rectangular, en cuatro filas laterales de sillas, los asistentes colmaban el salón. Comenzó la exposición y mi atención se centró en las palabras de la oradora, en el análisis del tema. Los apuntes en azul comenzaron a llenar las páginas del cuaderno. Sin embargo, la intuición me decía que algo sucedería esta noche y no sería para el olvido.

Transcurridos unos minutos percibí una presencia suprema que ingresaba en la sala, me volví a mi izquierda y en el quicio de la puerta se materializó su figura. Incrédulo, atisbé impávido la imagen que minutos antes se había cruzado en mi camino. Una centella penetró en mis ojos y se insertó en el pecho que ahora volvía a galopar a toda prisa. Dos sillas en la misma línea, me separaban del asiento en el cual se ubicó. Desde ese momento mi atención cambió su punto focal.

La luz de la sala me devela su rostro. Me siento invadido ante la armonía estética de una ninfa. El tiempo, las palabras, las intervenciones se distorsionan en susurros. No puedo mantener la mirada en ella como quien se embulle en un Monet o un Degas. Mis esfuerzos por verla y extasiarme con la lozanía de su piel broncínea, se hacen cada vez más insistentes pero me esfuerzo en no expresar interés, ―¡párate, busca agua, cambia el ángulo de la visión!― me digo. Lento voy a la pequeña mesa, tomo un vaso, me sirvo. De pié y en pausados sorbos bebo, observo su apostura gentil, la cabellera oscura con destellos caoba enmarcan su fino rostro. La blusa nívea, ceñida, resalta los contornos de la cintura y sus senos turgentes. Mi deseo era quedarme allí, observándola, sumergido en la fascinación de un momento onírico. Ya no puedo tomar más agua.

La llovizna armoniza con mis pensamientos. Un viento céfiro invade el ambiente con olor a hierba húmeda. La charla prosigue y yo insisto disimulado en verla a mi izquierda, hurgando entre las dos personas que se encuentran a mi lado. En un cruce súbito de miradas aprecié sus ojos brunos como la más estrellada de las noches sin luna. La lluvia se intensifica, fuerte se precipita. Del cuaderno de apuntes he abandonado las hojas, permanecen solas, no hay ideas ni resúmenes que plasmar en ellas.

Un comentario gracioso hizo reaccionar a la audiencia, volví a verla, sus delicados labios se entreabrieron para ofrecer una fulgurante sonrisa al momento que sus finos dedos, sensuales, recogían el cabello detrás de su oreja con el leve movimiento de su cabeza.

El deseo de dirigirle la palabra, intercambiar ideas, conocer su nombre me ronda toda la noche, ―el momento oportuno es al final de la charla― me dije, con la seguridad de un Mariscal que despliega el plano en la hierba del campo de batalla para trazar la estrategia de avanzada. La lluvia comenzó amainar. La charla terminó y los asistentes se levantaron de sus sillas en búsqueda de la salida. No sé si pasaron unos segundos o unos minutos, pero al buscarla ya había desaparecido. Al final no sé si fue una ilusión o realidad. Era demasiada limpidez en un ser.

La gotas redoblan en el paraguas, me abro paso sobre los reflejos de la calle húmeda. Entré en mi carro, lancé el cuaderno, giré el encendido del motor y avancé rumbo a otro sueño que no lo borrara la lluvia ni desvaneciera el nombre de una bella desconocida.

viernes, 22 de agosto de 2008

Humo de letras

Fotografía: With Pipe and Book. GREGORY PEASE. http://www.flickr.com/photos/glpease/2476751268/

Su estudio es la cueva que lo alberga en días luminosos, tardes de lluvia y madrugadas silenciosas. Allí, en su intimidad, se encuentra con las ilusiones, miedos, alegrías, amores y desengaños, porque la lectura y la escritura son un acto que abraza la soledad. La luz incandescente intensifica el amarillo pálido de las paredes. Frente al escritorio, en la silla ocre se sentó, y su espalda, en los tramos pandeados de la biblioteca, los libros esperan que sus dedos los toquen, sus hojas desean sentir la luz y su mirada. La lámpara en el techo, se refleja en el vidrio transparente, comprime el fieltro verde y las imágenes que le llevan al pasado cercano y remoto. En minutos, su pensamiento iniciará un viaje que le dará horas de paz.

Toda su vida le ha desagradado el olor del cigarrillo, pero a él le gusta fumar pipa cuando lee o escribe. Concibe el acto como el rito de un chamán. En cada inhalación las palabras toman cuerpo, y en la exhalación los pensamientos se elevan.

Sobre el escritorio, a la izquierda, la pipa reposa sobre un pedestal de madera. La toma y acaricia la superficie lisa, opaca por la pátina del tiempo. La boquilla muestra las marcas que ha dejado en ella por el uso. La separa del cuerpo de madera, la desarma y limpia con sutileza para extraer las impurezas. Contra la lámpara, mira a través de su conducto para cerciorárse de que no exista obstrucción. Con ligero empuje, calzan, se unen, macho y hembra se acoplan. La introduce dentro de la petaca que emana un aroma embriagador. Los trozos de tabaco la llenan. Su dedo ajusta la picadura, las hebras se condensan lo justo, lo necesario.

Levanta su cabeza y se pierde en la hojas dibujadas, pegadas a las blancas puertas del closet: monstruos voladores azules y rojos, un cohete que coquetea con las estrellas, el cangrejo naranja flirteando con olas azules del mar, Hulk con sus enormes puños verdes y unas letras policromas que dicen; papi te quiero.

