martes, 31 de marzo de 2009
lunes, 23 de marzo de 2009
Giro

Mis pies descalzos, impacientes bajan la escalera, me llevan a la avenida a desandar el camino. La lluvia contunde en el rostro y desdibuja las figuras proyectadas por las luces de los carros. En las oquedades de la noche, una silueta; húmeda, estática, bañada por halos de luz que conforman cuentas de agua que brillan a su alrededor. Me acerco. Hinco mis ojos en la oscuridad de su rostro e imagino los iris de caramelo arrancándole pétalos a la vida. En mi ansiedad, figuro su sonrisa de mar y la espuma que lame la playa de mis deseos. El cabello lacio, empapado de poesía destila mariposas. Aprecio su contorno sinuoso que vibraba notas musicales a un coro de voces. Alcé mi mano hacia ella, esperé…, el tiempo no tiene valores. La suave textura de sus pulpejos atrapó mis dedos. Sentí su calor.
Nos asimos con fuerza. Las luces de neón y los faroles de la avenida nos custodian. Al andar, en la calle hollamos los espejos empozados, salpicando de colores la vasta oscuridad.
martes, 17 de febrero de 2009
Encuentro

El barco recaló en el puerto de La Guaira, en el había cruzado el agitado océano de los miedos. Desembarcó y posó sus pies sobre el horizonte. En cubierta quedaron mil oficios, nombres, ciudades, ausencias. Una mirada fría se posó en su nuca. Era momento para detenerse, comer flores de las coronas de los muertos y hacerle frente a las tinieblas. Tomó su mochila llena de angustia e incertidumbres, el peso cargó su espalda y, se hizo por los infinitos caminos en búsqueda de serenidad y respuestas, siguiendo el hilo de sus sueños en un mundo con ojos de espejo.
martes, 10 de febrero de 2009
El consentido
Subió los angostos y empinados escalones de madera. Abrió la puerta de su dormitorio y puso los libros sobre la cómoda junto al portarretrato con la foto del Nono. Lanzó la mochila sobre la cama, despejó la cortina, y un abordaje de luz invadió el cuarto. Empujó el marco de la ventana y los olores del viñedo le recordaron la cercanía de la vendimia. A su izquierda vio las repisas con sus objetos preferidos, intactos, en línea.
El aroma a pastel de mora se columpió hasta el dormitorio cuando escuchó la voz de Marcia
―Guido, hay algo especial para ti.
De un salto llegó a la cocina y con avidez se dispuso a tomar un trozo de pastel. La papada de Marcia se agitó y le recordó que era para la cena y que primero debía bañarse.
―No te olvides de cepillarte las uñas de las manos y de los pies, enjabonarte el cabello y todo el cuerpo, y no te olvides del pipí ―una letanía que todos los días repetía.
A Guido le gustaba ver el fútbol, pero Marcia era la ley con el control remoto y sólo sintonizaba el canal Cucina Facil. Además, le tenía impuesto un horario para ver la televisión de seis a ocho y luego a la cama. Para dormir tenía que ponerse el pijama, pero el de barquitos, el que Marcia había mandado hacer con Rebecca, la costurera. Todas las noches, religiosamente, Doménico sentado al borde de la cama y con voz farfullante le contaba a media luz la historia de Pinocho. Juraba que el personaje de Gepetto estaba inspirado en su tío abuelo por una visita que le hiciera Carlos Collodi.
Los domingos era costumbre acudir a misa de doce y luego rezar el rosario, eso sí, vestido de fin de semana. Doménico trajeaba a Guido de camisa blanca, corbatín, pantalón corto y tirantes, medias blancas, zapatos negros y una boina a medio calzar. Le obligaban asistir como monaguillo los oficios del Padre Pascuale, lo que aprovechaba para beberse debajo de la escalera de la sacristía el vino de consagrar.
Guido no lo pensó más, la noche de luna nueva, saltó por la ventana, atravesó a lo largo los espalderos del viñedo sin advertir donde pisaba, corrió sin descanso perseguido por un espanto que deseaba ponerle grillos en los pies. Exhausto, sus puños golpearon sin cesar la puerta de la delegación policial y a gritos exigía que le volvieran a recluir en la prisión estatal por veinte años más para recuperar su libertad.
domingo, 1 de febrero de 2009
El loco feroz

