Fotografía: Jeune femme au téléphone. ALAIN BACHELLIER http://www.flickr.com/photos/alainbachellier/297322904/
Luces brillan por toda la ciudad. La Cruz del Ávila con intensidad resplandece sobre el valle de Caracas brindando un aire de alegría navideña a la capital. Sin embargo para Ismael fue premonitorio aquel atardecer de diciembre en el bulevar de Sabana Grande. El destino lo colocó en el sitio, el día y la hora justa para ser desafortunado testigo de aquella miserable y fútil traición que le arrebataría el amor preferente que por tantos años había cultivado.
El encuentro no fue casual, ella acordó el sitio y la hora de la cita. Vidrieras, luces y un ambiente lleno de San Nicolás, renos, y algodón simulando la absurda nieve tropical hacían patente la alegría de Sophia al ver las posibilidades de realizar su anhelo. El verde salvaje de sus ojos brillaba cual gema refractando su luz. Se vieron, entrecruzaron intensas miradas de fuego como centellas resplandecientes en la negra noche. A ella, su actitud la delataba, le afloraba el deseo de tenerle entre sus manos, hablarle, escucharle. Ismael la observaba, y ante tal escena, sintió gotas de sudor frío. Lentas y sigilosas bajaban por la morena piel de su frente. Absorto quedó ante desagradable instante. El dolor, la rabia y el miedo de perderla hicieron que se mantuviera oculto, vigilante de sus acciones.
A fin de cuentas, fue Sophia quien decidió y eligió. Su rival ganó esa batalla, sí, sin duda alguna. Se percató que era colosal luchar contra su elegante y sobrio estilo, del dominio de la tecnología, el brillo de lo nuevo, la tentación de lo inexplorado, lleno de energía y de esas maneras tan particularmente musicales de llamar su atención. Le brindó el placer a su ego de desgarrar su bien presentado velo de virginidad. Cayó en la red, la sedujo al punto de convertirla en una incondicional de su propia necesidad. Hizo de sus gráciles y finos dedos, esclavos para satisfacer el hambre de caricias sobre el pecho esculpido como un súper héroe musculoso.
Un intruso que llegó para destruir la intimidad con el eterno ir y venir de cotilleos y tertulias inútiles. Apegado a ella, se hizo presente en los momentos menos apropiados, fueron tres; en la cama, en la cena, en el cine, en los aniversarios.
Por él, ella desplazó su atención y su prioridad que en una época le perteneció.
Y a pesar que lo despreció y detestó, ahora los entiende y gracias a la Navidad en la que debemos reconciliarnos hasta con uno mismo, se hizo un obsequio.
Donde fueron tres, ahora son cuatro.
—Sophia, no puedo atenderte, tengo una llamada en espera, en quince minutos te repico.