miércoles, 25 de junio de 2008

Madrugada sedienta

Fotografía: Caminante. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

Los cordeles de la carpa se tensan, resisten la fuerte brisa que arrastra un olor a tierra mojada. En la oscuridad, los árboles agitan sus ramas y desprenden hojas que caen con las primeras gotas. Mañana la caminata será larga, monótona, el llano es inclemente en esta época del año. Los parpados con el peso del cansancio de la jornada se mueven pausados, me adentro en el “sleeping bag”. Apoyo mi cabeza sobre el brazo, el repique de las gotas en la tela son un canto de cuna. -Ahora no puedo hacerte el amor mi Valentina.-

Los retos exigen sobreponer debilidades, la cuesta severa ofrece resistencia, el sol infame punza mi rostro, la mochila castiga la espalda, las piernas rehílan en cada ascenso. Reflejos brillantes toman por asalto mi frente, surcan las mejillas y humedecen mis labios angustiados. No sé cuanto hace que bebí el último sorbo de agua. Dejo atrás una línea perfecta que limita lo humano de lo divino, la mente no conoce convenciones de tiempo; minutos pueden ser horas. La lengua áspera, rugosa; la saliva gruesa, escasa, empegosta el paladar, mi garganta rasga la respiración. La humedad de mi piel moja la franela; está más oscura, salada. Me detengo; en la tierra seca las hormigas mantienen su línea. Mis gotas de sudor caen como cristales y estallan, rompen su orden. Alzo la cabeza, me mira, estoy con él, a solas, me reencuentro con mi yo, con ese otro que me cuestiona, acusa, ese antagónico que culpa desde la infancia con golpes en el pecho toda decisión, toda acción.

Los árboles sin hojas han elevado su altura, me hago pequeño, sin embargo mi sombra resplandece y los cubre, es un espejo que muestra los recovecos del ser que habita en mi interior. Inmerso en el despiadado calor, el ardor de la ampolla en el talón marca el paso sobre las hojas desvencijadas. Hurgo con la lengua mis encías en búsqueda de una gota de saliva.

Avisto un tejado, advierto la posibilidad de encontrar agua, desentierro mi voluntad, me acerco. La casa con paredes de piedras tiene la puerta abierta. Ya en el umbral, con voz jadeante pido agua.

Unas manos ásperas, fuertes, me toman por el cuello, tapan mi boca; siento la humedad en sus palmas. Con violencia me arrojan al suelo y mi rostro se empapa de un líquido tibio, pastoso, que mana de una herida profunda en la garganta de una mujer, ¡es mi Valentina! sus ojos vítreos miran las vigas del techo.

Me asfixio, el líquido penetra por mi nariz, unge mis labios ansiosos, las papilas escrutan el sabor ferroso y exhalo un sonido hueco, no sé si de dolor o morboso placer. La presión en el cuello se hinca contra el piso, ya no padezco, experimento el goce de beber, beber y beber. En un instante retorno a mis sentidos; la humedad de la tierra invade mi espalda. Los troncos convergen en perspectiva al cielo, sus abanicos verdes filtran haces de luz que se posan detrás de las siluetas de dos hombres que derraman sus cantimploras en mi rostro.

Las pupilas dilatadas, angustiadas, se adecuan a la oscuridad. El corazón presiona mi esternón, la respiración es violenta, rápida. La carpa se ha roto y la lluvia me moja. Son las tres de la madrugada; debo moverme rápido. Se ha filtrado en el bosque la luz de un rayo que me indica que la tormenta no amainará.

sábado, 14 de junio de 2008

Entre la tiza y la pared

Fotografía: CRB002651. ROBERTO D ANGELO http://www.flickr.com/photos/roberdan/64881684/

Llevo el peso de su mirada a mis espaldas, la pregunta suplicante rompe en el acantilado de mis sentimientos. El resultado positivo de compatibilidad en la prueba médica, tomar una decisión que evado, hacen el tiempo pesado. Mi punto de vista, suspendido, domina el salón en todas sus direcciones. Este espacio es diferente al de semanas atrás. Ojos en blanco y negro, enmarcados, colgados en las paredes posan sobre mí sus miradas agudas, vigilantes, pendientes de una respuesta. ¿Por qué he de desafiar mi naturaleza humana?

