domingo, 27 de septiembre de 2009

El triunfo de Válcav

Fotografía: Desnudo: cadenas 02 MELINA BERNASCONI

Cuarenta grados la temperatura ambiente, lleno total y quince mil espectadores ansiosos colmaban la Monumental de Maracaibo, la escena estaba servida. Las cámaras de televisión capturaban imágenes del público que asistía al programa televisivo para otorgar el premio La Orquídea de Oro.

El popular animador del programa maratónico de los sábados que se transmitía por televisión, Amador Bendayán, era un experto en lograr la tensión ideal en la masa. Su baja estatura contrastaba con la capacidad de transmitir emociones a los presentes y a la audiencia televisiva. Se escuchó una música que hacía cortina de suspenso al espectáculo, las luces bajaron su intensidad. El público aplaudía y gritaba, fue cuando Amador señaló hacia las bambalinas y anunció:

―En una prueba que reta los límites físicos del ser humano, se presenta, por primera vez en América y, especialmente en esta tierra de sol marabino, en exclusiva, el acto de escapismo más peligroso del siglo.

Hizo una pausa

―Con ustedes― suspenso
¡El graaan… Václav!

El centro de atención de los espectadores y de las cámaras de televisión se posó sobre un hombre alto y delgado, tomado de la mano con una llamativa mujer pelirroja. Un haz de luz blanca proyectaba el reflector que seguía sus pasos hasta el Ataúd de Neptuno; un paralelepípedo de gruesos cristales reforzados en sus esquinas con fuertes ángulos de hierro y remaches. Estaba lleno de agua con un sutil matiz verdoso por el efecto de la iluminación en el escenario. Al lado del ataúd, una silla plomiza mostraba su herrumbre. En su base, pesados eslabones formaban gruesas y largas cadenas enrolladas como serpientes.

Los aplausos no se hicieron esperar. En un rápido movimiento giró su capa de seda con ribetes dorados, al vuelo, lanzándola a los brazos de su compañera y, sin pronunciar palabra y de manera pausada se sentó en la pesada silla. Bocanadas de espesa neblina artificial invadieron el escenario, el musicalizador dio salida al sonido y la música se suspenso comenzó a escucharse. El camarógrafo dirigío el lente al rostro abstraído de Václav en un primerísimo primer plano. El azul de sus ojos era inyectado por el foco del reflector, y sus pensamientos comenzaron a serpenter por el halo de luz que flotaba sobre el escenario.

El día estaba nublado, la llovizna serena, la corriente plateada del Moldava difuminaba el reflejo de los cisnes en el agua cristalina. Por las calles empedradas sobretodos negros amparados por paraguas, deambulaban sobre aligerados pasos que determinaban sus destinos, así es Praga en Octubre. Václav, sentado con su pipa en la mano, perdía la mirada en los transeúntes, protegido por el vidrio que guardaba el calor de la cervecería y le devolvía el vago reflejo de su otro yo maniatado, amordazado. Un yo que se soñaba en tierras calientes, iluminadas, impregnadas de colores del Caribe. Esa noche de debut tenía una cita con el público en el Stavoské Divadlo, la boletería se había agotado desde el mismo lunes que salieron en venta. Presentaba su nuevo acto de escapismo, su última invención. El Ataúd de Neptuno.

Drahoslava, su esposa, se había convertido en la más ferviente y asfixiante admiradora. Los celos enfermizos la conducían a regular todas las acciones de Václav, al punto de convertirse en su asistente de oficina, de escena, y tutora de su vida.

—Llegas tarde, no me has llamado desde esta mañana. Llamó Andrej, el teatro está a reventar y tú perdido, bebiendo —expresó Drahoslava clavándole sus exorbitados ojos y moviendo su cabeza que hacía estremecer la ensortijada cabellera.

Václav dio unos pasos, se acercó a la ventana y con la mano limpió el frío sudor del vidrio.

—El presente se vive una sola vez, hay que tomarse el tiempo para observarlo, disfrutarlo— dijo con voz pausada.

Para él era más fácil convivir con el peligro que acostumbrarse a un amor dominante e invasivo. No temía que su audacia lo llevara a un desenlace fatal porque, la verdadera muerte era la ausencia de la fuerza para la transformación.

Tomó picadura de la petaca, la metió en la pipa y la apretó ligeramente con su dedo meñique. Así se sentía, oprimido, asfixiado, en espera del fuego que liberara su esencia. Inhaló unas bocanadas y el fuego se avivó, el humo espeso y su aroma teñida de pálido gris desbordó la habitación. Se convirtió aquella exhalación en un suspiro que expresaba su vehemente deseo.

Volvió a exhalar una bocanada de humo y con sentimiento de amor cansado y acostumbrado hastío en la mirada le dijo:

— Me verás desaparecer, me verás desaparecer…

—Imposible, escapas, no desapareces, y necesitas de mi —le contestó con la seguridad que le daban veintitrés años de sociedad afectiva y laboral.