Ayer la Señora Maruja Valdivieso, esposa del comisario de la Policía Criminal, iba de visita a casa de su hija enferma. Saúl la avistó, la siguió y en el carro la violó.
Al llegar, la hija le preguntó.
―¿Mamá y esa sonrisa tan grande?
A lo que respondió.
―Por verte mejor.
Desde entonces la estampita de Priapo reposa en un marco de plata en la mesa de noche de la señora Maruja, así como en casa de Lucila, Marina, Yolimar, Mildred y pare de contar.
domingo, 25 de enero de 2009
Ortopedia indiscreta

Una tarde jugábamos al fútbol en el patio de la escuela. El gordo Moncho ya no quería estar en el equipo. Mily, la basquetbolista, hacía la siesta en el jardín durante el receso. Con sigilo, mientras dormía, separé sus piernas del torso y se las llevé a Loly. Ahora es más alta que yo, y no me agrada. Mi cabeza llega hasta su cintura. Tendré que buscar unas piernas para mí. Por cierto, el gordo Moncho no hace otra cosa que jugar a saltar la cuerda y al avión, dando brincos en un pié. Se ha vuelto maricón, ahora usa medias blancas a la pantorrilla y zapatos de charol.
jueves, 8 de enero de 2009
Búsqueda
Espejismos engañan mi visión de tus pupilas.
Dunas de sombras impiden mi afán de mirar a través del vano de [tus párpados,
el oasis en tu desierto infinito.
Sed, sed, sed…
jueves, 18 de diciembre de 2008
Dos a cero