Se volteó, los títulos competían en los lomos de colores. La mirada recorrió una y otra vez cada estante, de arriba abajo. Extendió el brazo y el índice decidió, haló a quien lo acompañaría esta noche. Un libro tímido, pequeño y flaco fue el favorecido. Lo colocó sobre el escritorio.

Llevó la pipa a la boca, arropada por la comisura de los labios, la sujeta con los dientes. Hala la argolla de bronce, toma la cajetilla y saca de ella un fósforo, lo rasga contra la tira áspera y una chispa lo enciende, ilumina sus dedos. Acerca el fuego a la picadura y con inhalaciones la llama se excita, el humo grisáceo, grueso, invade el rostro y una nube pinta el aire. El aroma a vainilla irrumpe el ambiente.

Cruza la pierna sobre la rodilla, toma el pequeño libro, al azar, selecciona una página, lo posa sobre su muslo, exhala una bocanada de humo y lee de Jaime Sabines:

LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Se amolda la pipa en su mano; cóncavo y convexo. Los labios entreabiertos expelen el humo que calma la ansiedad y centran su espíritu.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos,
sólo locos,sin Dios y sin diablo.

La picadura crepita con cada aspiración, el fuego actúa con elementos afines. Expulsa, múltiples cintas que danzan en el aire, es la comunicación mística con el universo a través del humo, del fuego. Las palabras y el humo se elevan, se seducen

Los amorosos salen de sus cuevas,
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Un recio sabor contrasta con el aroma. Su rostro se cubre con otra bocanada de humo, se desdibujan las letras. Su mano siente el calor de un incendio como la ascensión de la kundalini; el calor de la vida, el calor de la palabra.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.

Sus párpados se cerraron por unos largos segundos, en búsqueda de la neutra oscuridad, tomó la pipa y la mantuvo en la mano, su pensamiento daba sentido a las palabras enardecidas. Abrió los ojos y miró al frente uno de los tantos dibujos; de una lámpara de aceite amarilla, sale una voluta de humo que se transforma en un genio. El genio que acompaña a cada hombre como su doble, su demonio, su ángel guardián, su consejero, su intuición.

Inhaló la pipa, pasó la página y prosiguió inmerso en el aroma de la lectura.


domingo, 10 de agosto de 2008

Mango bajito

Fotografía: Mango - Cropped Version VELACHERY BALU
El ulular de la sirena se escucha cada vez más cerca, vecinos curiosos se van reuniendo, los faros rojos y azules de la ambulancia se asoman en la perspectiva de la calle. Hay quienes dicen que le pasó por bruto, otros que era ladrón, unos, por atrevido, y no falta quien se apiade de él y comente; pero si es un pobre hombre. Acostado en el suelo, con la mirada agónica, sólo tenía fuerzas para sujetar con su mano la bolsa plástica a la que se aferraba.

Vive a orillas del río El Valle, en el ribazo, debajo del puente Los Chaguaramos. Entre dos pilares, unos cuartones de madera sostienen las improvisadas paredes de cartón. De la cuerda de nylon guindan ropas húmedas, roídas, desgastadas por el tiempo. Un olor estomagante acompaña el agua turbia y arremolinada que se desplaza río abajo, llevando consigo parte de la diaria historia del sur oeste de la ciudad.

Los pilares cuatro y cinco los ocupa su amigo Pepe. Con él comparte historias, cigarrillos y la cocina; un fogón de cuatro ladrillos que sostienen una rejilla torcida. A un lado, trastes de aluminio curtidos y golpeados. Allí cocinan las verduras y trozos de carne que consiguen en los basureros de los restaurantes o los desperdicios que dejan los vendedores de legumbres en la avenida Teresa de La Parra.

En el andar por la ciudad sus palabras enlazan el día, hurgando papeleras, bolsas negras, extendiendo la mano a uno que otro transeúnte bajo un cálido día de cielo azul. El estómago de Pepe reclamaba las horas sin comida. Con desparpajo entró a una panadería en búsqueda de pan, pero de ella salió como perro espantado a palos.

―La comida te llega― le dijo Roberto ―se encuentra en cualquier lado, de algún modo tu boca la alcanza: la consigues en un basurero o extiendes la mano y alguien que se apiade te regalará un trozo de pizza, y hasta en una mata de mango consigues alivio . Soy pordiosero, mendigo, pero no de la sonrisa ni de la alegría. Te cuento que Matilde, mi mamá, durante mi embarazo, una de las cosas que más se le antojaba, era ir a comer mangos en un sembradío, al pié de la mata, en las afueras de Valencia. La fruta caía del cielo, amarillos, maduros, tibios por el sol. No hacía falta ningún esfuerzo para agarrarlos. Esa es la fruta que más me gusta, el mango de hilacha. Cuando estudié primaria; porque yo estudié hasta sexto, (porsiacaso no lo sabías) en esa época, en el instituto, cuando no tenía dinero para comer, aprovechaba el primer receso para recoger los mangos caídos en el patio, y algunos otros que guindaban en racimos, los apuntaba con una piedra o un mango verde y de un golpe los tumbaba. En el segundo receso, me sentaba a deleitarme de ese sabor dulce, amarillo, lleno de hilachas que me trenzaban los dientes, pintaban mis labios y enjuagaban las manos; igual que mi mamá. Creo que por eso hice resistencia estomacal a la fruta ya que jamás me dieron dolores de barriga y menos diarrea. De niño, en esa época nunca tuve hambre. Desde entonces respeto a los árboles de mango, me gustan, les doy las gracias por regalarme su fruta, ese hierro amarillo que luego se vuelve rojo en mis venas. Cuando veo un mango en el suelo siento que me llama a gritos, me pide que lo muerda, que lo saboree. Lo recojo, porque está allí para brindarme su textura suave, viscosa, jugosa, ese olor y sabor a trementina que tiene al halar con mis dientes la piel resistente, verde amarilla. Un mango, es un regalo que nos brinda la naturaleza, ¿no te has dado cuenta que la mata nunca se seca, siempre está frondosa? como si nunca se muriera.

