miércoles, 30 de julio de 2008

COLORIDO DESCONSUELO

Fotografía: Sueños al viento. FRANCISCO PEREIRA panchoper@gmail.com

a Marizandra
Migran en vuelo mil recuerdos verdes
y mil palabras azules
y mil deseos rojos
y mil sonrisas amarillas

Vida infinita, roce de piel blanca
desgarran la conciencia palabras naranja

Esperanzas muertas al atardecer violeta
sentencian la ausencia lágrimas negras

lunes, 21 de julio de 2008

Reclamo nocturno

Fotografía: Sin palabras. photographer padawan http://www.flickr.com/photos/7933170@N03/577879590/

Tengo siempre pesadillas cuando ceno arepas de chicharrón rellenas de caraotas y aguacate, pesadillas como la de anoche, en la que me veía caminando por el Cementerio General del Sur, entre escombros y maleza, inmerso en la oscuridad, a golpe de martillos y cinceles, caminando detrás de mí un verdadero espanto, uniformado con chaqueta azul oscura de botones dorados, el propio General Joaquín Crespo, a quien le faltaba una pierna y cuyo sable le servía de bastón, se acariciaba la barba con una carcajada sardónica, mostrándome su lengua negra y babosa, señalándome luego a María Francia, la joven que lleva la falda por las pantorrillas, llena de encajes que son girones, muy sucia ella, el cuello con medallas de graduación, los libros sujetados bajo la axila, y yo que me escondo tras un sarcófago de mármol, para ver salir de entre una lápida, falto de costillas, a Don Bonifacio Flores, primer muerto enterrado en este cementerio, quien llama a los otros dos para que me rodeen, me cerquen, todos con sus caras huesudas, descarnadas, y sobre todas las impresiones el frío que se acentúa, el viento ululante que trae voces, las voces de los que ahora maldicen a los sepultureros, a los que profanan sus tumbas, a los que venden sus huesos para hacer brujería, y el miedo va creciendo mientras recuerdo películas de Drácula, elevo mi crucifijo para alejar todo mal y evoco nubes densas entre las que aparece Ultraman, de pronto bajo la estocada letal del General, quien lo deja inconsciente, el bombillo rojo tembloroso, tendido sobre el panteón de los Ibarra, espantos revueltos que no concilian el sueño de los muertos.

Me di vuelta, mientras cubría mi cara con las manos, y grité: ¡Me robaron los dientes! Me hincaban un palo en el costado, que en verdad era el codo agudo de Amalia, mi mujer, amanecida con un aliento de basurero: ¡Coño Miguel, no jodas, párate y tómate un Alka-Seltzer!

miércoles, 2 de julio de 2008

Espuma roja

Fotofrafía: ¡A por ellos! SILVIA DE LUQUE http://www.flickr.com/photos/alhambra2006/2611138861/

Liderizar el cuadro de goleadores no es tarea fácil en la liga y menos estar a un tanto de superar la marca que por más de una década se ha mantenido imbatible. Hoy es un día que hubiera deseado compartir con su padre, a diferencia de aquel domingo de abril hace ya veinte años.

Los brazos se deslizan entre la tela, la luz de la lámpara se tamiza por la camiseta y su cabeza emerge de ella ciñéndose al pecho ahora azul y naranja. Se coloca el protector en la pantorrilla, recoge la gruesa media, la tensa con los pulgares y sus dedos se hunden en ella, se tiñen de azul. La resbala suave por el empeine y el arco; en el talón, siente la protuberancia, la cicatriz que lo acompaña desde la infancia. Fija su mirada vítrea en ella y las olas rompen en sus diecisiete puntadas y miles de burbujas se extienden como mantel de fino encaje. La sonrisa permea un sabor salado, recio. El aroma a yodo que trae cada ola embiste sus sentidos. Juega, corre, salta una y otra vez con la pelota de colores. Se impulsa con ímpetu y extiende sus brazos para atrapar el arcoíris; al caer, un filo se inserta: el abdomen se contrae, la espalda se encorva, cede a la fuerza de su peso y la pierna derecha se recoge; un rayo invisible le invade, recorre sus entrañas y acierta en su pecho. Estalla el llanto y el grito desesperado, repetido, ¡Papá! Ya no escucha el tintinar del heladero, el cielo se confunde en los cocoteros. El arcoíris ha caído, se diluye, se aleja, tiñe de rojo la espuma. Su padre acude en auxilio, lo alza en brazos, lo acuna; en el rostro inocente se deslizan lágrimas de terror, de dolor, se aferra al cuello. Cuelgan sus pequeñas piernas que desatan un hilo que marca el camino andado.

Con la angustia y serenidad que dicta el amor de padre, lo estrechó en su pecho, besó la frente y le dijo; tranquilo papi, jamás serás vencido como Aquiles.

Sintió una palmada en el hombro y al oído una voz que le decía; vamos al campo, hoy te esperan laureles, entras en el Olimpo..