A media luz, entre el humo de los porros y el ron, la mirada mediterránea de sus ojos almendrados ―más grandes aún por el delineador negro que bordea sus párpados― me cautivó el día que la conocí en el bar. Una vez más fantaseaba ansioso de besar sus labios, acariciar su piel blanca, perderme en la lujuria de sus caderas y en las ondulaciones de sus senos. En esta oportunidad, un día después de mi llegada, acordamos vernos en el Paseo de Gracia, frente a la casa Batlló. Salí del laberinto del metro, lloviznaba y no traía el paraguas. El frío helaba mis manos; la izquierda la metí en el bolsillo de la chaqueta, la derecha tomaba el asa de la caja de cartón en la que llevaba el encargo; las piezas de cerámica que me había entregado su amiga en Caracas. Caminé hasta el frente de la casa. Mientras la esperaba, coloqué mi mano como visera para evitar que se mojaran los lentes y admiré las proporciones de la fachada, las delgadas estructuras de formas vegetales, huesudas. La policromía de las baldosas vitrificadas y el singular techo que simula el dorso de un dragón; ese, con el que tantas batallas se libran día a día. Detallé los balcones de piedra blanca, sus formas de antifaz guardan un secreto, un pensamiento, una verdad. Cuando sucumbía en un mar de emociones estéticas, tocó mi hombro.
Estábamos juntos de nuevo, deseaba ser su cómplice de acción y de razón. Un abrazo, un beso en cada mejilla, palabras alegres de bienvenida, por unos instantes imaginé un vapor exhalado de su boca en mi rostro y sus labios hurgando en los míos.
―¿Tienes hambre? ¿Qué te provoca?
―Tú― respondí.
―¡Se te ha ido la olla, vamos! ―la respuesta que me esperada.
―¿Podría ser una Pizza? ―Preguntó.
―Vale, una pizza.
Con un dialogo banal caminé a su derecha sobre el piso húmedo, a paso acelerado, la llovizna persistente mojaba mis cabellos, el vapor del aliento empañaba los lentes y las gotas de agua en ellos distorsionaban las imágenes. Pasamos frente a bares, tiendas, el museo Picasso, rodeamos el muro de la Catedral; me guiaba entre las callejuelas húmedas, oscuras, adentrándome en su mundo de aleros, escaleras, barras, humo, candilejas.
La pizzería estaba llena de gente, miraban el juego, esperamos unos minutos, y de inmediato, luego de una señal, una joven de rasgos y acento filipino nos adjudicó mesa para dos. La caja a mi derecha, sobre el asiento de cuero en una de las sillas.
Vistas las opciones en la carta, pedimos las pizzas, ella; chorizo picante, yo; queso de cabra y berenjena. La mesa de madera oscura contrastaba con los pequeños manteles rojos. Los vasos húmedos llenos de cerveza marcaron impenetrables circunferencias, círculos cerrados.
―A tu salud ―dije mirándola a sus ojos.
―Salud ―respondió con un mohín en sus labios.
Las horas pasaron inadvertidas al igual que la conversación; no recordaba los temas ni el sentido de las palabras que decía, ni las que escuchaba, sólo viajaba en el mar de sus ojos, guiado por la melodía de su voz en cada palabra.
―¿Me entregas la caja?
Caí en cuenta que no había platos, la cuenta estaba pagada y los cortados ya bebidos. Había llegado el momento del verdadero sentido de nuestra cena.
Tomé la caja, lento la alcé y la coloqué sobre la mesa. Una vez retirada mi mano, la aprehendió con seguridad.
―¿Quieres verificar que las piezas estén bien? ―le pregunté.
―No, ya habrá quien lo haga, lo importante y el verdadero valor está dentro de ellas.
―¿Dentro de ellas?― con extrañeza lo pregunté dos veces ―¿Y eso, porqué lo dices? sólo son piezas de cerámica.
―Nen, no creas todo lo que ves, ni todo lo que te digan. Vamos.
Desconcertado, empuje con mi cuerpo la silla hacia atrás, me puse la bufanda gris, el suéter y la chaqueta negra. El cuello se adentró en la solapa. Salimos al callejón. Me dio un beso en cada mejilla y unas palmaditas en la cara. Me dijo:
―Gracias por tu compañía, y más por el favor, vuelve al hotel, mañana te llamaré.
La llovizna persistía, me fui, empuñaba mi deseo dentro de los bolsillos. La vida te lleva por los más diversos caminos, pensé, y por unos instantes me detuve de nuevo frente a la casa Batlló, y al contemplar una vez más sus balcones, me di cuenta que sus ojos fueron mi propia mentira.
Por el Paseo de Gracia un grupo de jóvenes alegres, exultantes, marchaban con banderas y trompetas, desvanecieron mi pensamiento; Barsa 2, Madrid 0.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
¡Ni Hao!

En esta oportunidad podrás leer este post en el Blog de
sábado, 29 de noviembre de 2008
Tribulación

La razón traspasó el umbral,
y en la vesania, mis labios rozan las colinas.
........Palpo la luz.
Fuego en mis venas, laso mi poder.
¡Oh Medusa! petrifica mi desgracia para avivar el anhelo
y conducirla por segundos,
a la suspensión de su ser.
lunes, 17 de noviembre de 2008
Sueño ejecutado

