martes, 1 de abril de 2008

Opíparo

Fotofgrafía: 365days-day22 ELLIOT LANGMEAD http://www.flickr.com/photos/ejl80/333108632/

Cheo disfrutaba almorzar en casa a la hora y hacer siesta con el equipo de sonido a todo volumen escuchando reguetón, en especial, a Wisin y Yandel.

Ayer al mediodía, en platos metálicos de peltre decorados con rosas maquilladas, asentados sobre el mantel plástico gastado de cuadros azules y blancos, pausado y seguro, comió todas las preparaciones que la flaca (su esposa) había cocinado, hasta el quesillo que le envió su abuela Gumersinda saboreó.

Aprisionado por el bluyín, el abdomen prominente y lustroso solicitaba el descanso habitual. Saciado, lento, fue a dormir la siesta entre almohadas de goma espuma.


Encendió el equipo de sonido.

Track catorce, Mírala bien.

Subió el volumen, abrió los brazos y se dejó caer boca arriba en el colchón.

Nunca más se despertó.

Y lo peor… aún los médicos desconocen la causa de su muerte.



miércoles, 26 de marzo de 2008

Determinación húmeda

Fotografía: Swamp TV. JAMES GOOD. http://www.flickr.com/photos/jamesgood/363013819/

Inclemente ha sido la lluvia, sopla la brisa fría desde las colinas, desnuda los árboles, no mejora el tiempo, las aguas suben el nivel sin aviso ni respeto, la corriente empuja las decisiones.

<< ¡Carajo perdemos toda una vida! tengo que asumir prioridades, ¿a quién salvo primero? >>

—Sonia, amor, ya vengo, resiste, busco a SONY y vuelvo por ti.

— ¡Y no pierdas el control!

lunes, 17 de marzo de 2008

Castillo de Viernes Santo

Fotografía: Construyendo castillos de arena. IGNACIO BARANDALLA http://www.flickr.com/photos/barandalla/240920758/

Un avión era el brazo de Jonás, como esos que se ven en ascenso vertiginoso al llegar a Maiquetía. Lo extendía, rozaba su axila con el borde de la ventana del automóvil, lo hacía subir y bajar impulsado por la velocidad. Su mano ondeaba, jugaba con el horizonte del Caribe que se descubría maravilloso ante sus ojos. El calor húmedo comenzaba abrillantar la piel.

—¡El mar…el mar, mira el mar! — exultante gritaba, brincando en el asiento.

Para disfrutar el asueto, como era costumbre, la familia de Jonás se trasladaba a la “casa de la playa”, como la llamaban, a unos minutos del pueblo de Naiguatá. Cincuenta metros de arena y olor a salitre que trae la brisa marina la separaban de la orilla.

Pero si algo respetaba y hacia cumplir la mamá de Jonás eran las tradiciones de la Semana Santa, entre ellas, no bañarse en el mar el Viernes Santo porque quien lo hiciera se convertiría en pez.

Ese viernes en la terraza de la casa se escuchaba por la radio el sermón de las Siete Palabras. Jonás había volado en la hamaca, tocado el arpa que formaban sus tensas cuerdas, chuteado la pelota inflable de colores. En el patio, con una rama seca hurgó los huequitos en la arena para sacar cangrejos. Bajo la sombra de un árbol de uvas de playa en la cancha de bolas criollas, jugó con sus carritos en las carreteras de tierra. Apedreó el gato que sigiloso deambulaba por el basurero.

El día transcurría con un sol de marzo y un cielo que reventaba de azul. Jonás sentado en el descanso de la escalera miró a su izquierda una bandada de pelícanos, se desplazaban con un vuelo lento, suave, en formación. Abrió sus brazos, inconsciente los agitó. Su mirada los siguió hasta perderlos detrás de los espigados cocoteros. Un hombre aferrado al largo tronco, machete en mano tumbaba los pesados frutos. Cerca, tres niños corrían, se hacían al mar entre la espuma de las olas, en la seguridad que brinda la orilla. Sus morenos cuerpos brillaban y chispeaban reflejos de alegría. Se preguntó — ¿Y porqué no se convierten en pescao? —. El tintineo de las campanillas hizo que su lengua acariciara los labios y recordara la fría sensación y textura cremosa de un cono de mantecado. El heladero con su carro, sorteó la dificultad para salir de la arena, los listones de madera en el portón de la casa filtraron la silueta, luego se perdió tras el muro que protegía el tronco del almendrón, allí, tumbado entre hojas secas y raíces estaba el tobo, la pala y el rastrillo con el que construía fantasías en la arena.

La seductora llamada del mar es poderosa, más aún a esa edad en que se presentan los dientes de “paleta”. Con obstinación malcriada pidió ir a la playa para hacer castillos. Dudosa y resignada por tanta insistencia su madre aceptó.

—Eso sí, sin bañarte en el mar porque recuerda que es Viernes Santo.

Un salto de alegría. La sonrisa mostró dos hoyitos bajo sus mejillas y la simpatía de su encía. Las torneadas piernas de Jonás bajaron apresurado las escaleras, tomó el tobo, la pala y el rastrillo.

En el trayecto a la orilla de la playa, entre carreras y saltos, sus piececitos de empeine regordete, blancos, descalzos, flotaban en el calor de la arena. En las paradas, los infantiles ojos vivaces la escudriñaba con agudeza en búsqueda de caracolitos nacarados, conchas marinas blancas y piedras que el mar se había encargado de pulir y redondear sus cantos. El sonido seco del tobo se escuchaba al caer dentro cada trofeo.

El trajebaño anaranjado absorbió la humedad de la arena. Vació el tobo, colocó los caracoles y piedras a un lado. Animoso comenzó a llenarlo para formar las murallas. Atestaba el cubo una y otra vez, luego lo volteaba, le daba unos golpes, eran los baluartes. Colocó las piedrecillas y las conchas como revestimiento en los muros del castillo. El foso de los cocodrilos que lo protegía de enemigos ganaba espacio con cada extracción. Una repentina avanzada de espuma blanca tocó a las puertas del castillo. El frío se apoderó de sus nalgas y dio un salto con angustia, se retiró, vio su cuerpo, sus brazos. Recordó a su madre.

Una vez que la arena había absorbido al enemigo, su dedo índice estiró, sacó la liga del trajebaño que se ocultó entre sus nalgas, sintió el roce áspero de las piedrecillas en la delicada piel. Con la pala rehízo los muros, pausado los alisó. Incrustó más conchas. La invasión pirata dejó ristras de verdes algas que sirvieron para decorar el patio interior del castillo. De pié con la espalda descubierta, enrojecida, proyectaba la sombra del gigante que acechaba a los habitantes de su fantasía. El torreón marcaba el centro de la fortaleza, lo coronó con un pináculo de rama seca.