La función fue un éxito. Los diarios de Praga hacían mención en sus primeras páginas del escape. Václav se había convertido en un ícono del escapismo.

Luego de una breve gira por Europa y tras el éxito obtenido, su agente, Andrejv, recibió la llamada de una planta televisiva venezolana, para presentar el espectáculo en un programa maratónico, Sábado Sensacional, era la oportunidad de visitar el Caribe tan deseado.

Drahoslava le movió con fuerza la cabeza a Václav, retiró su mirada del reflector y se hizo presente. Un voluntario del público le puso cinta adhesiva de plomo en los ojos y boca, sólo dejó libre las cavidades nasales de su nariz aguileña. Con la seguridad que le daba estar en su dominio, su esposa y un segundo voluntario del público entorcharon las cadenas alrededor de pecho y brazos, atando los muslos y pantorrillas a la silla. Las manos a su espalda y pies fueron esposadas, envueltas en telas y amarradas con dobles nudos. Ocho candados aseguraban la inmovilidad de su rehén. Esta escena la disfrutaba Drahoslava con una sonrisa sardónica. Una vez atado, lo izaron para sumergirlo en el estanque transparente. El agua se rebosaba a borbotones, bañaba el escenario mientras cubría sus piernas, abdomen y pecho. En el justo momento antes que su cabeza se hundiera, hinchó su pecho con una profunda inhalación. La imagen aumentada a través de los cristales mostraba los cabellos amarillos en ondas de esperanzas que se movían en el agua. Una plancha de acero con cuatro pasadores cerraban el ataúd, sobre ella derramaron un líquido inflamable al que prendieron fuego. Inmediatamente Drahoslava corrió los paneles negros alrededor del prisma. Seis minutos era el tiempo acordado para intervenir en caso de no salir al escenario el escapista.

La respiración comprimida del público se solapaba con la apnea de Václav. El fondo musical acentuaba un halo de suspenso. El tiempo lo marcaba un gran reloj blanco de minutero y segundero negros. Dos…, tres minutos. Las cámaras de televisión transmitían en vivo todos los ángulos la escena del fúnebre ataúd. Cuatro…, cinco minutos, la tensión de Amador Bendayán no era comparable a la expresada por Drahoslava. Nunca habían llegado a este punto. Acercó una masa de hierro y dispuso la escalera a un costado del ataúd de cristal. Otros asistentes hicieron lo mismo. Para Drahoslava el minutero marcó el fatídico seis y violentamente corrió el paraban para ir en auxilio de su esposo. Los asistentes aplacaron el fuego con los extintores. Al disiparse la nube de nieve carbónica la multitud escindía el espeso silencio con un repentino y afilado grito de histeria y aplausos. Para ella, sus ojos acostumbrados al habitual resultado no daban fe de lo que veía. Pétrea, confundida y entre dientes se dijo:

— ¡Desapareciste desgraciado, desapareciste!

En el cristal, escrito con lápiz labial decía:

—Te dejo este presente; las cadenas.

El público aplaudía enloquecido, pedía al jurado del evento el mayor reconocimiento, de manera reiterada en delirante coro gritaban; or-qui-dea, or-qui-dea, or-qui-dea… Amador ante la confusión de no ver aparecer el escapista en el escenario y ante la incertidumbre de sus colaboradres, despedía a publicidad con un dinámico; ¡Y yaaaa… regresamos!

Tres semanas después de denuncias, interrogatorios en la delegación policial, Drahoslava regreso a Praga acompañada de su indignación. Nunca más se supo de Václav.

Hubo sólo un comentario de Andrej a los periodistas antes de tomar el avión.

—Es demasiada tentación usar camisas floreadas, tomar daiquiri, sentir el sol del Caribe y el roce de una piel color caramelo.

3 comentarios:

Luisa Elena Sucre dijo...

"la verdadera muerte era la ausencia de la fuerza para la transformación"... es una afirmación central de este relato magistral... Válcav tuvo una pulsión impactante hacia la vida al desaparecer de su cárcel y quedarse en el Caribe, tierra de posibilidades.Un final feliz, luego de una tensión profunda...

Este relato tuyo es EXTRAORDINARIO en todo sentido Pancho!!!! te felicito de corazón y razón por tu impresionante evolución como narrador.

No dejes de tejer ni de arroparnos con tus mantos...

Anónimo dijo...

Hola Pancho, extrañando nuestro Circulo de Incoherentes o Incoherntes Circulares,ahora mismo leo tu tejido. Como siempre me encanta tu fraseo. Lograste el suspenso y los dos mundos del personaje.La frase y mejor momento...el prsente solo se vive una vez y hay que tomarse tiempo para obsrvarlo, disfrutarlo..!!!Asi de simple!!!Abrazos.Clara

Oly Fuchs dijo...

Ajá en tu cuento como en el mío, también hay 40 grados, muuuuucho calor.
Besos,
Olga
p.d.: Clara sal del anonimato!