viernes, 30 de noviembre de 2007

SUNGLASSES con reflejos de... ¡NO!

Fotografías: FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

Para ganarse la vida honradamente hay que salir a la calle a buscar el dinero. El que se encuentra en la billetera de cuero adosada a la nalga sudorosa de cada caballero o en los bolsos que deambulan colgados en los hombros, rozando los turgentes pechos de las mujeres de esta ciudad. El objetivo es lograr el intercambio, la vida es un perenne trueque hasta para el amor. Eso era lo que pensaba Yorman cada día que salía a trabajar en la que él llamaba su empresa, la óptica “Sunglass Mira Lejos”.

Caracas es una ciudad convulsionada, de fuertes contrastes, llena de modernismo y atraso. La política es el pan nuestro de cada día, quien no esté enganchado con la revolución bolivariana, está con la oposición. División, verdadero logro de la gestión del gobierno. Es por esto que las numerosas concentraciones políticas son oportunidades nada despreciables para los empresarios informales como se autodenomina Yorman.

Es el día de la concentración de la oposición, miles de caraqueños se agrupan en la principal avenida de la ciudad, la Bolívar. Tienen como fin manifestar por el NO a la reforma constitucional, mañana lo harán los oficialistas partidarios del Si, y para Yorman es una buena oportunidad de vender lentes de sol. Son dos ocasiones que hay que aprovechar ante la cercanía de las fiestas de diciembre.

Yorman llegó a la avenida antes de la hora prevista para la multitudinaria manifestación. Con un pañuelo de fieltro y agua jabonosa limpió uno a uno los cristales de cada lente. Los colocaba con delicadeza en el curtido bloque de poliuretano desmedrado que comenzaba a transformarse en un ojo de mosca gigante.

La asistencia a la manifestación auspiciada por miles de estudiantes con sus manos blancas, se incrementaba cada minuto. Entre consignas; “¡Hay que marchar…, hay que marchar…, porque si no la CIA no nos va a pagar!” y el clásico grito de guerra con posteriores aplausos, para finalizar alzando las manos pintadas de blanco ; “¡Eeeestudiantes!...”

Con gorra azul curtida del Magallanes, recostado al tronco bajo la sombra de un árbol veía pasar el jolgorio.

Una joven de piel canela y cuerpo de escultura con atributos de Afrodita, se acercó, tomó unos lentes y le preguntó;

—Flaco, ¿qué valen estos?— mostraba un rictus afable.

Ante la cadera atrevida descubierta al sol y sonrisa menuda, siendo infiel a su principio de comerciante de que todo se vende, le respondió con obsecuencia;

— ¿Para ti?..., nada, muñeca.

Sus finas manos y uñas con una obra cinética que se tuteaba con las de Cruz Diez, se reflejaron en el broncíneo espejo del lente deseado. Lo tomó, se lo colocó con un ligero batir de su azabache melena y dijo;

—Gracias flaco, eres un amor.

Presumida, dio media vuelta y comenzó a perderse entre la multitud.

Perplejo, tomó su gran muestrario y emprendió la carrera tras aquel bluyín bajito, que mostraba las faldas del Monte de Venus que deseaba escalar. Su mirada seguía con atención el par de hoyuelos en la cadera que rítmicamente se perdía en la muchedumbre. La aglomeración le impedía alcanzarla, lograba en ocasiones descifrar su cabellera, o su blanca franela. Con dificultad se abría paso entre pancartas y gritos, “¡Y no, y no nos quitarán el derecho a protestar!”.

Permisos y disculpas, eran sus palabras, el gran ojo de mosca le impedía acelerar el paso.

—¡Coño no me empujes!— le gritó una señora tipo quincalla, ataviada con sombrero, franela, pulseras, emblemas, bandera tricolor y el cartel de rotundo NO! amarillo indignación.

Siguió en persecución de su fugitiva al mejor estilo de Sam Gerard, con la ansiedad y nerviosismo de un sabueso que persigue su presa. El muestrario de lentes sostenido en alto golpeó la cabeza de un moreno mal encarado, de brazos macizos y nudillos prominentes.

—¡Así No!— le dijo con voz imperativa — esta es una protesta pacífica pero si quieres aquí mismo te doy tu carajazo.

En el tumulto, miles de manos blancas se alzaban como si le solicitaran parar la persecución, anunciándole que todo estaba perdido. Ante el bosque de brazos insistía en el acecho de la chica que lo deslumbró y ni siquiera conocía su nombre.
Sin mediar palabras, ni saber su origen, recibió una bofetada de cuello vuelto que lo desubicó por segundos pero sin soltar la mercancía.

—Deja la rozadera carajo, ques ta vaina no ej bolero, ni te lo va ja llevá pa tu casa, ¡abusador!. A cuenta ques toy sin marío va ja vení abusá— con furia de hipopótama recién parida le espetó la prieta.

Ante la solidaridad por parte de los asistentes para con la señora, no le quedó otra que sobarse y seguir camino con la mejilla solferina.