Sus manos comenzaron a extraer la arena del pozo para conectarlo con un túnel hacia el interior del castillo. Cauteloso, sin prisa, los deditos arrugados rasgaban las paredes poniendo a prueba la resistencia de la estructura. La sangre se le heló, el mar lamía sus tobillos, corría por los lados, invadió el interior del castillo cayó uno de los muros y el torreón se desplomó. La respiración se hizo rápida. La fría agua atacó su roja piel. Fijo la miró, no salían escamas. Recordó a su madre.

Llenó el tobo de arena y en fila fue vaciando una y otra vez su contenido para reforzar la muralla de los ataques. El mar con su vaivén acechaba. Unas manos de espuma avanzaron sin piedad, robustos puños de agua golpearon la sensible arena que se diluía. Las conchas, las piedras girando, eran arrastradas hacia el mar. El tobo, la pala y el rastrillo fueron robadas por quien decidido las llevó hacia sus dominios.

Jonás corrió tras sus juguetes. Las improntas que dejaba, al instante eran borradas por la empapada arena. Sus pies chapotearon el agua que invadía a la orilla. Recordó a su madre.

Sintió miedo. Pensó en la advertencia, en los juguetes, en el placer que sentía su cuerpo. Miraba a su alrededor, hurgó en el agua sin éxito. Una ola embravecida estalló frente a él, lo tumbó, lo revolcó. No había arriba ni abajo, un murmullo burbujeante llenaba sus oídos y sólo veía el negro de sus ojos apretados. Las manos vacilaban sin poder asirse, los pies no tenían apoyo. Su boca abrió espacio, saboreó el agua con fuerte sabor a sal. Sin contenerse inhalaba y exhalaba el oxígeno de los peces. Lo hizo varias veces y sin descanso, lento cedió la presión de sus párpados y vio como un mundo desconocido se abría ante sus ojos. Con asombro observó sus piernas y brazos, se tornaban de un color platinado brillante, reflejaba los rayos del sol que se filtraban desde la superficie. Con un movimiento brusco de cadera imprimió aceleración y observó un cardumen de peces que le seguía. El placer que brinda la libertad asaltó su cuerpo. Unos colores llamaron su atención, se sumergió a las profundidades y allí estaba el tobo, la pala y el rastrillo, al lado de extraordinarios castillos de rocas decorados con caracoles y algas.

Desde ese entonces, todos los Viernes Santo hasta el ocaso, en la playa, su mamá hace castillos de arena en espera que algún día el mar le devuelva a Jonás.


viernes, 7 de marzo de 2008

Más allá del reflejo

Fotografía: 42-16480709 PETER GREYNOLS http://www.flickr.com/photos/8019119@N04/2115784773/


En el lavamanos sucio y manchado por la gota impertinente, descargo mi orina ámbar, hedionda. Ya no quiero ni asearme, últimamente me repugna el agua, ni la bebo. Siento el pegote que genera el sudor de mi cuello. Se endurece la barba descuidada, me pica. Me desfiguro en las manchas de azogue, dividido en dos planos, como mi vida. Fijo la mirada en el reflejo, veo el rostro, detallo la pupila derecha, me sumerjo en ella y advierto con horror lo que hay dentro de mí.

Vivo para robarle hasta la esperanza a mi madre, pedir para comer y enardecer mis venas. Bostezo con aliento de asco. Los párpados pesados exponen mis purpúreos ojos vivos y dan fe de la mente muerta.

El día es para dormir, otra vez llegó la oscuridad y en ella escucho mil voces de colores que me llaman, me invitan a pasear entre las tumbas, soy la pesadilla.

¡Epa maricón!…, saludo al demacrado de la guadaña que lanzó los dados sobre el fieltro morado que cubre el ataúd. Irrumpen briosos de la plástica cortina con sus largas crines los caballos azabaches, al galope tiran de la carroza para venir a buscarme.

Hurgo en mi reflejo para ver ahora la pupila izquierda. ¿Qué es el tiempo?, para mí un segundo, un minuto o una hora es lo mismo. Da igual el día o la noche, cuando mi mente muere no existe en ella alegría, no hay paz. Sólo cuando vive por la maligna hay júbilo y bienestar. ¿Y de amores?, si, uno, por ella, por nadie más, nos amamos, nos diluimos en el placer malévolo de la complacencia que luego me lleva a un sentimiento de odio por mi mismo, de quien me río solo cuando el químico asalta desgarrando los recónditos pasadizos de mis venas. ¿Principios?, los que me llevan a la desesperación por iniciar con euforia mi rito de descenso. ¿Valores?, cualquier moneda o billete que me permita acceder a las puertas de mi infierno. ¿Sueños?, algunos y en colores. ¿Realidad?, la que me muestra este crucifijo que llevo colgado en el pecho, hablo con él y no me responde. Soy el alma que nadie quiere, todos ignoran y escupen. El destino uno lo crea no lo escoge y yo creé esta realidad infernal en que jugamos a los escondites la muerte y yo, entre cipreses, lápidas y pensamientos oscuros. Es mi mejor amiga y a veces mi retadora enemiga. Todo un excitante laberinto plagado de misterio donde se desea morir para que el cuerpo descanse en paz. Decidí hacer la felicidad fácil, rápida, instantánea pero ilusoria. Buscarla me conlleva a más infelicidad.

En esta covacha cuesta caminar. Entre latas de sardinas y cerveza, un colchón mal oliente manchado de semen, ceniceros rebosados de cigarrillos, papel de periódico y ropa sucia transcurren mis días. Hoy no amanecí bajo el puente sobre el cartón húmedo que hiela los huesos.

Cuando deambulo, en las sombras que generan los faroles de las avenidas o los neones de los lugares nocturnos se esconde mi vida. Mil bocas me juzgan, se burlan, me gritan, me insultan, me abusan. A mi madre sin tener la culpa la hacen presente en mi remordimiento, pero recojo las monedas que por lástima o para ganar indulgencias me lanzan y me mantienen muerto.

Ya no sé ni qué hora es ni qué día. Mi aura resplandece, es volátil, se desmaterializa, ¡que placer!, el reflejo de mis ojos está intacto en el espejo, me vuelvo átomos, en un haz de luz el vapor etéreo se funde en las pupilas reflejadas.

Vencida está la oscuridad, la tiniebla, todo es luz, paz, no hay sombras, ni preguntas, solo respuestas. No siento el latir de mi corazón ni el torbellino de mí angustiada sangre en las venas, no respiro, tampoco siento.

¿Dónde estoy?

Alguien me habla…

—“Toma mi mano, abre tu corazón, no te juzgues, yo te conseguí y te traje al gozo eterno, porque mi amor al hombre es infinito, te absolví de tu propia condena”

No lo podía creer, yo que tenía ganadas las flamas eternas del sufrimiento, ahora descalzo deambulo inmortal por el paraíso sempiterno.

Ja...ja...ja... nadie es perfecto y a veces, por suerte, Dios también se equivoca.

viernes, 29 de febrero de 2008

Hábito de cuero negro.

