A Luis y Olga, mis padres.
Sentados en el sofá, con la mirada huida sobre la fotografía, recuerdan como si fuera ayer el momento que sus labios jóvenes, convencidos, sin vacilación alguna se dijeran sí, esa afirmación que se pronuncia ante Dios y se tiene como testigos a los hombres. Doblaron las campanas y el tañido del bronce los cobijó en la iglesia de El Valle en Caracas. Así, desde la noche del 31 de mayo de 1958 unieron sus vidas en un solo compromiso, amarse.
Desde entonces sus vidas como sus manos permanecen enlazadas, juntas, aliadas, cómplices de de secretos, caricias, intimidades. Palma contra palma, dedos entre dedos, pulso sobre pulso.
Han pasado cinco décadas de un compromiso fundado en respeto, generosidad, alegría, optimismo, justicia, responsabilidad y lealtad. Una vida ejemplarizante llena de valores cosechados en el tiempo, en sus posteriores generaciones; tres hijos y cinco nietos

Hoy sus movimientos son pausados, los pensamientos miradas, las palabras llenan vacios. Sus sonrisas colgadas muestran la alegría del deber cumplido. Amalgamados en el crisol del amor, son un ejemplo, norte y guía de una aventura que se llama vivir.
Sentados en el sofá, un suspiro en blanco y negro resume toda una vida de colores.