Llegaron a una calle en la que habían árboles de mangos en los jardines de las casas y edificios, sus ramas frondosas ofrecían racimos cargados de la fruta.

―Roberto, vamos a tumbar unos mangos.

―Me trepo en la mata que está cerca del muro y agarro los maduros, cuando esté arriba muevo las ramas y los que caigan los recoges― dijo Roberto

Tomó una bolsa plástica, se descalzó los desechos zapatos, como un gato sus pies roñosos escalaron el muro y de un salto se apuntaló en el tronco. Las manos se hacían de las ramas, lento se acercaba a los racimos de mangos, uno a uno los desprendía, los colocaba en la bolsa. Las hojas lanceoladas que escondían de su vista los frutos, eran apartadas por los dedos acerados con largas uñas.

Un racimo de ocho mangos maduros, brillan con la luz naranja de la tarde, la brisa los balancea. Para alcanzarlos posó el pié en una rama. Su mano derecha agarró un vástago superior, tomó impulso y el pié perdió el soporte, quedó al aire. Con la mirada fija en el racimo, sintió el vacío; los mangos se alejaron, se escondían entre las hojas que cada vez se hacían más pequeñas, y la copa verde lentamente se distanciaba. Sintió un golpe en su espalda, los brazos cayeron sobre la tierra húmeda, su mano sostenía firme la bolsa. Los mangos, lejanos, se desvanecían en una oscuridad absoluta.

Pepe le gritó, pero no tuvo respuesta, pulsó insistente el timbre de la casa. Ante los gritos desesperados los vecinos se acercaron. Se abrió el portón del garaje y al entrar encontraron a Roberto tendido en el piso con la mirada perdida.

― ¡Aún respira!― dijo una señora sin atreverse a tocarlo.

―Coño no te vayas a morir, no me eches esta vaina― le decía Pepe arrodillado y con ojos húmedos.

―Esos desgraciados trataban de robar― gritó histérica la dueña de la casa.

Llegó la policía y los paramédicos. Hicieron preguntas, estabilizaron e inmovilizaron en la camilla a Roberto y lo metieron en la ambulancia.

―Señora, acompáñenos como dueña de la casa― le informó uno de los oficiales

―Ese mendigo no es nada mío― le espetó con desagrado.

―Pero mio si, yo le acompaño― Respondió Pepe, con las manos esposadas en la espalda a la altura de la cintura.

Pepe caminó pausado hasta la ambulancia, al pasar frente a la dueña de la casa la miró fijo a los ojos diciéndole;

― La diferencia entre usted y nosotros es que no somos mendigos de alma.

Entró en la ambulancia, veía el dolor en el rostro de Roberto. El paramédico se dispuso a cerrar la puerta cuando le dijo;

―Por favor me da la bolsa con los mangos, también son familia de Roberto


miércoles, 30 de julio de 2008

COLORIDO DESCONSUELO

Fotografía: Sueños al viento. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

a Marizandra
Migran en vuelo mil recuerdos verdes
y mil palabras azules
y mil deseos rojos
y mil sonrisas amarillas

Vida infinita, roce de piel blanca
desgarran la conciencia palabras naranja

Esperanzas muertas al atardecer violeta
sentencian la ausencia lágrimas negras

lunes, 21 de julio de 2008

Reclamo nocturno

Fotografía: Sin palabras. photographer padawan http://www.flickr.com/photos/7933170@N03/577879590/

Tengo siempre pesadillas cuando ceno arepas de chicharrón rellenas de caraotas y aguacate, pesadillas como la de anoche, en la que me veía caminando por el Cementerio General del Sur, entre escombros y maleza, inmerso en la oscuridad, a golpe de martillos y cinceles, caminando detrás de mí un verdadero espanto, uniformado con chaqueta azul oscura de botones dorados, el propio General Joaquín Crespo, a quien le faltaba una pierna y cuyo sable le servía de bastón, se acariciaba la barba con una carcajada sardónica, mostrándome su lengua negra y babosa, señalándome luego a María Francia, la joven que lleva la falda por las pantorrillas, llena de encajes que son girones, muy sucia ella, el cuello con medallas de graduación, los libros sujetados bajo la axila, y yo que me escondo tras un sarcófago de mármol, para ver salir de entre una lápida, falto de costillas, a Don Bonifacio Flores, primer muerto enterrado en este cementerio, quien llama a los otros dos para que me rodeen, me cerquen, todos con sus caras huesudas, descarnadas, y sobre todas las impresiones el frío que se acentúa, el viento ululante que trae voces, las voces de los que ahora maldicen a los sepultureros, a los que profanan sus tumbas, a los que venden sus huesos para hacer brujería, y el miedo va creciendo mientras recuerdo películas de Drácula, elevo mi crucifijo para alejar todo mal y evoco nubes densas entre las que aparece Ultraman, de pronto bajo la estocada letal del General, quien lo deja inconsciente, el bombillo rojo tembloroso, tendido sobre el panteón de los Ibarra, espantos revueltos que no concilian el sueño de los muertos.