Fotografía: Vruummmm. TIAGO MULLER. http://www.flickr.com/photos/tiagomuller/111472879/


Fue el último deseo de su abuela, quien en las horas finales con las manos venosas acariciaba los cabellos de su nieta. Los ojos jóvenes, almendrados, delineados en la albura de la piel, se ahogaban en su propia miel. Las lágrimas corrían por las mejillas, surcaban un camino de no retorno.

Entre misterios y letanías, la devoción presionaba las cuentas del rosario, recuerdo de su primera comunión. Rezaba con fe por un milagro que había dado vida y ahora alejara la muerte.

Con pausa y recato caminó hacia la ventana, la abrió. La brisa del atardecer con aroma a vendimia se filtró por la ventana. Manolo le hizo una seña, ella con un mohín lo ignoró. El sol azafrán prolongó la sombra de su menudo cuerpo hasta el lecho para abrazar tanto dolor.

-¿Lo harás el 12 de octubre?, fue el día que naciste, llevas su nombre- dijo la abuela con voz agónica.

-Si abuela, con la fuerza del espíritu y el amor a Cristo me concederé a las Misioneras de Nuestra Señora del Pilar.

El 12 de octubre, día de fiesta, el dorado altar purificado en una nube de plomizo incienso, recibía los destellos solferinos y añil reflejados por los vitrales. Entre flores la imagen esperaba a Pilar para cumplir su promesa.

En la puerta de la iglesia, una "Triumph" encabritada regurgitó del escape su irreverencia. Abrazada a la cintura de Manolo y pantalón ceñido a la cadera, no perdió el hábito; sin quitarse el casco se persignó. Sonó dos palmadas en la espalda de cuero negro y siguió rumbo a disfrutar con su compañero de un claro día de otoño.

martes, 19 de febrero de 2008

¿QUÉ ES EL AMOR?

Fotografía: Rasa lilás. DIEGO F ANTONELLO
"El amor es entrega. El amor es la razón del amor. El amor es comprender. El amor es una música. Amor y corazón noble son la misma cosa. El amor es la poesía de la tristeza. El amor es cuando el alma frágil se mira al espejo. El amor es pasajero. El amor es no decir nunca lo siento. El amor es una cristalizción. El amor es dar. El amor es compartir un chicle. El amor nunca es seguro. El amor es una palabra vacía. El amor es alcanzar a Dios. El amor es un dolor. El amor es encontrarte cara a cara con el ángel. El amor son lágrimas. El amor es esperar que suene el teléfono. El amor es todo un mundo. El amor es cogerse de la mano en el cine. El amor es una borrachera. El amor es un mounstro. El amor es ceguera. El amor es oír la voz del corazón. El amor es un silencio sagrado. El amor es el tema de las canciones. El amor es bueno para la piel...

...El amor es el anhelo de abrazar a una persona con fuerza y estar en el mismo lugar que ella. El deseo de abrazarla dejando fuera al mundo entro. La nostalgia del alma de sonseguir un refugio seguro. "

Orhan Pamuk, de su libro La vida nueva

lunes, 11 de febrero de 2008

Fría mañana, calor de café

Fotografía: Café con espera. LUIS
Esa mañana un café con leche sería la clave para cerrar la puerta por donde se fugaba su vida.

Carlos y Joanna tomaron el café juntos antes de iniciar sus labores diarias en la oficina. Sentados en las frías sillas de aluminio invadidas por la sumisa luz que concede la mañana, observan los verdes revueltos que brinda el cerro el Ávila.

Joanna en cada amanecer enfrenta esa ausencia que tan profundamente siente. Con la nostalgia que invade su pensamiento, dio unas sacudidas a la bolsita que contiene el azúcar, la rasgó lentamente y derramó los blancos cristales sobre la espuma, esperó unos segundos con la mirada fija viendo como el azúcar se hundía, se diluía, la revolvió.

—Aún lo recuerdo, vive en mis días, en mis noches — dijo con voz suave, impregnada de melancolía

—Joanna, agradece lo vivido. Es pasado, nada de lo que viviste será igual en el futuro, hoy ya no son los mismos.

—Duele, duele— viéndole a los ojos dijo

—Porque has amado —con un mohín en sus labios le contestó Carlos. — ahora lo único que te queda es convertir esa miseria que sientes en victoria.

Tomó su taza, después de dar un sorbo concluyó

—La vida es tan efímera, tan volátil, tan corta como el calor de este café, así que… tómatelo antes de que se enfríe.

domingo, 3 de febrero de 2008

Soledad, deseo y seducción rubí

Fotografía: Vino Wine. BEATRIZ ORDUÑA
Impasible y fría está la noche

En la penumbra palpita un vaho floral, dulce, común

De las paredes, confidentes, emana una melodía acompañada por Lavoe

“Ha terminado otro capítulo en mi vida,
la mujer que amaba,
hoy se me fue esperando noche y día
y no se decide a volver.”

Unos pechos salvajes, sórdidos, lisonjean sus pupilas

Entre en sus dedos arden los recuerdos entorchados, inhala profundo uno a uno.

Sogas gruesas de humo amordazan la esperanza

A su lado la compañera, soledad

Al encuentro, Merlot llegó seductor a compartir el ahora

Aspiró lento, profundo

Escaldado notó su presencia

—De nuevo somos tres, tres, tres… que número tan desgraciado — pensó

Su buqué y solferino color la seduce

Obsequiosa acepta su presencia

Sin disimulo coquetean

No hay sitio para más de dos

Les florece el brillo que provee el deseo y con desdeño se marchan, sin escrúpulo

Ha vuelto a quedar solo

Cabeza gacha, índice y pulgar estriban los pensamientos

Levantó la mirada, chasqueó los dedos, y con lasitud dijo:

— ¡Camarero, una botella de vino, por favor!

martes, 22 de enero de 2008

Te va a comer el COCO


Ilustración: monster & me. Vagrant Aesthetc.

Rosa tenía la urgente necesidad de conseguir dinero, debía buscar un empleo. Le ofrecieron techo, comida y salario mínimo. Sabía que asumir la responsabilidad de cuidar un niño no es un juego. Los niños de la ciudad no son como los de su pueblo, Cabudare, hay que saber tratarlos, cuidar lo que se les dice y como. Fue así que aceptó el trabajo de niñera mientras Pablito le sacaba la lengua y ella tenía ganas de cortársela.

Junto a la cocina, en el área de servicio, hay un cuarto de pequeñas proporciones; la cama tendida con un cubre de algodón, una mesa de noche, sobre ella, la pequeña lámpara de pantalla de tela. Al frente un mueble con seis gavetas y el pequeño televisor. Baño privado y un closet para colgar sus prendas de vestir. Ese era desde ahora su recinto de descanso, muy distante al corredor y el chinchorro que mecía sus sueños. Estaba por ver otras visones que rayarían en la realidad.