―Por favor ¿pueden apagar la luz?
Ojos vacíos y fríos velan su sueño, palpan sus brazos, hincan su vena. La noche se ciñe a su cuerpo. Los párpados ahogan su mirada. Desvencijado cede, lento se distiende. Un ligero sobresalto, se estremece, la pierna se contrae, el sueño se restablece; oscuro, profundo. Huye el consiente en el río que baña las orillas del tiempo, ahora infinito.
Con los brazos abiertos corre hacia el mar, las olas golpean el pecho y se abraza con sus hijos; rostros ásperos, secos, ríen a carcajadas, y una voz sutil lo llama, la mano acaricia su nuca y peina la melena viéndose entre sábanas floreadas, amordazado por los pechos turgentes de su amante; en ese instante, cuando las piernas se asen a su cadera, resbalan; el vacío irrumpe en el vientre al desplomarse por un abismo sin fin, acompañado de cuerpos desmembrados de mujeres violáceas que con sus bocas azules y dedos afilados, desgarran la piel de sus manos y envainan en su corazón.
Exhaló profundo.
Tres y quince de la madrugada, la sentencia se ha cumplido.
sábado, 8 de noviembre de 2008
Epitaphĭus

miércoles, 22 de octubre de 2008
Bella durmiente

―Pedro, mi vida, un zancudo no me deja dormir.
Giré el interruptor, y la luz sin consideración irrumpió entre mis párpados, me cegó.
―Descuida amor, duerme tranquila que yo lo cazo.
Si hay algo que no soporto es perder el sueño.
Tomé de la mesa de noche el arma letal para sorprender al mosquito. Recostado al copete azul capitoneado y con una almohada de plumas en mi espalda me mantuve en vigilia. Miré al techo, en la esquina hay telaraña. Recordé la versión de Sabina; le hace falta una mano de pintura.
La llovizna pertinaz irrumpe en el silencio.
Un zumbido a mi derecha. Las pupilas dilatadas buscaron al díptero que se escabulló. La cortina ondea. Gilda gira la cadera y su pierna torneada queda al descubierto; la cubro con la colcha, cuido su sueño. De nuevo el agudo revoloteo por mi derecha, no me muevo, sólo mis ojos.
Las gotas golpean los cristales de las ventanas.
Se posa en el lóbulo de su oreja. Se mueve, articula sus largas patas en búsqueda de la mejor ubicación para beberla. Las antenas tienen bigotes. Espero, le doy confianza para que succione. Su abdomen goloso comienza a inflarse de sangre, se hincha.
Una centella deslumbra la habitación; ahora viene el trueno…
Apunto con certeza y disparo la nueve milímetros.
Suspiré, apagué la luz y le dije.
―Amor, puedes dormir tranquila, ya lo maté.
lunes, 13 de octubre de 2008
Pupilas en tensión

Como todos los días estaba lista para arriesgar su vida cada minuto. Vestía su braga verde luminoso, indumentaria especial que la protegía del frío y la aseguraba con sus arneses a la línea de vida.
El día inusualmente despejado, impregnado de azul con unas ligeras nubes que se transfiguraban con el pasar del viento. Recostada sobre el brocal que marcaba la diferencia de altura entre el piso 70 y la calle, había concluido de tomar su acostumbrado almuerzo que preparaba siempre la noche anterior. Solo veinte minutos la separaban de comenzar a oscilar como péndulo de reloj entre ventana y ventana. Reclinó su cabeza, perdió la mirada en el infinito con los deseos de superar sus limitantes económicas y soñar con poder —algún día— sentarse en las poltronas de las salas de reuniones y oficinas que veía a través de los cristales que con destreza limpiaba. El juego de la imaginación con la fantasía era incesante.
Atada a su cordel y sentada en la pequeña plataforma bajó hasta el piso sesenta y siete donde había culminado una hora antes. Humedeció el cepillo en el agua jabonosa y con ritmo ondulante bañó y restregó el plomizo cristal. Con el pequeño haragán de goma quitó los excesos de jabón, surgiendo ante sus ojos, la imagen de un maletín de cuero negro, con hebilla dorada. Abierto, con insinuación sensual, mostraba considerables fajos de dinero, billetes de alta denominación. Sus ojos se iluminaron, pasó unos minutos paralizada frente a la ventana, su mente era una montaña rusa que puso a prueba sus valores y principios. Advirtió la ausencia de personas en la oficina. Luego de una pausa determinó la posibilidad de entrar por la ventana en vista de que no estaba asegurada. Con la astucia de un felino, encorvó su espalda y el verde de su braga se fue apoderando del espacio, tanto como su ambición. Breve pausa, las muñecas pulsan, la respiración se acelera, la audición se afina. Caminó lentamente, la puerta de la sala de reuniones, para ella lealmente abierta, no hay nadie. El broche del maletín brillaba, coqueteó con su mirada. En la oficina contigua un robusto escritorio color café, sirve de pedestal a una balanza de bronce. Butaca de piel negra y de telón de fondo; placas, diplomas, títulos y honores. No hay nadie. A su derecha la romanilla en la parte inferior de la puerta indicaba la ubicación del baño, la luz estaba encendida, escuchó el continuo desagüe del lavamanos. Se agachó lentamente para mirar y hurgar en el recinto.
Su pensamiento volvió a la realidad, colocó el libro de cuentos en la repisa, el aseo riguroso, la liga a la cadera. El sonido característico de la succión del agua por el escusado. La blanca y fina mano empuñó la cerradura, giró y abrió la puerta, en ese instante avistó al limpiador de ventanas que colgaba en el exterior con su mirada fija en el plateado maletín metálico. Sus pupilas coincidieron, tensionaron, se desenlazaron pensamientos. Gladys con su blusa de seda verde, cerró el maletín, lo tomó firmemente con su diestra, caminó hacia la ventana, la aseguró, dio media vuelta hacia la puerta y apagó la luz.
domingo, 28 de septiembre de 2008
Líquido