Me di vuelta, mientras cubría mi cara con las manos, y grité: ¡Me robaron los dientes! Me hincaban un palo en el costado, que en verdad era el codo agudo de Amalia, mi mujer, amanecida con un aliento de basurero: ¡Coño Miguel, no jodas, párate y tómate un Alka-Seltzer!

miércoles, 2 de julio de 2008

Espuma roja

Fotofrafía: ¡A por ellos! SILVIA DE LUQUE http://www.flickr.com/photos/alhambra2006/2611138861/

Liderizar el cuadro de goleadores no es tarea fácil en la liga y menos estar a un tanto de superar la marca que por más de una década se ha mantenido imbatible. Hoy es un día que hubiera deseado compartir con su padre, a diferencia de aquel domingo de abril hace ya veinte años.

Los brazos se deslizan entre la tela, la luz de la lámpara se tamiza por la camiseta y su cabeza emerge de ella ciñéndose al pecho ahora azul y naranja. Se coloca el protector en la pantorrilla, recoge la gruesa media, la tensa con los pulgares y sus dedos se hunden en ella, se tiñen de azul. La resbala suave por el empeine y el arco; en el talón, siente la protuberancia, la cicatriz que lo acompaña desde la infancia. Fija su mirada vítrea en ella y las olas rompen en sus diecisiete puntadas y miles de burbujas se extienden como mantel de fino encaje. La sonrisa permea un sabor salado, recio. El aroma a yodo que trae cada ola embiste sus sentidos. Juega, corre, salta una y otra vez con la pelota de colores. Se impulsa con ímpetu y extiende sus brazos para atrapar el arcoíris; al caer, un filo se inserta: el abdomen se contrae, la espalda se encorva, cede a la fuerza de su peso y la pierna derecha se recoge; un rayo invisible le invade, recorre sus entrañas y acierta en su pecho. Estalla el llanto y el grito desesperado, repetido, ¡Papá! Ya no escucha el tintinar del heladero, el cielo se confunde en los cocoteros. El arcoíris ha caído, se diluye, se aleja, tiñe de rojo la espuma. Su padre acude en auxilio, lo alza en brazos, lo acuna; en el rostro inocente se deslizan lágrimas de terror, de dolor, se aferra al cuello. Cuelgan sus pequeñas piernas que desatan un hilo que marca el camino andado.

Con la angustia y serenidad que dicta el amor de padre, lo estrechó en su pecho, besó la frente y le dijo; tranquilo papi, jamás serás vencido como Aquiles.

Sintió una palmada en el hombro y al oído una voz que le decía; vamos al campo, hoy te esperan laureles, entras en el Olimpo..

miércoles, 25 de junio de 2008

Madrugada sedienta

Fotografía: Caminante. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

Los cordeles de la carpa se tensan, resisten la fuerte brisa que arrastra un olor a tierra mojada. En la oscuridad, los árboles agitan sus ramas y desprenden hojas que caen con las primeras gotas. Mañana la caminata será larga, monótona, el llano es inclemente en esta época del año. Los parpados con el peso del cansancio de la jornada se mueven pausados, me adentro en el “sleeping bag”. Apoyo mi cabeza sobre el brazo, el repique de las gotas en la tela son un canto de cuna. -Ahora no puedo hacerte el amor mi Valentina.-

Los retos exigen sobreponer debilidades, la cuesta severa ofrece resistencia, el sol infame punza mi rostro, la mochila castiga la espalda, las piernas rehílan en cada ascenso. Reflejos brillantes toman por asalto mi frente, surcan las mejillas y humedecen mis labios angustiados. No sé cuanto hace que bebí el último sorbo de agua. Dejo atrás una línea perfecta que limita lo humano de lo divino, la mente no conoce convenciones de tiempo; minutos pueden ser horas. La lengua áspera, rugosa; la saliva gruesa, escasa, empegosta el paladar, mi garganta rasga la respiración. La humedad de mi piel moja la franela; está más oscura, salada. Me detengo; en la tierra seca las hormigas mantienen su línea. Mis gotas de sudor caen como cristales y estallan, rompen su orden. Alzo la cabeza, me mira, estoy con él, a solas, me reencuentro con mi yo, con ese otro que me cuestiona, acusa, ese antagónico que culpa desde la infancia con golpes en el pecho toda decisión, toda acción.

Los árboles sin hojas han elevado su altura, me hago pequeño, sin embargo mi sombra resplandece y los cubre, es un espejo que muestra los recovecos del ser que habita en mi interior. Inmerso en el despiadado calor, el ardor de la ampolla en el talón marca el paso sobre las hojas desvencijadas. Hurgo con la lengua mis encías en búsqueda de una gota de saliva.

Avisto un tejado, advierto la posibilidad de encontrar agua, desentierro mi voluntad, me acerco. La casa con paredes de piedras tiene la puerta abierta. Ya en el umbral, con voz jadeante pido agua.