—¡Rosa, ayúdeme con el niño, hay que vestirlo y llevarlo al preescolar!— fue lo primero que escuchó en esa mañana.

Pablito correteaba y brincaba como un saltamontes por el cuarto, no paraba de dar gritos

— ¡No me voy a poner el uniforme, no quiero, no quiero, no quiero!

Rosa lo abrazó para vestirlo y la primera reacción del niño fue hincarle un mordisco sin reflexión en el brazo izquierdo. Rosa lo tumbó en la cama, lo tomó con fuerza por el brazo y le dijo:

— Si no dejas que te vista te encierro en el baño a oscuras para que te coma el Coco— él la miró extrañado y le hizo una trompetilla que le salpicó de saliva su cara.

Esa tarde, a gritos Pablito exigía:

— ¡Rosaaaaa mi tetero!

—Un chamo tan grande y tomando tetero— dijo para sí

Le preparó la crema de arróz, en un vaso se la llevó. Lo tomó y con un berrinche lo batió contra el piso espetando que lo quería en el biberón. Rosa enardecida lo agarró por los hombros, abrió el closet y lo encerró.

—Estás castigado y allí te quedas hasta que te coma el Coco!

Pablito lloró, gritó. A los minutos Rosa decidió abrirle y advertirle de su mal comportamiento.

Esa noche los Padres de Pablito habían salido a cenar con unos amigos. En la casa el silencio se interrumpía por la novela de las nueve que usurpaba las comiquitas de Cartoon Network.

— ¿Que extraño? — pensó Rosa, — esto no es normal.

Se levantó del sofá y comenzó a buscara la criatura por toda la casa. No había ni rastro, comenzó su angustia.

Bajó a la cocina, fue a su cuarto y para su sorpresa lo consiguió con tijera en mano cortando las estampas de la Virgen de la Divina Pastora, El Sagrado Corazón de Jesús, la foto de su mamá, la de los hermanos, documento de identidad y cuanto papel consiguió en la cartera. No se salvaron las pinturas de labios, los había utilizado para rayar el cubrecama y paredes del dormitorio.

Enajenada, en medio de su ira lo alzó, entre gritos, llanto y patadas, lo encerró en su cuarto, apagó la luz y le dijo:

—Ahí te quedas hasta que te duermas y te venga a comer el Coco.

Entrada la madrugada. Un ruido en la juguetera hizo despertar a Pablito, en la penumbra que prestaba su lámpara de noche, sus ojos avistaron un gran muñeco Blanco y gris que con una sonrisa le saludaba.

—Hola Pablito, ¿jugamos?

Pablito ante su asombro salió del embozo de su sábana, soltó una sonrisa y dijo:

— ¡Si, juguemos!, pero primero con los tacos, son mis preferidos

Vaciaron la bolsa comenzaron a armar torres multicolores. El dinamismo de Pablito no lo dejaba permanecer concentrado en una actividad, propuso jugar con los Transformer.

—Yo soy Megatron y tu Bumblebee.

—Pero… ¿cómo te llamas? dijo el niño.

—El Coco — respondió en voz grave.

— ¿El Coco?, ¿pero tu comes gente en la oscuridad?

—Hummm… Eso dicen.

Siguieron jugando durante la madrugada

—Has jugado toda la noche conmigo y no me has comido, ¿no te aburres de jugar con un niño? — preguntó viéndole a la cara

—No, para jugar hay que hacerlo con el corazón y cuando lo hago de esa manera se me olvida todo. Son los momentos en que me siento libre, y mi pensamiento se expande, el universo se me agranda como el tuyo. A medida que nos volvemos grandes ese universo se nos hace más y más chico, se nos olvida jugar.

Hizo una pausa y le dijo con una mueca pícara.

— Pero sabes algo…, ya me dio hambre, mucha hambre, tengo que comer.

—Yo sé que puedes comer… y te va a gustar. — dijo risueño el niño

—Baja a la cocina, ve al cuarto de Rosa y le pides que te haga una crema de arróz, pero que te la de en biberón. Eso si, -en voz baja- ten cuidado, se molesta por nada.

—Eso haré.

En la mañana siguiente, buscaron a Rosa, no apareció. Su cuarto desordenado, rayado, imágenes venerables rotas en el suelo, se mostraba como si las fuerzas del bien y el mal lucharon en el pequeño espacio.

Su ropa intacta en el closet y gavetas. Pero de ella, ni rastro. Sólo un puño de hebras grisáceas parecidas a las de un muñeco de peluche se encontraron en el piso. Nunca más se supo de la joven, ni en Cabudare.

Pablito siguió jugando con sus héroes e imaginación en espera de alguien que sepa comprender, compartir y divertirse en su mundo de fantasías.

sábado, 12 de enero de 2008

Viento vivo.

Fotografía: MARIANA http://www.flickr.com/photos/fulanita/366512711/

El horizonte se estremeció al escucharlo con ímpetu gritar:

— ¡Que el viento se lleve mis sentidos, mi alma, mis pensamientos, mis afectos. Que no se detengan y vuelen libres, gráciles, por las montañas, por los valles, por los llanos, por los ríos y mares de tu cuerpo vivo, tibio, que se anima afanoso a la tentación del amor!

— ¡Que me lleve el viento!

Sus pies se elevaron y como una cometa se alejó.

martes, 1 de enero de 2008

Nubes de un tiempo perfecto

Fotografía: Mirada hacia las nubes. GUADALUPE GÓMES SALAS

Luego de la jornada de trabajo, caminar por el parque triturando las hojas secas de su pensamiento era la rutina para llegar a la soledad su casa. El recorrido entre los frondosos árboles que proyectaban sus sombras y las emanaciones florales aumentaban la amenidad de la tarde. Lleva consigo los vinos que le regalaron sus clientes en el banco, un gesto de reconocimiento de fin de año por contar con exactitud el dinero ajeno. En el recodo de la caminaría, los setos de gladiolas dan paso al prado que intensifica su verdor por los ambarinos rayos de luz que advierte el atardecer. Para su sorpresa, en un manto de desvencijadas y crujientes hojas yacía un hombre de corta y descuidada cabellera entrecana. Cauteloso se acercó, detalló con precisión su rostro gastado, de barba hirsuta, los párpados pétreos mantenían sus ojos profundos con la mirada fija en el cielo. Su vestimenta percudida, un bluyín decolorado y sucio por la faena y la franela que le identificaba como empleado de la Alcaldía. A su izquierda, recostado de una bolsa llena de hojas, el rastrillo metálico destartalado reposaba agotado por la faena. Con los brazos firmes como su mirada, extendidos hacia el cielo sujetaba el firmamento que estaba a punto de caerse sin piedad y aviso alguno.

— Disculpe amigo, ¿que hace? —preguntó

—Te sostengo el cielo para que no te aplaste— sólo movió sus labios, manteniendo el cuerpo rígido como si se tratara de una tarea de alta precisión.

