martes, 27 de mayo de 2008

Boda de oro

Fotografía: Boda de Luis y Olga.

A Luis y Olga, mis padres.

Sentados en el sofá, con la mirada huida sobre la fotografía, recuerdan como si fuera ayer el momento que sus labios jóvenes, convencidos, sin vacilación alguna se dijeran sí, esa afirmación que se pronuncia ante Dios y se tiene como testigos a los hombres. Doblaron las campanas y el tañido del bronce los cobijó en la iglesia de El Valle en Caracas. Así, desde la noche del 31 de mayo de 1958 unieron sus vidas en un solo compromiso, amarse.

Desde entonces sus vidas como sus manos permanecen enlazadas, juntas, aliadas, cómplices de de secretos, caricias, intimidades. Palma contra palma, dedos entre dedos, pulso sobre pulso.

Han pasado cinco décadas de un compromiso fundado en respeto, generosidad, alegría, optimismo, justicia, responsabilidad y lealtad. Una vida ejemplarizante llena de valores cosechados en el tiempo, en sus posteriores generaciones; tres hijos y cinco nietos

Aún perdura en sus almas esa ilusión de juventud porque se entienden, se declaran, se nutren, se perdonan, se respetan, se necesitan, se extrañan, se quieren, se apoyan, se cuidan, se complacen, se guían, se comprenden, se admiran, se embrujan, se buscan, se encuentran, se seducen, se conquistan, se besan, se desean, se acarician , se sueñan, se sienten, se acompañan, se conocen, se miran, se tocan, se huelen, se hablan, se escuchan, se piensan, se observan, se callan, se perdonan, se consuelan, se pertenecen, se consideran, se descubren, se entregan, se agradecen, se fortalecen, se anhelan, se inventan, se construyen, se ríen, se saludan, se siguen, se asumen, se protegen, se prometen, se requieren, se prefieren, se extrañan, en definitiva; se aman.

Hoy sus movimientos son pausados, los pensamientos miradas, las palabras llenan vacios. Sus sonrisas colgadas muestran la alegría del deber cumplido. Amalgamados en el crisol del amor, son un ejemplo, norte y guía de una aventura que se llama vivir.
Sentados en el sofá, un suspiro en blanco y negro resume toda una vida de colores.

domingo, 11 de mayo de 2008

Pasado recurrente

Fotografía: Francisco Javier en azul y rojo. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com


Cerrar puertas se había convertido para Esteban en todo un dolor de cabeza. El movimiento lento de ellas y el golpe de la cerradura al batirla contra el marco retumbaba en su inconsciente. Cruzar el umbral de dos metros diez de alto y dejar atrás o enfrentar un nuevo espacio, o suceso, le generaba temores. Empuñar el pomo, empujar o halar, trancar, dar por concluido un episodio incómodo causaba en él palpitaciones que le oprimían el pecho. Cerrar la reja del preescolar sería un recuerdo que perduraría en él durante toda su vida.

Como todas las mañanas los párpados de Esteban anidaron los dulces labios de su madre. Las tibias manos se posaron por sus mejillas y los dedos se enraizaron en el cabello con una caricia. Había que alistarse para ir al preescolar.

Un grueso e impecable bluyín con un doblez como ruedo y la camisa de un blanco impoluto ponía de manifiesto la dedicación de su madre. Trenzó sus negros zapatos. Tomó el bulto de plástico marrón con las letras A, B y C impresas en colores, introdujo el silabario, los creyones de cera, un cuaderno de rayas y un block para dibujo. Con un beso en la frente lo despidió de manos de su padre.

El jardín del preescolar se le hacía extenso. El césped verde era interrumpido por losetas de concreto que apuntaban hacia la reja negra del estacionamiento, anclada a la vetusta pared enraizada por una hiedra. Los niños gritaban, corrían de un lado a otro. Algunos sentados en la escalera que conducía a la puerta principal hablaban, canjeaban metras, las niñas hacían una ronda y saltaban la cuerda. Otros correteaban detrás de un balón que golpeó las loncheras metálicas que contenían las meriendas.

Esa mañana, la reja del preescolar había quedado abierta. Un grupo de niños decidieron cerrarla, le pidieron ayuda a Esteban. Sus manos gráciles colaboraron, impulsaron con la fuerza que sus brazos permitían. La reja cedió y empezó a moverse lentamente, peinaba las hojas de grama. Un sonido desafinó, las bisagras cedieron y la reja se desplomó, impactó el piso en un estruendo compacto. Todos los niños corrieron, huyeron asustados. Esteban permaneció allí, inmóvil, con las manos sucias, observaba la reja en el suelo.

La maestra salió al jardín y preguntó.

-¿Qué ha pasado, quién ha sido?

Todos al unísono voltearon, señalaron a Esteban. Sus manos estaban marcadas.

El jardín se torno violeta, los dibujos de los muros perdieron sus contornos, eran difusos, no hubo aire que propagara el sonido, el pecho se le oprimió, la hiedra lo envolvió en miedo, la angustia le asaltó el corazón.
.
Él no lo podía creer.

En un rincón con la mirada limitada en la convergencia blanca de dos paredes, la injusticia se derramó de sus ojos en gotas cristalinas de inocencia.

martes, 6 de mayo de 2008

HECHO A MANO

Fotografía: KEKA1978 http://www.flickr.com/photos/21452613@N04/2080412111/

Incontenible era la ira de Marcos cuando llegó del taller mecánico. Se desbordaba en sus ojos, en sus gritos, es sus gestos.

—Marcos, deja la arrechera— le dije— la ira te lleva al borde de la violencia. Calmate, haz el amor y no la guerra, libera, transforma toda esa energía.

Marcos me escuchó exaltado, vafeaba, se volteó, entró al baño, cerró con fuerza la puerta. Oí caer la tapa del inodoro. Hubo silencio.

Me quité las panty.

Pasados unos minutos salió del baño, relajado, como si nada hubiere pasado.

Me miró, lo miré, ¿no me entendió?