Unas manos ásperas, fuertes, me toman por el cuello, tapan mi boca; siento la humedad en sus palmas. Con violencia me arrojan al suelo y mi rostro se empapa de un líquido tibio, pastoso, que mana de una herida profunda en la garganta de una mujer, ¡es mi Valentina! sus ojos vítreos miran las vigas del techo.

Me asfixio, el líquido penetra por mi nariz, unge mis labios ansiosos, las papilas escrutan el sabor ferroso y exhalo un sonido hueco, no sé si de dolor o morboso placer. La presión en el cuello se hinca contra el piso, ya no padezco, experimento el goce de beber, beber y beber. En un instante retorno a mis sentidos; la humedad de la tierra invade mi espalda. Los troncos convergen en perspectiva al cielo, sus abanicos verdes filtran haces de luz que se posan detrás de las siluetas de dos hombres que derraman sus cantimploras en mi rostro.

Las pupilas dilatadas, angustiadas, se adecuan a la oscuridad. El corazón presiona mi esternón, la respiración es violenta, rápida. La carpa se ha roto y la lluvia me moja. Son las tres de la madrugada; debo moverme rápido. Se ha filtrado en el bosque la luz de un rayo que me indica que la tormenta no amainará.

sábado, 14 de junio de 2008

Entre la tiza y la pared

Fotografía: CRB002651. ROBERTO D ANGELO http://www.flickr.com/photos/roberdan/64881684/

Llevo el peso de su mirada a mis espaldas, la pregunta suplicante rompe en el acantilado de mis sentimientos. El resultado positivo de compatibilidad en la prueba médica, tomar una decisión que evado, hacen el tiempo pesado. Mi punto de vista, suspendido, domina el salón en todas sus direcciones. Este espacio es diferente al de semanas atrás. Ojos en blanco y negro, enmarcados, colgados en las paredes posan sobre mí sus miradas agudas, vigilantes, pendientes de una respuesta. ¿Por qué he de desafiar mi naturaleza humana?

Tengo que ir al mercado, la nevera está vacía, para mañana no hay nada con que hacer almuerzo.
.
Esta mesa de madera es simétrica, dieciocho sillas la bordean, hay armonía, equilibrio ¿Por qué he de perder mi simetría? Ella es la perfección de lo humano y lo divino. Estos seis planos que me rodean me comprimen y un globo inflado en el pecho ahoga mis pensamientos, mi vida. Volteo a mi izquierda y allí está el pizarrón blanco, lo recuerdo a él, mi amigo, en el colegio, parado frente a la superficie verde, cansada, con la tiza en la mano haciendo un ejercicio de simetría matemática:

1x8+1=9
12x8+2=98
123x8+3=987
1234x8+4=9876
12345x8+5=98765
123456x8+6=987654
1234567x8+7=9876543
12345678x8+8=98765432
123456789 x 8+9=987654321
.
Miro al techo en busca de alivio, mitigando mi duda. Las luces blancas, de neón, ondulan en frecuencias idénticas, complementarias una de la otra, se necesitan. Mi cuerpo es un conjunto perfecto creado por el universo. ¿Tengo la potestad de mutilarlo?, ¿me dolerá?, ¿podré vivir en paz sin parte de el?

Mañana voy a buscar a Vinicio José, le prometí llevarlo al cine. Está grande, como ha crecido, que bello.

Oigo al ponente, pausado, lento. ¿Será tan elemental como quitar la pantalla de proyección de esta sala, o retirar la alfombra gris del piso? Seguro sería más frio el salón, helaría hasta los huesos. Frio como el quirófano. ¿Orinaré más o menos?, ¿Ámbar o más claro?
.
Quiero tomarme un café.

Escucho un sonido encajonado en la esquina, tocan la puerta de madera. Se abre y un hombre de mediana estatura, nos avisa; Son las nueve, estamos cerrando.

Podría alargar su vida, suprimir su dolor, ser un Dios.
.
Tengo que echar gasolina y ya es tarde.

Salgo de último, pulso el interruptor de la luz. El salón quedó a oscuras, mañana será otro día.

miércoles, 4 de junio de 2008

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

Fotografía 1-28-08 Happy Birthday to Me! ENNIFERJ8 http://www.flickr.com/photos/enniferj8/2227030644/


Sentado en la azotea del edificio, una brisa fría caló en sus huesos como sus recuerdos. Las estrellas se confundían con las incandescentes luces de la agitada ciudad. En el suelo, frente a él, formando un círculo, dispuso los envases con los productos necesarios para hacer la torta de cumpleaños. Formaba parte de su rito, impregnar aquella materia prima de la luz cósmica que procedía del universo. Allí permaneció inmóvil, con los ojos semi cerrados; los pensamientos se fueron alejando, difuminando lento, por un espacio de tiempo que no reconoció hasta sentir en su rostro el despuntar del alba.

Las tortas de cumpleaños que hacía Oscar tenían la propiedad de hacer cumplir los deseos a quien las recibía de sus manos, eran mágicas. Ese 4 de Junio reglaría una que cumpliera su cometido y a su vez le devolviera a él lo perdido.

Ana Cristina y él eran vecinos, sus dormitorios coincidían en la verticalidad a tres pisos de distancia. En los dos cumpleaños que duró su relación, nunca se le ocurrió obsequiarle un pastel, a pesar que durante ese tiempo, sin condición se entregaran la vida y sus cuerpos en veladas delirantes.