El comentario gracioso ocasionado por un excéntrico feliz le asomó una leve sonrisa, y para seguir la corriente, le preguntó.

— ¿Y como lo hace?

—Viendo las nubes, sintiéndolas, viajando en ellas. —respondió— fíjate como cambian de forma, todo depende de la velocidad del viento y la intensidad y ángulo de la luz con que las acaricie el sol. No tienen prisa, no tienen hora, días ni años. Son simples nubes, nada más que nubes. Se transforman, van danzando por los aires, de un lado a otro. No tienen hora para aparecer ni desaparecer. Sólo quieren ser neblina para acariciar nuestros rostros o nubarrones para brindarnos su agua. Pueden ser tormentas poderosas o brisa sutil. Danzan, danzan y danzan, sin descansar como bailarinas ligeras, gráciles.

— ¿Cómo te llamas? — preguntó el anciano

—Aníbal

—Hermoso nombre, de origen fenicio, significa “el que tiene la gracia de Dios, de sentimientos verdaderos”.

Un juicio de valor le hizo causar extrañeza por el comentario.

—Acuéstate a mi lado, regálate tu tiempo— palmeó suave con su ruda y callosa mano derecha el suelo haciendo crujir las hojas secas.

Aníbal se mostraba preocupado por no llegar a tiempo a su casa aunque en ella solo le esperaba la soledad compartida con libros, un ordenador, la cama y un televisor. Sin embargo se dejó llevar por sus instintos.

—Atardece, se me hace tarde para llegar a casa, esta noche es año nuevo. — le respondió.

—Ven, siente con tu espalda la tierra y con tu pecho el cielo. Respira, no es tarde ni es temprano, es un momento, el ahora, parte del ciclo del día y la noche. No hay año nuevo ni año viejo, sólo vida, existencia, transformación continua en imperecedera, nada es malo ni es bueno, simplemente es. Día a día las nubes nos regalan sus formas infinitas en el cielo y nosotros creamos las formas que deseamos ver.

Con el recelo de quien habla con un loco y teme por su integridad personal, Aníbal fue agachándose lentamente y se acostó. Distendió sus brazos y piernas, sintió el olor a tierra y el crujir del seco colchón vegetal.

—Relájate y mira con acuciosidad las nubes.

En unos segundos ya estaba inmerso en una perspectiva diferente.

— ¡Mire!, —con asombro dijo Aníbal— aquella parece una cara de elefante con la trompa. Y…, aquellas arreboladas son un ramo de flores, ¿las ve?. Y a la derecha… ja, ja, ja, un conejo de largas orejas.

—Apuntalas tu firmamento, vuelves a ser niño. Cuando eres niño las referencias del tiempo son vivencias, no existen fechas, sólo momentos especiales; el fin de semana en la playa, la piñata del cumpleaños, la llegada de Santa o el Niño Jesús, la campana del colegio que marca el fin de la jornada. Tus parámetros de tiempo eran las fechas y momentos que te parecían importantes. Las convenciones son los límites del mundo de los grandes, de los adultos, de los mortificados, de los ambiciosos, de los que nada más buscan en Cristo, Buda, Mahoma, Krishna y todas sus variantes mediáticas y comerciales la razón de la existencia o la fortaleza de su columna para sostener la vida sin echar una mirada en su interior, en su esencia, en su alma. Lo principal de los puntos del ahora que conforman lo que llaman la línea del tiempo es la excelencia, porque en ella priva el mayor grado de bondad que es la razón de la perfección, por eso, para los niños no existe el tiempo. ¿Entiendes porque se dice que el tiempo de Dios es perfecto?

—Eso creo— contestó Aníbal con una mirada de duda, asombro y curiosidad por ese hombre.

—Aníbal, ves aquella nube, ¿Qué te hace ver?

Sumergido en un torrente de imaginación le responde.

—Para mí… humm… es un cofre— aseveró.

—Obsérvala fijamente, luego cierra tus ojos e introduce las manos en el y a ver que consigues.

—Humm…, flores…, muchas rosas.

—Son las flores que están sembradas en ti, por alguna circunstancia las semillas llegan y ellas florecen en el momento menos esperado porque no hay un tiempo determinado. Liberan todos sus colores y aromas. En muchas ocasiones de forma desafortunada quienes te ayudan a sembrar no comparten el disfrute de la cosecha porque le pusieron tiempo a la espera, fueron impacientes, se volvieron adultos, olvidaron su niñez.

Hubo un intenso y plácido silencio que zumbaba en los oídos de Aníbal. Sentía el cuerpo flotar en la vacuidad de su pensamiento.

Lentamente fue abriendo los ojos, emergiendo de ese momento de solaz. Sorprendido se vio rodeado de miles de flores multicolores. Viró su cabeza en búsqueda del anciano, necesitaba una explicación que solo estaba dentro de él. Giró su cabeza, miró hacia un lado y hacia el otro hurgó con la mirada entre los arbustos y la caminería. No lo consiguió.

Las campanas blandían e inundaron con su tañido el aire, doce campanadas en total y los fuegos de artificio anunciaban en el mundo de los adultos el inicio de un nuevo año.

Desconcertado, Aníbal se incorporó, suspiró, se sentó en un banco, sacó de su bolsillo una pequeña navaja, descorchó la botella que traía y de un trago enjuagó su garganta. Miraba extasiado las luces que se expandían formando gigantescas esferas y luego como pétalos de rosas se precipitaban perezosas sobre el parque. Disfrutó el momento.

El firmamento estaba seguro.


lunes, 31 de diciembre de 2007

Propósito de año nuevo

Fotografía: Flotando. Mood Dragon. http://www.flickr.com/photos/pintomarquez/2090887397/

Se escucha en la radio: ¡Faltan cinco minutos para las llegada del año nuevo!. En medio del estrepitar de los cohetones y el jolgorio familiar, Marisela pregunta.

—Ramiro, después que incendiaste el dormitorio por quedarte dormido con un cigarrillo encendido ¿imagino que tu propósito de año nuevo será dejar de fumar?

—¡Nooo!... te equvocaste. Dormir en el banco de la plaza. Lo que me preocupa es que la corriente de aire me pueda ocasionar una neumonía.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Regalo de Navidad

Fotografía: Jeune femme au téléphone. ALAIN BACHELLIER http://www.flickr.com/photos/alainbachellier/297322904/

Luces brillan por toda la ciudad. La Cruz del Ávila con intensidad resplandece sobre el valle de Caracas brindando un aire de alegría navideña a la capital. Sin embargo para Ismael fue premonitorio aquel atardecer de diciembre en el bulevar de Sabana Grande. El destino lo colocó en el sitio, el día y la hora justa para ser desafortunado testigo de aquella miserable y fútil traición que le arrebataría el amor preferente que por tantos años había cultivado.

