Caracas es una ciudad convulsionada, de fuertes contrastes, llena de modernismo y atraso. La política es el pan nuestro de cada día, quien no esté enganchado con la revolución bolivariana, está con la oposición. División, verdadero logro de la gestión del gobierno. Es por esto que las numerosas concentraciones políticas son oportunidades nada despreciables para los empresarios informales como se autodenomina Yorman.
Es el día de la concentración de la oposición, miles de caraqueños se agrupan en la principal avenida de la ciudad, la Bolívar. Tienen como fin manifestar por el NO a la reforma constitucional, mañana lo harán los oficialistas partidarios del Si, y para Yorman es una buena oportunidad de vender lentes de sol. Son dos ocasiones que hay que aprovechar ante la cercanía de las fiestas de diciembre.
Yorman llegó a la avenida antes de la hora prevista para la multitudinaria manifestación. Con un pañuelo de fieltro y agua jabonosa limpió uno a uno los cristales de cada lente. Los colocaba con delicadeza en el curtido bloque de poliuretano desmedrado que comenzaba a transformarse en un ojo de mosca gigante.
La asistencia a la manifestación auspiciada por miles de estudiantes con sus manos blancas, se incrementaba cada minuto. Entre consignas; “¡Hay que marchar…, hay que marchar…, porque si no la CIA no nos va a pagar!” y el clásico grito de guerra con posteriores aplausos, para finalizar alzando las manos pintadas de blanco ; “¡Eeeestudiantes!...”
Con gorra azul curtida del Magallanes, recostado al tronco bajo la sombra de un árbol veía pasar el jolgorio.
Una joven de piel canela y cuerpo de escultura con atributos de Afrodita, se acercó, tomó unos lentes y le preguntó;
—Flaco, ¿qué valen estos?— mostraba un rictus afable.
Ante la cadera atrevida descubierta al sol y sonrisa menuda, siendo infiel a su principio de comerciante de que todo se vende, le respondió con obsecuencia;
— ¿Para ti?..., nada, muñeca.
Sus finas manos y uñas con una obra cinética que se tuteaba con las de Cruz Diez, se reflejaron en el broncíneo espejo del lente deseado. Lo tomó, se lo colocó con un ligero batir de su azabache melena y dijo;
—Gracias flaco, eres un amor.
Presumida, dio media vuelta y comenzó a perderse entre la multitud.
Perplejo, tomó su gran muestrario y emprendió la carrera tras aquel bluyín bajito, que mostraba las faldas del Monte de Venus que deseaba escalar. Su mirada seguía con atención el par de hoyuelos en la cadera que rítmicamente se perdía en la muchedumbre. La aglomeración le impedía alcanzarla, lograba en ocasiones descifrar su cabellera, o su blanca franela. Con dificultad se abría paso entre pancartas y gritos, “¡Y no, y no nos quitarán el derecho a protestar!”.
Permisos y disculpas, eran sus palabras, el gran ojo de mosca le impedía acelerar el paso.
—¡Coño no me empujes!— le gritó una señora tipo quincalla, ataviada con sombrero, franela, pulseras, emblemas, bandera tricolor y el cartel de rotundo NO! amarillo indignación.
Siguió en persecución de su fugitiva al mejor estilo de Sam Gerard, con la ansiedad y nerviosismo de un sabueso que persigue su presa. El muestrario de lentes sostenido en alto golpeó la cabeza de un moreno mal encarado, de brazos macizos y nudillos prominentes.
—¡Así No!— le dijo con voz imperativa — esta es una protesta pacífica pero si quieres aquí mismo te doy tu carajazo.
En el tumulto, miles de manos blancas se alzaban como si le solicitaran parar la persecución, anunciándole que todo estaba perdido. Ante el bosque de brazos insistía en el acecho de la chica que lo deslumbró y ni siquiera conocía su nombre.