En la mañana, introdujo en el recipiente de la batidora los productos en el orden que le exigía la receta. Concentrado en el monótono sonido, fluían de él oníricas cintas de colores impregnadas de imágenes y deseos que se mezclaban en el torbellino cremoso, achocolatado.

La horneó, la decoró.

Bajó tres pisos. Tocó el timbre. El visor de la puerta perdió su luz. Ana Cristina le abrió.

-Hola, este es un día especial- le dijo con un gesto de ofrenda en sus brazos.

-Todos los días son espaciales- con desdén ella respondió.
-¡Feliz cumpleaños!, para ti.

Con una sonrisa obligada, descolgada, le dio las gracias.

Al día siguiente, esa mañana se encontraron en el ascensor. Un aroma dulce le embriagó. El espejo la reflejaba; vestía de colores, el cabello rojizo brillaba sobre sus hombros, las comisuras de sus labios dibujaban en su rostro una ilusión y sus pupilas chispeaban de júbilo. Un fulgor llamó su atención, bajó la mirada y observó su mano blanca, la recordó rozando sus mejillas, sus labios; en su dedo, un anillo de compromiso.

Oscar salía rumbo a New York. Esa mañana la vio como una vez la conoció. Ella cumplió su deseo y él había recuperado el sentido de la vida.







martes, 27 de mayo de 2008

Boda de oro

Fotografía: Boda de Luis y Olga.

A Luis y Olga, mis padres.

Sentados en el sofá, con la mirada huida sobre la fotografía, recuerdan como si fuera ayer el momento que sus labios jóvenes, convencidos, sin vacilación alguna se dijeran sí, esa afirmación que se pronuncia ante Dios y se tiene como testigos a los hombres. Doblaron las campanas y el tañido del bronce los cobijó en la iglesia de El Valle en Caracas. Así, desde la noche del 31 de mayo de 1958 unieron sus vidas en un solo compromiso, amarse.

Desde entonces sus vidas como sus manos permanecen enlazadas, juntas, aliadas, cómplices de de secretos, caricias, intimidades. Palma contra palma, dedos entre dedos, pulso sobre pulso.

Han pasado cinco décadas de un compromiso fundado en respeto, generosidad, alegría, optimismo, justicia, responsabilidad y lealtad. Una vida ejemplarizante llena de valores cosechados en el tiempo, en sus posteriores generaciones; tres hijos y cinco nietos

Aún perdura en sus almas esa ilusión de juventud porque se entienden, se declaran, se nutren, se perdonan, se respetan, se necesitan, se extrañan, se quieren, se apoyan, se cuidan, se complacen, se guían, se comprenden, se admiran, se embrujan, se buscan, se encuentran, se seducen, se conquistan, se besan, se desean, se acarician , se sueñan, se sienten, se acompañan, se conocen, se miran, se tocan, se huelen, se hablan, se escuchan, se piensan, se observan, se callan, se perdonan, se consuelan, se pertenecen, se consideran, se descubren, se entregan, se agradecen, se fortalecen, se anhelan, se inventan, se construyen, se ríen, se saludan, se siguen, se asumen, se protegen, se prometen, se requieren, se prefieren, se extrañan, en definitiva; se aman.

Hoy sus movimientos son pausados, los pensamientos miradas, las palabras llenan vacios. Sus sonrisas colgadas muestran la alegría del deber cumplido. Amalgamados en el crisol del amor, son un ejemplo, norte y guía de una aventura que se llama vivir.
Sentados en el sofá, un suspiro en blanco y negro resume toda una vida de colores.

domingo, 11 de mayo de 2008

Pasado recurrente

Fotografía: Francisco Javier en azul y rojo. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com


Cerrar puertas se había convertido para Esteban en todo un dolor de cabeza. El movimiento lento de ellas y el golpe de la cerradura al batirla contra el marco retumbaba en su inconsciente. Cruzar el umbral de dos metros diez de alto y dejar atrás o enfrentar un nuevo espacio, o suceso, le generaba temores. Empuñar el pomo, empujar o halar, trancar, dar por concluido un episodio incómodo causaba en él palpitaciones que le oprimían el pecho. Cerrar la reja del preescolar sería un recuerdo que perduraría en él durante toda su vida.

Como todas las mañanas los párpados de Esteban anidaron los dulces labios de su madre. Las tibias manos se posaron por sus mejillas y los dedos se enraizaron en el cabello con una caricia. Había que alistarse para ir al preescolar.

Un grueso e impecable bluyín con un doblez como ruedo y la camisa de un blanco impoluto ponía de manifiesto la dedicación de su madre. Trenzó sus negros zapatos. Tomó el bulto de plástico marrón con las letras A, B y C impresas en colores, introdujo el silabario, los creyones de cera, un cuaderno de rayas y un block para dibujo. Con un beso en la frente lo despidió de manos de su padre.

El jardín del preescolar se le hacía extenso. El césped verde era interrumpido por losetas de concreto que apuntaban hacia la reja negra del estacionamiento, anclada a la vetusta pared enraizada por una hiedra. Los niños gritaban, corrían de un lado a otro. Algunos sentados en la escalera que conducía a la puerta principal hablaban, canjeaban metras, las niñas hacían una ronda y saltaban la cuerda. Otros correteaban detrás de un balón que golpeó las loncheras metálicas que contenían las meriendas.