El encuentro no fue casual, ella acordó el sitio y la hora de la cita. Vidrieras, luces y un ambiente lleno de San Nicolás, renos, y algodón simulando la absurda nieve tropical hacían patente la alegría de Sophia al ver las posibilidades de realizar su anhelo. El verde salvaje de sus ojos brillaba cual gema refractando su luz. Se vieron, entrecruzaron intensas miradas de fuego como centellas resplandecientes en la negra noche. A ella, su actitud la delataba, le afloraba el deseo de tenerle entre sus manos, hablarle, escucharle. Ismael la observaba, y ante tal escena, sintió gotas de sudor frío. Lentas y sigilosas bajaban por la morena piel de su frente. Absorto quedó ante desagradable instante. El dolor, la rabia y el miedo de perderla hicieron que se mantuviera oculto, vigilante de sus acciones.

A fin de cuentas, fue Sophia quien decidió y eligió. Su rival ganó esa batalla, sí, sin duda alguna. Se percató que era colosal luchar contra su elegante y sobrio estilo, del dominio de la tecnología, el brillo de lo nuevo, la tentación de lo inexplorado, lleno de energía y de esas maneras tan particularmente musicales de llamar su atención. Le brindó el placer a su ego de desgarrar su bien presentado velo de virginidad. Cayó en la red, la sedujo al punto de convertirla en una incondicional de su propia necesidad. Hizo de sus gráciles y finos dedos, esclavos para satisfacer el hambre de caricias sobre el pecho esculpido como un súper héroe musculoso.

Un intruso que llegó para destruir la intimidad con el eterno ir y venir de cotilleos y tertulias inútiles. Apegado a ella, se hizo presente en los momentos menos apropiados, fueron tres; en la cama, en la cena, en el cine, en los aniversarios.

Por él, ella desplazó su atención y su prioridad que en una época le perteneció.

Y a pesar que lo despreció y detestó, ahora los entiende y gracias a la Navidad en la que debemos reconciliarnos hasta con uno mismo, se hizo un obsequio.
Donde fueron tres, ahora son cuatro.

—Sophia, no puedo atenderte, tengo una llamada en espera, en quince minutos te repico.

martes, 11 de diciembre de 2007

DOLOR

Fotografía: Dolor. FRANCISCO PEREIRA

Decisión de verdugo semblante, oscura, lastimó, causó el agudo dolor que le arrincona el alma desnuda en una esquina de su corazón vacío. En soledad las gotas cristalinas, tibias, le golpean sin cesar, intentan penetrar su cuerpo, está seco. Como lágrimas silenciosas se escurren por la impermeable piel. Le consuela sus brazos, el pecho se oprime al no escuchar la afable voz, sentir su aliento.

Duele el silencio árido, mudo desierto estéril que sofoca, atormenta y castiga. Abate la reminiscencia, no percibir el destello de sus ojos, ni sentir la tersura de sus manos.

Duele el fulgor de las mañanas que recuerda día a día el desamor no deseado.

Duele la soledad, olvido frío por la distancia. Intenta acortarla mientras el pensamiento transita por los caminos del sentimiento en búsqueda del rostro perdido en las sombras ásperas de las rocas.

Duele esa vacuidad infinita, en la que reverbera el eco interno, perpetuo.

Duele la punzante pérdida, saber que nunca jamás ha de compartir ese sentir que lleva consigo. Sufre su entraña por las raíces que hurgan y se alimentan de recuerdos floridos sembrados uno a uno por besos de furia. Hinca el dolor afilado, intenso, profundo, que no aquieta la lira de Orfeo.

Duele el sabor que evoca el caldo rubí en la copa inundada por los vapores de su cuerpo. El pesado hilo gris fatigado del cigarrillo delinea el perfil mil veces acariciado, flota y lento se desvanece, determina la ausencia.

Duele obligarse a que sus recuerdos no le encuentren. El dolor por amar y no ser correspondido encarna lo profuso que se ama.

Duele lo que el tiempo intentará mitigar.

Es conocerse…, es ¿estar vivo?

viernes, 7 de diciembre de 2007

Una pancarta vale más que mil palabras

Fotografías: FRANCISCO PEREIRA G. panchoper@gmail.com
El tiento de manos de Miguel iba indagando curioso el asfalto de la avenida. El sol abrasador reflejaba destellos en sus lentes negros, de cristal oscuro. Escuchaba el bullicio de la turbamulta, su olfato agudo refrendaba el olor a cotufas. Unos pasos más adelante, pinchos de carne y pollo a la brasa. Los aromas se confunden, se solapan. Entre la multitud presumiblemente un cuello aguanoso en Carolina Herrera de alguna licenciada se mezclaba con el pachulí de la cocinera. Gritos, consignas, música, pitos, llegaban en diferentes direcciones como saetas a sus oídos. Tomado del hombro de Raúl, su hermano, disfrutaba de aquel colage que sus cuatro sentidos articulaba.

—Raúl paremos un rato.

— ¿Estás cansado, quieres sentarte, tomar agua?

—No, gracias— respondió. Giraba de manera leve su cabeza en diferentes ángulos, como si sus oídos visualizaran las escenas que acontecían en la avenida, y dijo.

— ¿Podrías leerme y describirme las pancartas que alcances a ver?

— No hay muchas y no son tan buenas como en otras manifestaciones.

— Aprende a ver, léelas y descríbelas, ellas son un resumen, dicen más que mil palabras. ¿Sabes algo? en este país hay unos que tienen sentido de la vista y no ven, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.








viernes, 30 de noviembre de 2007

SUNGLASSES con reflejos de... ¡NO!

Fotografías: FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

Para ganarse la vida honradamente hay que salir a la calle a buscar el dinero. El que se encuentra en la billetera de cuero adosada a la nalga sudorosa de cada caballero o en los bolsos que deambulan colgados en los hombros, rozando los turgentes pechos de las mujeres de esta ciudad. El objetivo es lograr el intercambio, la vida es un perenne trueque hasta para el amor. Eso era lo que pensaba Yorman cada día que salía a trabajar en la que él llamaba su empresa, la óptica “Sunglass Mira Lejos”.

Caracas es una ciudad convulsionada, de fuertes contrastes, llena de modernismo y atraso. La política es el pan nuestro de cada día, quien no esté enganchado con la revolución bolivariana, está con la oposición. División, verdadero logro de la gestión del gobierno. Es por esto que las numerosas concentraciones políticas son oportunidades nada despreciables para los empresarios informales como se autodenomina Yorman.

Es el día de la concentración de la oposición, miles de caraqueños se agrupan en la principal avenida de la ciudad, la Bolívar. Tienen como fin manifestar por el NO a la reforma constitucional, mañana lo harán los oficialistas partidarios del Si, y para Yorman es una buena oportunidad de vender lentes de sol. Son dos ocasiones que hay que aprovechar ante la cercanía de las fiestas de diciembre.