miércoles, 24 de septiembre de 2008
Buscándome

No podía ver un balón en movimiento porque lo atacaba. La cadera zigzagueaba veloz y sus pies lo impulsaba con decisión al fondo del arco, o con una sutil ascensión lo encestaba en el aro; tres puntos.
El organizador, el conciliador, el amigo, el hermano. Negativos de la infancia Salesiana que aún permanecen en mis párpados cerrados.
En la soledad del exilio, dribla los minutos convertidos en horas, reta sus sentimientos con palabras sobre una impoluta hoja de papel.
Hay exilados de cuerpo, pero no de corazón.
De mi amnigo de infancia, José González Palmero; "Gonzalito"
Vago por una casa de espejos
veo imágenes,
reflejos distorsionados
de un desconocido.
Alguien que he visto
y que en realidad no conozco.
Grito mi nombre,
el eco vacío responde,
me dice; espera,
todavía no es hora.
No estoy solo.
Hay momentos que creo estarlo,
siento como si lo estuviera.
Solo, perdido.
Al igual que el río desbordado,
veo nuevos horizontes
Te buscaré.
Se que tú
también estarás buscando.
Esperaré por ti
como espero el despuntar del alba
y la puesta del Sol.
Escucharé por ti el susurro del río,
el canto de las ramas.
Y si mantenemos abierto el corazón,
seguro atravesaremos
los umbrales de la soledad
y alcanzaremos el calor del amor.
Vigilo,
escucho,
espero.
Debo ser paciente,
todo tiene su ciclo.
Hoy el tiempo se ha detenido.
Un minuto todavía es un minuto,
una hora aún es una hora.
Sin embargo,
el pasado y el futuro
cuelgan en perfecto equilibrio
enfocados sobre el presente.
Un dulce fluir de emoción
me da calor.
Tú estas cerca.
....Pareces insegura…
¿Estas lista?
¿Me reconoces?
....Pareces insegura…
¿Ofrezco muy poco,
o es demasiado?
....Pareces insegura…
¿Es demasiado tarde,
o demasiado pronto?
Si, tú eres.
Comprendo, porque
también yo soy.
Cada uno de nosotros existe,
separado,
solo.
Esta es tu primavera,
tiempo para florecer
para ser.
¿Estarás conmigo?
Lado a lado
Juntos, tensión de opuestos.
A pesar del uno y del otro,
debido al uno y al otro.
Puedo pensar en tiempos pasados.
Cuando creí ver
creí escuchar.
Lugares que he visitado
Pero que realmente no viví.
Soy un niño.
Espero con ansias cada nuevo día,
Con una sensación de aventura
Hay tanto que aprender
Tu presencia
trae paz a mi corazón.
Tu caricia
es el calor del Sol.
Pero…
La senda del amor
es tan frágil.
Anoche te tuve en mis brazos,distante,
convencido sólo a medias
de que estabas donde querías estar.
Tú me abrazaste, insegura,
percibiste mi duda.
Oh, amor
Hoy, todo el día
he pensado en ti.
He estado solo antes
y creí conocer la soledad.
Estaba equivocado.
Esa noche me dolió
....lloramos.
Me sentí culpable,
hablamos,
discutimos,
....lloramos.
Nos abrazamos
....lloramos
Juntos.
Quiero gritarlo
¡Despierta! ¡la vida está aquí! ¡vívela!
Escucha la música
que te rodea.
Sin embargo cada quien tiene que encontrarlo.
A su manera,
a su tiempo dado
el despertar, florecer.
Aquellos que lo hallan son afortunados
Llevan un aura especial.
Una mirada de belleza y compresión
paz y sabiduría.
Me aprecio
debido a ti
Estoy aquí hoy,
existo.
Me importa
Amo.
domingo, 7 de septiembre de 2008
Falo felíz