Esa mañana, la reja del preescolar había quedado abierta. Un grupo de niños decidieron cerrarla, le pidieron ayuda a Esteban. Sus manos gráciles colaboraron, impulsaron con la fuerza que sus brazos permitían. La reja cedió y empezó a moverse lentamente, peinaba las hojas de grama. Un sonido desafinó, las bisagras cedieron y la reja se desplomó, impactó el piso en un estruendo compacto. Todos los niños corrieron, huyeron asustados. Esteban permaneció allí, inmóvil, con las manos sucias, observaba la reja en el suelo.

La maestra salió al jardín y preguntó.

-¿Qué ha pasado, quién ha sido?

Todos al unísono voltearon, señalaron a Esteban. Sus manos estaban marcadas.

El jardín se torno violeta, los dibujos de los muros perdieron sus contornos, eran difusos, no hubo aire que propagara el sonido, el pecho se le oprimió, la hiedra lo envolvió en miedo, la angustia le asaltó el corazón.
.
Él no lo podía creer.

En un rincón con la mirada limitada en la convergencia blanca de dos paredes, la injusticia se derramó de sus ojos en gotas cristalinas de inocencia.

martes, 6 de mayo de 2008

HECHO A MANO

Fotografía: KEKA1978 http://www.flickr.com/photos/21452613@N04/2080412111/

Incontenible era la ira de Marcos cuando llegó del taller mecánico. Se desbordaba en sus ojos, en sus gritos, es sus gestos.

—Marcos, deja la arrechera— le dije— la ira te lleva al borde de la violencia. Calmate, haz el amor y no la guerra, libera, transforma toda esa energía.

Marcos me escuchó exaltado, vafeaba, se volteó, entró al baño, cerró con fuerza la puerta. Oí caer la tapa del inodoro. Hubo silencio.

Me quité las panty.

Pasados unos minutos salió del baño, relajado, como si nada hubiere pasado.

Me miró, lo miré, ¿no me entendió?

viernes, 25 de abril de 2008

ARTRÓPODO de mente

Fotografía: Mr baygon man strikes again. RUMELO AMOR.

Encendí la luz, las vi arrastrarse, no lo soporté más, tomé el libreto telefónico, había llegado la hora de su fin.

Leía un artículo sobre los daños que ocasionaban algunos insecticidas en el sistema nervioso. No recordaba una tarde tan pausada hasta que sonó el teléfono. Lo tomó, se le resbaló de la mano y cayó en el escritorio sobre la taza de café negro.

—Fumigaciones “Mata Bicho” a la orden— Respondió de forma automática.

Escuchó atentamente la voz ansiosa que le hablaba sin parar por el auricular.

Al colgar, la alegría colgaba una sonrisa en su cara, hacía cuatro días que no concretaba ninguna fumigación.

Alzó el capó de su Volkswagen amarillo, introdujo la bombona de fumigación, el aspersor, una caja de herramientas y la mascarilla. Se apresuró a ir en auxilio de la voz desesperada.

Se puso la mascarilla, impulsó varias veces la vara de la bombona para inyectar presión y comenzó a rociar el líquido letal por todos los rincones del depósito de la basura, puertas del ascensor, pasillos, escaleras. Colocó polvo blanco en los toma corrientes, interruptores, lámparas de emergencia.

Al pasar por el pasillo del piso cinco, se percató de la presencia de innumerables chiripas en el borde de la puerta del apartamento 51 C

—Carajo aquí esto está bueno— exclamó.

Soltó la bombona, al tocar el pomo de la puerta sintió en sus dedos un pegote que cubría los reflejos del bronce. La empujó, estaba abierta, se destapó la cara para ver mejor, manifestó un leve —permiso, ¿se puede? — entró.

El apartamento estaba en penumbra: unas cortinas estampadas con flores, de tela espesa, impedían el paso de la luz. En el comedor, la mesa de caoba daba asiento en su centro a un florero de murano con gladiolas de plástico chino. Sus pupilas dilatadas se acostumbraban a poca luz. Giró la cabeza; dos sofás, anchos, gruesos, con los apoyabrazos manchados, oscuros, hacían guardia a una publicidad colgada en la pared, era la foto de una insecticida llena de perforaciones, alojaba tres dardos hincados con furia. En cada paso sigiloso sentía como la alfombra oscura se movía, le abría paso a sus botas. Llamó su atención un pequeño altar en la mesita junto al vano de una puerta que suponía era la cocina por el olor que de ella emanaba. Encendida sobre un plato una vela iluminaba tres manzanas ennegrecidas, migas de pan y un libro. Se acercó lento, pausado, sigiloso, cuando las letras se agrandaron ante sus ojos pudo leer; LA METAMORFOSIS. En ese preciso instante, en el vano, apareció un hombre alto, flaco, de rostro famélico, despeinado, con lentes negros, redondos. La barba hirsuta denotaba desaseo. En la cabeza un cintillo con dos resortes coronados en borlas de estambre oscilaban. Sus ojos no daban crédito a lo que veía. Una coraza hecha en cartón le cubría la espalda, de los bordes surgían cuatro articulaciones en tela. Las piernas huesudas, cubiertas por medias panti negras, acentuaban la protuberancia de su sexo.

—Buenas tardes, bienvenido, soy Gregorio Samsa— Con voz chillona dijo, moviendo su cabeza y haciendo bailar las antenas.Tuvo que contener la carcajada, se le alojó en la garganta.