Yorman llegó a la avenida antes de la hora prevista para la multitudinaria manifestación. Con un pañuelo de fieltro y agua jabonosa limpió uno a uno los cristales de cada lente. Los colocaba con delicadeza en el curtido bloque de poliuretano desmedrado que comenzaba a transformarse en un ojo de mosca gigante.

La asistencia a la manifestación auspiciada por miles de estudiantes con sus manos blancas, se incrementaba cada minuto. Entre consignas; “¡Hay que marchar…, hay que marchar…, porque si no la CIA no nos va a pagar!” y el clásico grito de guerra con posteriores aplausos, para finalizar alzando las manos pintadas de blanco ; “¡Eeeestudiantes!...”

Con gorra azul curtida del Magallanes, recostado al tronco bajo la sombra de un árbol veía pasar el jolgorio.

Una joven de piel canela y cuerpo de escultura con atributos de Afrodita, se acercó, tomó unos lentes y le preguntó;

—Flaco, ¿qué valen estos?— mostraba un rictus afable.

Ante la cadera atrevida descubierta al sol y sonrisa menuda, siendo infiel a su principio de comerciante de que todo se vende, le respondió con obsecuencia;

— ¿Para ti?..., nada, muñeca.

Sus finas manos y uñas con una obra cinética que se tuteaba con las de Cruz Diez, se reflejaron en el broncíneo espejo del lente deseado. Lo tomó, se lo colocó con un ligero batir de su azabache melena y dijo;

—Gracias flaco, eres un amor.

Presumida, dio media vuelta y comenzó a perderse entre la multitud.

Perplejo, tomó su gran muestrario y emprendió la carrera tras aquel bluyín bajito, que mostraba las faldas del Monte de Venus que deseaba escalar. Su mirada seguía con atención el par de hoyuelos en la cadera que rítmicamente se perdía en la muchedumbre. La aglomeración le impedía alcanzarla, lograba en ocasiones descifrar su cabellera, o su blanca franela. Con dificultad se abría paso entre pancartas y gritos, “¡Y no, y no nos quitarán el derecho a protestar!”.

Permisos y disculpas, eran sus palabras, el gran ojo de mosca le impedía acelerar el paso.

—¡Coño no me empujes!— le gritó una señora tipo quincalla, ataviada con sombrero, franela, pulseras, emblemas, bandera tricolor y el cartel de rotundo NO! amarillo indignación.

Siguió en persecución de su fugitiva al mejor estilo de Sam Gerard, con la ansiedad y nerviosismo de un sabueso que persigue su presa. El muestrario de lentes sostenido en alto golpeó la cabeza de un moreno mal encarado, de brazos macizos y nudillos prominentes.

—¡Así No!— le dijo con voz imperativa — esta es una protesta pacífica pero si quieres aquí mismo te doy tu carajazo.

En el tumulto, miles de manos blancas se alzaban como si le solicitaran parar la persecución, anunciándole que todo estaba perdido. Ante el bosque de brazos insistía en el acecho de la chica que lo deslumbró y ni siquiera conocía su nombre.
Sin mediar palabras, ni saber su origen, recibió una bofetada de cuello vuelto que lo desubicó por segundos pero sin soltar la mercancía.

—Deja la rozadera carajo, ques ta vaina no ej bolero, ni te lo va ja llevá pa tu casa, ¡abusador!. A cuenta ques toy sin marío va ja vení abusá— con furia de hipopótama recién parida le espetó la prieta.

Ante la solidaridad por parte de los asistentes para con la señora, no le quedó otra que sobarse y seguir camino con la mejilla solferina.

—¡No joda…, esa carajita está buenísima!, como sea tengo que hablarle — obsesionado decía en su interior mientras pasaba el dolor moral. El sol extraía las gotas de sudor que corrían por su frente. El vaho que emanaba de la muchedumbre impregnaba su pecho y espalda.

La perdió de vista, se desvaneció, creía verla en las cabelleras negras, en cada franela blanca.

—Si no hubiera sido por este poco de lentes la alcanzo, la oportunidad la pintan calva y la perdí— dijo para sí con rabia.

Los discursos barbullantes que emanaban de los altavoces le aturdían. Colocó el muestrario de lentes en el piso y para lograr mejor visual se subió con destreza felina en un poste de alumbrado para otear entre miles de cabezas, banderas, cartelones y pancartas. El esfuerzo resultó inútil. Al bajar, se percató que alguien con mayor interés por los lentes los había desaparecido, como la morena de caderas memorables. Hoy no era su día.

Concluida la concentración, se sentó en un banco a ver pasar a la multitud que se retiraba. Alelado, con la mirada perdida entre miles de papeles, botellas plásticas vacías que rodaban por el piso, piernas alegres que caminaban por el asfalto y aturdido ante la estridencia de los pitos, parlantes y gritos, no hacía más que pensar en los ojos glaucos y la tersa pelvis de gloria.

Ensimismado entre el cansancio y la decepción, en estado de lasitud sintió unos golpecitos en la espalda, volteó repentinamente y era ella, no supo que decir. La visión le hizo sentir algo extraño, una sensación similar a un triunfo olímpico en cien metros mariposa.

—Flaco, ¿ puedes cambiarme los lentes?, me hacen doler la cabeza.

Disimulando la torpeza cometida durante su búsqueda, le contestó.

—Heee... los vendí todos, pero si quieres mañana nos vemos en la concentración del gobierno por el Si y te los traigo.

A lo que respondió contundente

¡NO!

Yorman sin perder momento, dijo.

—Entonces, me das tu número telefónico, te llamo y los llevo a tu casa.

Un segundo y rotundo ¡NO! fue suficiente para darse cuenta que había perdido el juego. En esta ocasión no habría trueque.

Culminaba la tarde con un cielo arrebolado, Yorman escaldado prestó atención como una mano fuerte, varonil rodeaba con deleite la cintura de ensueño, mientras se alejaban entre brincos gritando; “¡Y no..., y no…, y no me da la gana que mi constitución se parezca a la cubana!”

(Un inciso)
La felicidad me embarga al escuchar esta madrugada (3 de diciembre) de boca de la autoridad electoral, mascullar la sentencia de la victoria del NO a la reforma de la constitución. Un triunfo el cual tiene como significado que la luz de la libertad en Venezuela no puede ser apagada por la tiranía. Hoy es un día tan importante como el de la independencia del país, los venezolanos hemos dado un paso trascendente en madurez política, un grito a la necesidad de la tolerancia y rechazo a la violencia de cualquier manera que se exprese. Hemos negado un proyecto que no pertenece a nuestra idiosincrasia, un proyecto de expansión política por los países de América con un modelo obsoleto y caduco.