Tengo que ir al mercado, la nevera está vacía, para mañana no hay nada con que hacer almuerzo.
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Esta mesa de madera es simétrica, dieciocho sillas la bordean, hay armonía, equilibrio ¿Por qué he de perder mi simetría? Ella es la perfección de lo humano y lo divino. Estos seis planos que me rodean me comprimen y un globo inflado en el pecho ahoga mis pensamientos, mi vida. Volteo a mi izquierda y allí está el pizarrón blanco, lo recuerdo a él, mi amigo, en el colegio, parado frente a la superficie verde, cansada, con la tiza en la mano haciendo un ejercicio de simetría matemática:

1x8+1=9
12x8+2=98
123x8+3=987
1234x8+4=9876
12345x8+5=98765
123456x8+6=987654
1234567x8+7=9876543
12345678x8+8=98765432
123456789 x 8+9=987654321
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Miro al techo en busca de alivio, mitigando mi duda. Las luces blancas, de neón, ondulan en frecuencias idénticas, complementarias una de la otra, se necesitan. Mi cuerpo es un conjunto perfecto creado por el universo. ¿Tengo la potestad de mutilarlo?, ¿me dolerá?, ¿podré vivir en paz sin parte de el?

Mañana voy a buscar a Vinicio José, le prometí llevarlo al cine. Está grande, como ha crecido, que bello.

Oigo al ponente, pausado, lento. ¿Será tan elemental como quitar la pantalla de proyección de esta sala, o retirar la alfombra gris del piso? Seguro sería más frio el salón, helaría hasta los huesos. Frio como el quirófano. ¿Orinaré más o menos?, ¿Ámbar o más claro?
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Quiero tomarme un café.

Escucho un sonido encajonado en la esquina, tocan la puerta de madera. Se abre y un hombre de mediana estatura, nos avisa; Son las nueve, estamos cerrando.

Podría alargar su vida, suprimir su dolor, ser un Dios.
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Tengo que echar gasolina y ya es tarde.

Salgo de último, pulso el interruptor de la luz. El salón quedó a oscuras, mañana será otro día.

miércoles, 4 de junio de 2008

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

Fotografía 1-28-08 Happy Birthday to Me! ENNIFERJ8 http://www.flickr.com/photos/enniferj8/2227030644/


Sentado en la azotea del edificio, una brisa fría caló en sus huesos como sus recuerdos. Las estrellas se confundían con las incandescentes luces de la agitada ciudad. En el suelo, frente a él, formando un círculo, dispuso los envases con los productos necesarios para hacer la torta de cumpleaños. Formaba parte de su rito, impregnar aquella materia prima de la luz cósmica que procedía del universo. Allí permaneció inmóvil, con los ojos semi cerrados; los pensamientos se fueron alejando, difuminando lento, por un espacio de tiempo que no reconoció hasta sentir en su rostro el despuntar del alba.

Las tortas de cumpleaños que hacía Oscar tenían la propiedad de hacer cumplir los deseos a quien las recibía de sus manos, eran mágicas. Ese 4 de Junio reglaría una que cumpliera su cometido y a su vez le devolviera a él lo perdido.

Ana Cristina y él eran vecinos, sus dormitorios coincidían en la verticalidad a tres pisos de distancia. En los dos cumpleaños que duró su relación, nunca se le ocurrió obsequiarle un pastel, a pesar que durante ese tiempo, sin condición se entregaran la vida y sus cuerpos en veladas delirantes.

En la mañana, introdujo en el recipiente de la batidora los productos en el orden que le exigía la receta. Concentrado en el monótono sonido, fluían de él oníricas cintas de colores impregnadas de imágenes y deseos que se mezclaban en el torbellino cremoso, achocolatado.

La horneó, la decoró.

Bajó tres pisos. Tocó el timbre. El visor de la puerta perdió su luz. Ana Cristina le abrió.

-Hola, este es un día especial- le dijo con un gesto de ofrenda en sus brazos.

-Todos los días son espaciales- con desdén ella respondió.
-¡Feliz cumpleaños!, para ti.

Con una sonrisa obligada, descolgada, le dio las gracias.

Al día siguiente, esa mañana se encontraron en el ascensor. Un aroma dulce le embriagó. El espejo la reflejaba; vestía de colores, el cabello rojizo brillaba sobre sus hombros, las comisuras de sus labios dibujaban en su rostro una ilusión y sus pupilas chispeaban de júbilo. Un fulgor llamó su atención, bajó la mirada y observó su mano blanca, la recordó rozando sus mejillas, sus labios; en su dedo, un anillo de compromiso.

Oscar salía rumbo a New York. Esa mañana la vio como una vez la conoció. Ella cumplió su deseo y él había recuperado el sentido de la vida.