—Deja la rozadera carajo, ques ta vaina no ej bolero, ni te lo va ja llevá pa tu casa, ¡abusador!. A cuenta ques toy sin marío va ja vení abusá— con furia de hipopótama recién parida le espetó la prieta.
Ante la solidaridad por parte de los asistentes para con la señora, no le quedó otra que sobarse y seguir camino con la mejilla solferina.
—¡No joda…, esa carajita está buenísima!, como sea tengo que hablarle — obsesionado decía en su interior mientras pasaba el dolor moral. El sol extraía las gotas de sudor que corrían por su frente. El vaho que emanaba de la muchedumbre impregnaba su pecho y espalda.
La perdió de vista, se desvaneció, creía verla en las cabelleras negras, en cada franela blanca.
—Si no hubiera sido por este poco de lentes la alcanzo, la oportunidad la pintan calva y la perdí— dijo para sí con rabia.
Los discursos barbullantes que emanaban de los altavoces le aturdían. Colocó el muestrario de lentes en el piso y para lograr mejor visual se subió con destreza felina en un poste de alumbrado para otear entre miles de cabezas, banderas, cartelones y pancartas. El esfuerzo resultó inútil. Al bajar, se percató que alguien con mayor interés por los lentes los había desaparecido, como la morena de caderas memorables. Hoy no era su día.
Concluida la concentración, se sentó en un banco a ver pasar a la multitud que se retiraba. Alelado, con la mirada perdida entre miles de papeles, botellas plásticas vacías que rodaban por el piso, piernas alegres que caminaban por el asfalto y aturdido ante la estridencia de los pitos, parlantes y gritos, no hacía más que pensar en los ojos glaucos y la tersa pelvis de gloria.
Ensimismado entre el cansancio y la decepción, en estado de lasitud sintió unos golpecitos en la espalda, volteó repentinamente y era ella, no supo que decir. La visión le hizo sentir algo extraño, una sensación similar a un triunfo olímpico en cien metros mariposa.
—Flaco, ¿ puedes cambiarme los lentes?, me hacen doler la cabeza.
Disimulando la torpeza cometida durante su búsqueda, le contestó.
—Heee... los vendí todos, pero si quieres mañana nos vemos en la concentración del gobierno por el Si y te los traigo.
A lo que respondió contundente
—¡NO!
Yorman sin perder momento, dijo.
—Entonces, me das tu número telefónico, te llamo y los llevo a tu casa.
Culminaba la tarde con un cielo arrebolado, Yorman escaldado prestó atención como una mano fuerte, varonil rodeaba con deleite la cintura de ensueño, mientras se alejaban entre brincos gritando; “¡Y no..., y no…, y no me da la gana que mi constitución se parezca a la cubana!”
(Un inciso)
La felicidad me embarga al escuchar esta madrugada (3 de diciembre) de boca de la autoridad electoral, mascullar la sentencia de la victoria del NO a la reforma de la constitución. Un triunfo el cual tiene como significado que la luz de la libertad en Venezuela no puede ser apagada por la tiranía. Hoy es un día tan importante como el de la independencia del país, los venezolanos hemos dado un paso trascendente en madurez política, un grito a la necesidad de la tolerancia y rechazo a la violencia de cualquier manera que se exprese. Hemos negado un proyecto que no pertenece a nuestra idiosincrasia, un proyecto de expansión política por los países de América con un modelo obsoleto y caduco.
Un ejemplo a seguir en Venezuela y todos los países que temen por sus libertades y derechos es el que han dado y siguen dando los estudiantes. Luego del cierre abusivo de la televisora nacional RCTV (mayo 2007) los estudiantes han sido vigorosa, entusista punta de lanza de la protesta ideológica del país. Es por eso que ver saltar, gritar y llorar de alegría a los jóvenes universitarios que no llegan a los 25 años por el logro de su lucha, realmente me llena de orgullo y lo más importante para mi, sentir que mi hijo, Francisco Javier con sus siete años y mis sobrinos, tienen la posibilidad de un futuro promisor en esta tierra de gracia.