¡Agrande su pene de 2 a 10 cm..., en casa! ejercicios para el pene 100% naturales, ¡sin bombas de vacío, sin píldoras, sin aparatos!
Así decía un aviso desplegado en la prensa este fin de semana. Estaba dirigido a un nicho de mercado lleno de inconformes que crece cada día ante la fantasía de tener el pene ideal ―y ellas también―. Una de las angustias secretas más frecuentes, es no lograr satisfacer a la pareja por el tamaño del miembro viril. Aunque algunos lo poseen sólo para hacer pipí o para conciliar el sueño, otros sufren de insomnio por la preocupación de verlo de manera anoréxica, siempre como un chigüí Pepito. Pero, ¿cuáles son las referencias? nada más que las imágenes de los superdotados protagonistas de las películas XXX, los cero grasa de Venus, los morenos con sus Big Monster o los inagotables desfloradores de oficio en RedTub.com que hacen que todo se vea diminuto. Y como si no fuera poco, ante tales dotes otorgadas por la naturaleza, las reacciones de las bien formadas e insaciables con cara de malvadas, gimiendo en susurro; yes…, yes…, yes…, fuck me baby.
A diferencia de las mujeres que en un dos por tres cambian la talla de los senos, los hombres deben afrontar su problema de baja autoestima con mayor resignación y recurren a ofertas para alargar y engrosar el miembro viril con aparatos succionadores al vacío, cremas, pastillas, masajes, ejercicios, pesas, prótesis y hasta operaciones de corte de ligamentos ―yo, primero muerto―
Esto me hace recordar a Gustavo; Cara e´jeva, así lo bautizó en la clase de educación física, Milton, el jodedor del salón. Desde ese día perdió su nombre. Era un chamo de dieciséis años; bajo, delgado, de pelo negro y lacio, de finas facciones. Si bien se parecía a sus hermanas, sin duda alguna, ellas estaban mejor.
Una mañana apareció escrito en el pizarrón el mensaje: Cara e´jeva no tiene pipí. Las risas y el señalamiento de todos los compañeros no se hizo esperar.
Gustavo no asistía a las clases de natación, presentaba excusas médicas, indisposición o cualquier dolencia muscular. Un día decidió hacerse respetar. Milton se encargó de anunciar a los compañeros de la sección B, que Cara e´jeva estaba en el vestuario e iba a la piscina. Lo esperaron, unos chapoteando en el agua clorada y otros sentados alrededor de ella.
Gustavo salió de los vestuarios. Caminaba confiado. Un bulto prominente se notaba en su traje de baño de licra negro. Se escucho un grito ―¡Gustavo, cuñao preséntame a tu hermana!― Se acercó a la orilla y se lanzó de clavado, nadó seguro hacia la escalera metálica, sus manos empuñaron la baranda, se impulsó y subió por ella. Su cuerpo brillaba, el agua le chorreaba. Del traje de baño, por el entrepierna, le nacían gruesos hilos empapados de papel higiénico blanco, resbalaban por a los muslos. Las risas y burlas no se hicieron esperar. Gustavo ruborizado se los quitó y con sus ojos aguados se fue en carrera al vestuario destilando agua y papel. Nunca más volvió al colegio.
Hace dos meses lo encontré en el facebook, nos escribimos, pude ver unas cuantas fotos en su página. Vive en Melbourne, es biólogo marino, está casado con una bella ex actriz porno australiana y tiene tres hijos.
¿Qué tal?
viernes, 29 de agosto de 2008
Lluvia anónima

