jueves, 18 de diciembre de 2008

Dos a cero

Fotografìa: Casa Batlló. FRANCISCO PEREIRA G.

Hace frío, la llovizna no cesa, y las farolas a su alrededor se cubren con un velo de gotas ámbar. Callejones empedrados, angostos perfilan las perspectivas y se desvanecen en la oscuridad. En los muros reverbera el sonido de los tacones apresurados que huyen de la lluvia y otros que buscan la penumbra. Las suelas desbordan los pequeños espejos y deshacen reflejos de anuncios y piedras trabadas. En los bares, el televisor recibe miradas aguijonadas, con cubatas y cervezas comulgan los fieles de esa religión. El Camp Nou a tope, las gradas cubiertas con ondeantes banderas azul y grana; Barcelona recibe al Madrid.

A media luz, entre el humo de los porros y el ron, la mirada mediterránea de sus ojos almendrados ―más grandes aún por el delineador negro que bordea sus párpados― me cautivó el día que la conocí en el bar. Una vez más fantaseaba ansioso de besar sus labios, acariciar su piel blanca, perderme en la lujuria de sus caderas y en las ondulaciones de sus senos. En esta oportunidad, un día después de mi llegada, acordamos vernos en el Paseo de Gracia, frente a la casa Batlló. Salí del laberinto del metro, lloviznaba y no traía el paraguas. El frío helaba mis manos; la izquierda la metí en el bolsillo de la chaqueta, la derecha tomaba el asa de la caja de cartón en la que llevaba el encargo; las piezas de cerámica que me había entregado su amiga en Caracas. Caminé hasta el frente de la casa. Mientras la esperaba, coloqué mi mano como visera para evitar que se mojaran los lentes y admiré las proporciones de la fachada, las delgadas estructuras de formas vegetales, huesudas. La policromía de las baldosas vitrificadas y el singular techo que simula el dorso de un dragón; ese, con el que tantas batallas se libran día a día. Detallé los balcones de piedra blanca, sus formas de antifaz guardan un secreto, un pensamiento, una verdad. Cuando sucumbía en un mar de emociones estéticas, tocó mi hombro.

Estábamos juntos de nuevo, deseaba ser su cómplice de acción y de razón. Un abrazo, un beso en cada mejilla, palabras alegres de bienvenida, por unos instantes imaginé un vapor exhalado de su boca en mi rostro y sus labios hurgando en los míos.

―¿Tienes hambre? ¿Qué te provoca?

―Tú― respondí.

―¡Se te ha ido la olla, vamos! ―la respuesta que me esperada.

―¿Podría ser una Pizza? ―Preguntó.

―Vale, una pizza.

Con un dialogo banal caminé a su derecha sobre el piso húmedo, a paso acelerado, la llovizna persistente mojaba mis cabellos, el vapor del aliento empañaba los lentes y las gotas de agua en ellos distorsionaban las imágenes. Pasamos frente a bares, tiendas, el museo Picasso, rodeamos el muro de la Catedral; me guiaba entre las callejuelas húmedas, oscuras, adentrándome en su mundo de aleros, escaleras, barras, humo, candilejas.

La pizzería estaba llena de gente, miraban el juego, esperamos unos minutos, y de inmediato, luego de una señal, una joven de rasgos y acento filipino nos adjudicó mesa para dos. La caja a mi derecha, sobre el asiento de cuero en una de las sillas.

Vistas las opciones en la carta, pedimos las pizzas, ella; chorizo picante, yo; queso de cabra y berenjena. La mesa de madera oscura contrastaba con los pequeños manteles rojos. Los vasos húmedos llenos de cerveza marcaron impenetrables circunferencias, círculos cerrados.

―A tu salud ―dije mirándola a sus ojos.

―Salud ―respondió con un mohín en sus labios.

Las horas pasaron inadvertidas al igual que la conversación; no recordaba los temas ni el sentido de las palabras que decía, ni las que escuchaba, sólo viajaba en el mar de sus ojos, guiado por la melodía de su voz en cada palabra.

―¿Me entregas la caja?

Caí en cuenta que no había platos, la cuenta estaba pagada y los cortados ya bebidos. Había llegado el momento del verdadero sentido de nuestra cena.

Tomé la caja, lento la alcé y la coloqué sobre la mesa. Una vez retirada mi mano, la aprehendió con seguridad.

―¿Quieres verificar que las piezas estén bien? ―le pregunté.

―No, ya habrá quien lo haga, lo importante y el verdadero valor está dentro de ellas.

―¿Dentro de ellas?― con extrañeza lo pregunté dos veces ―¿Y eso, porqué lo dices? sólo son piezas de cerámica.

―Nen, no creas todo lo que ves, ni todo lo que te digan. Vamos.

Desconcertado, empuje con mi cuerpo la silla hacia atrás, me puse la bufanda gris, el suéter y la chaqueta negra. El cuello se adentró en la solapa. Salimos al callejón. Me dio un beso en cada mejilla y unas palmaditas en la cara. Me dijo:

―Gracias por tu compañía, y más por el favor, vuelve al hotel, mañana te llamaré.

La llovizna persistía, me fui, empuñaba mi deseo dentro de los bolsillos. La vida te lleva por los más diversos caminos, pensé, y por unos instantes me detuve de nuevo frente a la casa Batlló, y al contemplar una vez más sus balcones, me di cuenta que sus ojos fueron mi propia mentira.

Por el Paseo de Gracia un grupo de jóvenes alegres, exultantes, marchaban con banderas y trompetas, desvanecieron mi pensamiento; Barsa 2, Madrid 0.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

¡Ni Hao!

Fotogrtafía: Presente y futuro (Sahnghai) Francisco Pereira. panchoper@gmail.com


En esta oportunidad podrás leer este post en el Blog de
LOS HERMANOS CHANG

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