—¡No joda…, esa carajita está buenísima!, como sea tengo que hablarle — obsesionado decía en su interior mientras pasaba el dolor moral. El sol extraía las gotas de sudor que corrían por su frente. El vaho que emanaba de la muchedumbre impregnaba su pecho y espalda.

La perdió de vista, se desvaneció, creía verla en las cabelleras negras, en cada franela blanca.

—Si no hubiera sido por este poco de lentes la alcanzo, la oportunidad la pintan calva y la perdí— dijo para sí con rabia.

Los discursos barbullantes que emanaban de los altavoces le aturdían. Colocó el muestrario de lentes en el piso y para lograr mejor visual se subió con destreza felina en un poste de alumbrado para otear entre miles de cabezas, banderas, cartelones y pancartas. El esfuerzo resultó inútil. Al bajar, se percató que alguien con mayor interés por los lentes los había desaparecido, como la morena de caderas memorables. Hoy no era su día.

Concluida la concentración, se sentó en un banco a ver pasar a la multitud que se retiraba. Alelado, con la mirada perdida entre miles de papeles, botellas plásticas vacías que rodaban por el piso, piernas alegres que caminaban por el asfalto y aturdido ante la estridencia de los pitos, parlantes y gritos, no hacía más que pensar en los ojos glaucos y la tersa pelvis de gloria.

Ensimismado entre el cansancio y la decepción, en estado de lasitud sintió unos golpecitos en la espalda, volteó repentinamente y era ella, no supo que decir. La visión le hizo sentir algo extraño, una sensación similar a un triunfo olímpico en cien metros mariposa.

—Flaco, ¿ puedes cambiarme los lentes?, me hacen doler la cabeza.

Disimulando la torpeza cometida durante su búsqueda, le contestó.

—Heee... los vendí todos, pero si quieres mañana nos vemos en la concentración del gobierno por el Si y te los traigo.

A lo que respondió contundente

¡NO!

Yorman sin perder momento, dijo.

—Entonces, me das tu número telefónico, te llamo y los llevo a tu casa.

Un segundo y rotundo ¡NO! fue suficiente para darse cuenta que había perdido el juego. En esta ocasión no habría trueque.

Culminaba la tarde con un cielo arrebolado, Yorman escaldado prestó atención como una mano fuerte, varonil rodeaba con deleite la cintura de ensueño, mientras se alejaban entre brincos gritando; “¡Y no..., y no…, y no me da la gana que mi constitución se parezca a la cubana!”

(Un inciso)
La felicidad me embarga al escuchar esta madrugada (3 de diciembre) de boca de la autoridad electoral, mascullar la sentencia de la victoria del NO a la reforma de la constitución. Un triunfo el cual tiene como significado que la luz de la libertad en Venezuela no puede ser apagada por la tiranía. Hoy es un día tan importante como el de la independencia del país, los venezolanos hemos dado un paso trascendente en madurez política, un grito a la necesidad de la tolerancia y rechazo a la violencia de cualquier manera que se exprese. Hemos negado un proyecto que no pertenece a nuestra idiosincrasia, un proyecto de expansión política por los países de América con un modelo obsoleto y caduco.

Un ejemplo a seguir en Venezuela y todos los países que temen por sus libertades y derechos es el que han dado y siguen dando los estudiantes. Luego del cierre abusivo de la televisora nacional RCTV (mayo 2007) los estudiantes han sido vigorosa, entusista punta de lanza de la protesta ideológica del país. Es por eso que ver saltar, gritar y llorar de alegría a los jóvenes universitarios que no llegan a los 25 años por el logro de su lucha, realmente me llena de orgullo y lo más importante para mi, sentir que mi hijo, Francisco Javier con sus siete años y mis sobrinos, tienen la posibilidad de un futuro promisor en esta tierra de gracia.

viernes, 23 de noviembre de 2007

El valor de una coma.

Fotografía: Mari Carmen Criado http://flickr.com/photo_zoom.gne?id=278363559&size=m

¡Sólo una coma!

El poder de su ubicación en la oración.

Lea y analice la siguiente frase:

"Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda".

Si usted es mujer, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra mujer.

Si usted es hombre, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra tiene.



domingo, 18 de noviembre de 2007

El redoblante de Mariela

Fotografía: EDUARDO MONTEPEQUE eduardo@permontarts.com
Visitar en: http://flickr.com/photos/8582249@N08/

Comienza la mente con el inquieto y constante repiquetear de las baquetas en el blancuzco y tenso cuero del redoblante, su pensamiento. Se mantiene distraída entre lo que fue y lo que pudo ser. La hora de armonizar cuerpo y espíritu, ha llegado.

Los pies están desnudos, firmes, arraigados al suelo. Franelilla ceñida al torso. Fina cabellera castaña recogida. Pecho abierto, hombros y cuello de tersa piel florecen al descubierto. Ojos de niña envueltos por sus párpados observan su jardín interior. Frente a su corazón, delicadas manos palma contra palma, dedos contra dedos, en mudra, centra y equilibra la energía que atesora. Inmersa en la verticalidad, Inhala, exhala, profundo y pausado, materia que canaliza para nutrir hasta los más apartados rincones de su ser.