Densas nubes se constriñen sobre las faldas del cerro El Ávila. Estoy sobre la hora, y mi mano sostiene el cuaderno para tomar los apuntes. En la calle, la luz ámbar tenue de los faroles ilumina los árboles espesos, proyectan sombras que danzan al ritmo del viento en homenaje a las Híades. Apuro el paso, a la distancia veo un carro estacionado sobre el brocal, tomo precaución; a un lado, una persona se acoda en la ventana del auto. No hay rostros, la oscuridad los ampara. Al acercarme, con una mirada rápida, de soslayo, distingo detrás del parabrisas fisonomías desdibujadas. En ese momento giró la cabeza y descubro sus facciones en un claroscuro escudado por la melena. Una imagen que comenzó a perturbarme toda la noche.
La luz de la sala me devela su rostro. Me siento invadido ante la armonía estética de una ninfa. El tiempo, las palabras, las intervenciones se distorsionan en susurros. No puedo mantener la mirada en ella como quien se embulle en un Monet o un Degas. Mis esfuerzos por verla y extasiarme con la lozanía de su piel broncínea, se hacen cada vez más insistentes pero me esfuerzo en no expresar interés, ―¡párate, busca agua, cambia el ángulo de la visión!― me digo. Lento voy a la pequeña mesa, tomo un vaso, me sirvo. De pié y en pausados sorbos bebo, observo su apostura gentil, la cabellera oscura con destellos caoba enmarcan su fino rostro. La blusa nívea, ceñida, resalta los contornos de la cintura y sus senos turgentes. Mi deseo era quedarme allí, observándola, sumergido en la fascinación de un momento onírico. Ya no puedo tomar más agua.
viernes, 22 de agosto de 2008
Humo de letras