Un ejemplo a seguir en Venezuela y todos los países que temen por sus libertades y derechos es el que han dado y siguen dando los estudiantes. Luego del cierre abusivo de la televisora nacional RCTV (mayo 2007) los estudiantes han sido vigorosa, entusista punta de lanza de la protesta ideológica del país. Es por eso que ver saltar, gritar y llorar de alegría a los jóvenes universitarios que no llegan a los 25 años por el logro de su lucha, realmente me llena de orgullo y lo más importante para mi, sentir que mi hijo, Francisco Javier con sus siete años y mis sobrinos, tienen la posibilidad de un futuro promisor en esta tierra de gracia.

viernes, 23 de noviembre de 2007

El valor de una coma.

Fotografía: Mari Carmen Criado http://flickr.com/photo_zoom.gne?id=278363559&size=m

¡Sólo una coma!

El poder de su ubicación en la oración.

Lea y analice la siguiente frase:

"Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda".

Si usted es mujer, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra mujer.

Si usted es hombre, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra tiene.



domingo, 18 de noviembre de 2007

El redoblante de Mariela

Fotografía: EDUARDO MONTEPEQUE eduardo@permontarts.com
Visitar en: http://flickr.com/photos/8582249@N08/

Comienza la mente con el inquieto y constante repiquetear de las baquetas en el blancuzco y tenso cuero del redoblante, su pensamiento. Se mantiene distraída entre lo que fue y lo que pudo ser. La hora de armonizar cuerpo y espíritu, ha llegado.

Los pies están desnudos, firmes, arraigados al suelo. Franelilla ceñida al torso. Fina cabellera castaña recogida. Pecho abierto, hombros y cuello de tersa piel florecen al descubierto. Ojos de niña envueltos por sus párpados observan su jardín interior. Frente a su corazón, delicadas manos palma contra palma, dedos contra dedos, en mudra, centra y equilibra la energía que atesora. Inmersa en la verticalidad, Inhala, exhala, profundo y pausado, materia que canaliza para nutrir hasta los más apartados rincones de su ser.

La cadenciosa respiración es metrónomo que indica el compás musical de los movimientos corporales; lentos, rítmicos, limpios, seguros, impregnados de armonía. Inicia la sinfonía con los arpegios que brinda su cadera. Músculos, vértebras, ligamentos, con grácil concordancia se estiran, tensionan y contraen. Se activa la conciencia, cada axón de sus neuronas.

Las nacaradas perlas de sudor surgen espontáneas, resplandecen temblorosas a la luz de las velas, vibran, se deslizan en silencio cauteloso por la frente y entre sus pechos.

El final, que realmente es un comienzo, llega.

En Savasana, entrega pleno su cuerpo laso al universo. Escucha y siente la respiración, pulsan sus muñecas, no hay ayer, no hay mañana, para ella sólo existe ahora en el latir de su corazón.

El redoblante ha cesado en su repique.

domingo, 11 de noviembre de 2007

¡POR QUÉ NO TE CALLAS!...

Fotografía: http://flickr.com/photos/24293932@N00/496980189/


Valenzuela es el apellido de una familia acomodada que tenía un cerdo el cual no hacía más que comer y gruñir durante el día y la noche. Fue el regalo de unos amigos granjeros para los niños. Obsequio que haría del porvenir de la familia y vecindario todo un calvario.

Le dieron por nombre Hugüi. Sus ojos pequeños, una colita entorchada, un hocico cilíndrico y rosado conjuntamente con su boca le dibujaban una sonrisa sardónica. Distaba del célebre cerdito inglés de la pantalla grande, “Babe”.

¡Joinc…, joinc!, gruñó el cerdito en varias oportunidades demostrando sus cualidades futuras de comunicación. ¡Joinc…, joinc…, joinc! continuó sin parar el chancho.

Transcurrido el tiempo, los Valenzuela construyeron en el jardín donde cultivaban calas y gladiolas un corral para su mascota. El vecino, Juan Carlos, por intuir el futuro que se le aproximaba, se opuso y denunció ante las autoridades sanitarias la presencia del animal en una zona residencial, sin embargo, no contó con el apoyo de los vecinos y no logró evitar tal atrocidad.

El gruñir del cerdo con el tiempo se hizo más fuerte, repetitivo, latoso, no dejaba de emitir sonidos desagradables desde el amanecer. Su corpulencia iba en aumento por su propia angurria. El jardín donde hubo fragantes y coloridas flores se convirtió en un inmenso y nauseabundo corral, inundado por un charco negro, pegote repugnante en el cual Hugüi se revolcaba a placer.

Los Valenzuela veían como día a día su casa se deterioraba ante la presencia del nefasto animal. Sin embargo, en el vecindario muchos se hacían de la vista gorda ya que advertían en Hugüi; lomo, jamón, chicharrón, tocineta y pernil.

Juan Carlos, no soportaba la vaharada que emanaba del aposento del cerdo y menos aún los sonidos incesantes, eran estiletes que punzaban sus oídos. Ante su desesperación tomó una escalera, subió hasta el tope del seto de rojas cayenas y con rostro desmesurado, señalándolo como si fuese una persona, espetó:

— ¡Por qué no te callas!

Hugüi giró su corpulento cuerpo de tocino, le miró con los diminutos ojos hinchados por la manteca y respondió:

— ¡Joinc…joinc…joinc…!

Juan Carlos, mirándolo absorto caviló con un mohín en su rostro, se dijo;
Cerdo no llega a viejo y cada cochino tiene su sábado.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Un asunto de confianza

Fotografía: Remando en la Bahía panchoper@gmail.com

El día estaba despejado. Las rocas grises del malecón que protegía la bahía, convertía en brotes de blanca espuma las olas que le golpeaban. Un sol resplandeciente destellaba en las tranquilas aguas del puerto, ideal para remar. El padre propuso a su hijo realizar la aventura.

—Papi, vamos a remar en el bote, tú vas delante y yo detrás, así te guío.

Con ojos de ónice, bajó su mirada y con ella hurgando la angustia en la arena le respondió.
—Me da mucho miedo.

—Ten confianza en tu papá, nada te va a pasar— le aseveró Franco.

Luego de colocarse los chalecos salvavidas se hicieron al agua remos en mano.

El delgado bote plástico se abría paso en la bahía ante el impulso rítmico de los bíceps de Franco que impelían el agua de forma lenta. Pero la inocencia de los 6 años es audaz. El pequeño con voz segura y determinante le anunció que se lanzaría para nadar. El instinto de protección a su pequeño conllevó que el miedo se hiciera presente.

— ¡Cuidado, espera!

— ¡Papi me voy a lanzar!— repitió el niño.

Soltó de sus pequeñas manos el remo y sin tener la menor de las dudas se dejó deslizar suavemente a babor. La diferencia de peso hizo bambolear el bote. Al mismo tiempo las gotas cristalinas de agua saltaban alegres ante el chapoteo del pequeño. Al verlo seguro en el agua, la luz de la mirada y su sonrisa le decían a Franco;

—Papá, ahora ten confianza tú en mi.