La cadenciosa respiración es metrónomo que indica el compás musical de los movimientos corporales; lentos, rítmicos, limpios, seguros, impregnados de armonía. Inicia la sinfonía con los arpegios que brinda su cadera. Músculos, vértebras, ligamentos, con grácil concordancia se estiran, tensionan y contraen. Se activa la conciencia, cada axón de sus neuronas.

Las nacaradas perlas de sudor surgen espontáneas, resplandecen temblorosas a la luz de las velas, vibran, se deslizan en silencio cauteloso por la frente y entre sus pechos.

El final, que realmente es un comienzo, llega.

En Savasana, entrega pleno su cuerpo laso al universo. Escucha y siente la respiración, pulsan sus muñecas, no hay ayer, no hay mañana, para ella sólo existe ahora en el latir de su corazón.

El redoblante ha cesado en su repique.

domingo, 11 de noviembre de 2007

¡POR QUÉ NO TE CALLAS!...

Fotografía: http://flickr.com/photos/24293932@N00/496980189/


Valenzuela es el apellido de una familia acomodada que tenía un cerdo el cual no hacía más que comer y gruñir durante el día y la noche. Fue el regalo de unos amigos granjeros para los niños. Obsequio que haría del porvenir de la familia y vecindario todo un calvario.

Le dieron por nombre Hugüi. Sus ojos pequeños, una colita entorchada, un hocico cilíndrico y rosado conjuntamente con su boca le dibujaban una sonrisa sardónica. Distaba del célebre cerdito inglés de la pantalla grande, “Babe”.

¡Joinc…, joinc!, gruñó el cerdito en varias oportunidades demostrando sus cualidades futuras de comunicación. ¡Joinc…, joinc…, joinc! continuó sin parar el chancho.

Transcurrido el tiempo, los Valenzuela construyeron en el jardín donde cultivaban calas y gladiolas un corral para su mascota. El vecino, Juan Carlos, por intuir el futuro que se le aproximaba, se opuso y denunció ante las autoridades sanitarias la presencia del animal en una zona residencial, sin embargo, no contó con el apoyo de los vecinos y no logró evitar tal atrocidad.

El gruñir del cerdo con el tiempo se hizo más fuerte, repetitivo, latoso, no dejaba de emitir sonidos desagradables desde el amanecer. Su corpulencia iba en aumento por su propia angurria. El jardín donde hubo fragantes y coloridas flores se convirtió en un inmenso y nauseabundo corral, inundado por un charco negro, pegote repugnante en el cual Hugüi se revolcaba a placer.

Los Valenzuela veían como día a día su casa se deterioraba ante la presencia del nefasto animal. Sin embargo, en el vecindario muchos se hacían de la vista gorda ya que advertían en Hugüi; lomo, jamón, chicharrón, tocineta y pernil.

Juan Carlos, no soportaba la vaharada que emanaba del aposento del cerdo y menos aún los sonidos incesantes, eran estiletes que punzaban sus oídos. Ante su desesperación tomó una escalera, subió hasta el tope del seto de rojas cayenas y con rostro desmesurado, señalándolo como si fuese una persona, espetó:

— ¡Por qué no te callas!

Hugüi giró su corpulento cuerpo de tocino, le miró con los diminutos ojos hinchados por la manteca y respondió:

— ¡Joinc…joinc…joinc…!

Juan Carlos, mirándolo absorto caviló con un mohín en su rostro, se dijo;
Cerdo no llega a viejo y cada cochino tiene su sábado.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Un asunto de confianza

Fotografía: Remando en la Bahía panchoper@gmail.com

El día estaba despejado. Las rocas grises del malecón que protegía la bahía, convertía en brotes de blanca espuma las olas que le golpeaban. Un sol resplandeciente destellaba en las tranquilas aguas del puerto, ideal para remar. El padre propuso a su hijo realizar la aventura.

—Papi, vamos a remar en el bote, tú vas delante y yo detrás, así te guío.

Con ojos de ónice, bajó su mirada y con ella hurgando la angustia en la arena le respondió.
—Me da mucho miedo.

—Ten confianza en tu papá, nada te va a pasar— le aseveró Franco.

Luego de colocarse los chalecos salvavidas se hicieron al agua remos en mano.

El delgado bote plástico se abría paso en la bahía ante el impulso rítmico de los bíceps de Franco que impelían el agua de forma lenta. Pero la inocencia de los 6 años es audaz. El pequeño con voz segura y determinante le anunció que se lanzaría para nadar. El instinto de protección a su pequeño conllevó que el miedo se hiciera presente.

— ¡Cuidado, espera!

— ¡Papi me voy a lanzar!— repitió el niño.

Soltó de sus pequeñas manos el remo y sin tener la menor de las dudas se dejó deslizar suavemente a babor. La diferencia de peso hizo bambolear el bote. Al mismo tiempo las gotas cristalinas de agua saltaban alegres ante el chapoteo del pequeño. Al verlo seguro en el agua, la luz de la mirada y su sonrisa le decían a Franco;

—Papá, ahora ten confianza tú en mi.