Su estudio es la cueva que lo alberga en días luminosos, tardes de lluvia y madrugadas silenciosas. Allí, en su intimidad, se encuentra con las ilusiones, miedos, alegrías, amores y desengaños, porque la lectura y la escritura son un acto que abraza la soledad. La luz incandescente intensifica el amarillo pálido de las paredes. Frente al escritorio, en la silla ocre se sentó, y su espalda, en los tramos pandeados de la biblioteca, los libros esperan que sus dedos los toquen, sus hojas desean sentir la luz y su mirada. La lámpara en el techo, se refleja en el vidrio transparente, comprime el fieltro verde y las imágenes que le llevan al pasado cercano y remoto. En minutos, su pensamiento iniciará un viaje que le dará horas de paz.
Toda su vida le ha desagradado el olor del cigarrillo, pero a él le gusta fumar pipa cuando lee o escribe. Concibe el acto como el rito de un chamán. En cada inhalación las palabras toman cuerpo, y en la exhalación los pensamientos se elevan.
Sobre el escritorio, a la izquierda, la pipa reposa sobre un pedestal de madera. La toma y acaricia la superficie lisa, opaca por la pátina del tiempo. La boquilla muestra las marcas que ha dejado en ella por el uso. La separa del cuerpo de madera, la desarma y limpia con sutileza para extraer las impurezas. Contra la lámpara, mira a través de su conducto para cerciorárse de que no exista obstrucción. Con ligero empuje, calzan, se unen, macho y hembra se acoplan. La introduce dentro de la petaca que emana un aroma embriagador. Los trozos de tabaco la llenan. Su dedo ajusta la picadura, las hebras se condensan lo justo, lo necesario.
Levanta su cabeza y se pierde en la hojas dibujadas, pegadas a las blancas puertas del closet: monstruos voladores azules y rojos, un cohete que coquetea con las estrellas, el cangrejo naranja flirteando con olas azules del mar, Hulk con sus enormes puños verdes y unas letras policromas que dicen; papi te quiero.
Se volteó, los títulos competían en los lomos de colores. La mirada recorrió una y otra vez cada estante, de arriba abajo. Extendió el brazo y el índice decidió, haló a quien lo acompañaría esta noche. Un libro tímido, pequeño y flaco fue el favorecido. Lo colocó sobre el escritorio.
Llevó la pipa a la boca, arropada por la comisura de los labios, la sujeta con los dientes. Hala la argolla de bronce, toma la cajetilla y saca de ella un fósforo, lo rasga contra la tira áspera y una chispa lo enciende, ilumina sus dedos. Acerca el fuego a la picadura y con inhalaciones la llama se excita, el humo grisáceo, grueso, invade el rostro y una nube pinta el aire. El aroma a vainilla irrumpe el ambiente.
Cruza la pierna sobre la rodilla, toma el pequeño libro, al azar, selecciona una página, lo posa sobre su muslo, exhala una bocanada de humo y lee de Jaime Sabines:
Los amorosos callan.
Los amorosos andan como locos
Les preocupa el amor. Los amorosos
Se amolda la pipa en su mano; cóncavo y convexo. Los labios entreabiertos expelen el humo que calma la ansiedad y centran su espíritu.
Saben que nunca han de encontrar.
Los amorosos son la hidra del cuento.
En la obscuridad abren los ojos
Encuentran alacranes bajo la sábana
La picadura crepita con cada aspiración, el fuego actúa con elementos afines. Expulsa, múltiples cintas que danzan en el aire, es la comunicación mística con el universo a través del humo, del fuego. Las palabras y el humo se elevan, se seducen
Los amorosos salen de sus cuevas,
Los amorosos juegan a coger el agua,
Un recio sabor contrasta con el aroma. Su rostro se cubre con otra bocanada de humo, se desdibujan las letras. Su mano siente el calor de un incendio como la ascensión de la kundalini; el calor de la vida, el calor de la palabra.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
Sus párpados se cerraron por unos largos segundos, en búsqueda de la neutra oscuridad, tomó la pipa y la mantuvo en la mano, su pensamiento daba sentido a las palabras enardecidas. Abrió los ojos y miró al frente uno de los tantos dibujos; de una lámpara de aceite amarilla, sale una voluta de humo que se transforma en un genio. El genio que acompaña a cada hombre como su doble, su demonio, su ángel guardián, su consejero, su intuición.
Inhaló la pipa, pasó la página y prosiguió inmerso en el aroma de la lectura.
domingo, 10 de agosto de 2008
Mango bajito

Los pilares cuatro y cinco los ocupa su amigo Pepe. Con él comparte historias, cigarrillos y la cocina; un fogón de cuatro ladrillos que sostienen una rejilla torcida. A un lado, trastes de aluminio curtidos y golpeados. Allí cocinan las verduras y trozos de carne que consiguen en los basureros de los restaurantes o los desperdicios que dejan los vendedores de legumbres en la avenida Teresa de La Parra.