—No se extrañe amigo, acaso no existe el hombre araña, el hombre murciélago, el avispón verde, el pingüino, pues yo soy el hombre artrópodo.

—Sí, sí… claro el hombre artrópodo— respondió.

—Usted debe ser el representante de Arthropod Studies Institue, esperábamos ansiosos su ponencia, pero nunca llegó el correo para incluirla en la convención anual. Pero no se preocupe que le daremos cabida en el programa. Siéntese doctor, aquí tiene los temas que comenzaremos a tratar a partir de hoy en la noche.Tomó el programa, se dirigió hacia el sofá, se percató que la alfombra oscura, tupida, eran miles de chiripas apelmazadas que le abrían paso en su caminar. Leyó.
LUNES
09:00 PM
Orientación, importancia de los puntos cardinales y referencias visuales.Reflejos.
Como esquivar pantuflas.
10:00 PM
Como agudizar la visión nocturna.Detección de pies descalzos en la oscuridad.
11:00 PM
Veneno, el polvo blanco y el polvo azul, como diferenciarlos
MARTES
09:00 PM
Banquete en el basurero (presentar invitación)
10:00 PM
Cinco segundos para desaparecer cuando se enciende una luz.
11:00 PM
Como hacerse la muerta y evitar sospechas.
MIERCOLES
9:00 PM
Aspectos importantes para seleccionar un escondite.
10:00 PM
Fundamentos para la reproducción en masa.
11:00 PM
Ejercicio práctico; Correr un metro en nueve milésimas de segundo.
JUEVES
9:00 PM
El Fumigador, enemigo número uno.
Como desaparecer a un fumigador sin dejar rastros.
11:00 PM
Clausura.

Tragó su saliva, gruesa.

—Señor Samsa tengo que salir, dejé mi ponencia en el Volkswagen, bajo a buscarla— Le dijo con voz temblorosa.

—Pero no demore doctor hay que terminar los preparativos para esta noche.
La adrenalina enjuagó sus venas, exaltado se paró, ahora con asco se abrió paso por la alfombra viva, se dirigió hacia la puerta, sólo quería salir lo más pronto de esa cueva oscura y mal oliente.

Afuera en el pasillo tomó la bombona, le inyectó aire con vehemencia hasta más no poder, se colocó la mascarilla, apuntó con el aspersor hacia el frente, la pierna derecha impulsó con fuerza la bota de goma y empujó la puerta. Roció desesperado en todos los sentidos el líquido lechoso, aguado.

El apartamento se encontraba vacío, sin cortinas, inodoro. La luz que se colaba por las ventanas se reflejaba en las blancas paredes. Su estómago se contrajo, la frente sudó frío, recogió su erguida espalda, de un tirón se quitó la máscara, soltó la bombona y salió de prisa como si hubiese visto un alma en pena, corrió por el pasillo y las escaleras sin mirar atrás.

Me habían recomendado a la fumigadora “Mata Bicho”, terminado este relato llamé y me respondieron: “La Cañería”, plomeros a domicilio, buenas tardes.

jueves, 10 de abril de 2008

Números 249

Fotografía: Paralized orgy. MARCUS HANSSON. http://www.flickr.com/photos/marcus_hansson/172676616/


Encandilaban sus pupilas el faro imprudente, mientras ella velaba el rostro entre sus crespos.

— ¿Seis Horas?

—Sí, y habitación sencilla, por favor.

—Son ciento cincuenta.

Sacó de la billetera el dinero y pagó.

—Bienvenido, su tarjeta, cabaña 249, cuarta calle a la derecha.

La ansiedad de navegar en la fogosa humedad cautiva en los apretados pantalones y su pasión por la numerología le hacían jugar con el dos y el cuatro para sumar seis, que acoplándolo con la unidad formaba el número 69. Se veía, la veía, imaginaba la escena hasta en números romanos. Transitaba por el camino de una noche inolvidable.

—Te fijas princesa, la numerología no falla — dijo con una sonrisa pícara rebosada de lujuria.

Estacionó el vehículo, con sigilo se bajaron, él tomó la botella, ella la cartera. Llegaron a la puerta. Él la miró en búsqueda de su decidida aprobación, un mohín con sus labios apretados fue la certificación. Con ánimo de complicidad introdujo la tarjeta en la cerradura, luz roja. La volvió a meter en la fina ranura, luz roja. La encajó de todas las formas sin éxito alguno. Esa no era la lucha cuerpo a cuerpo que ansiaba. —¡Puta madre! esto no me puede estar pasando a mi— decía en sus adentros.

—Pero enciende la luz — en voz baja sugirió ella.

El índice voló entre la penumbra y pulsó con seguridad.

No hubo luz, sólo un desentonado y escandaloso ring.

—¡Ese es el timbre!— entre carcajadas ella espetó.

La risa desapareció cuando en la penumbra sus ojos iluminaron la equivocación.

— ¡Esta es la 269! Tú y la numerología.

Escucharon la madera crujir, unos pasos se acercaban. Impávidos vieron como la puerta se abrió mostrando la silueta de un hombre alto, corpulento, pies descalzos y con una toalla blanca a la cintura.

—Carajo, pesamos que se habían rajado. ¡Cariño completamos la media docena, llegaron los últimos para la cita a ciegas, estamos completos!

Esa noche los números jugaron ecuaciones a la “n” potencia.