
Loly caminaba cinco kilómetros para llegar a la escuela. Durante una semana dejó de asistir a clases, fui a su casa a ver que le sucedía. Llamé a la puerta, ella me abrió, me asombré al verla; su abdomen se posaba en el piso, caminaba con las manos y la cabeza me llegaba a la cintura. Lloraba, me dijo que le habían robado las piernas con los zapatos de charol y las medias blancas que su mamá le había regalado. Me dio tristeza su desconsuelo.
Una tarde jugábamos al fútbol en el patio de la escuela. El gordo Moncho ya no quería estar en el equipo. Mily, la basquetbolista, hacía la siesta en el jardín durante el receso. Con sigilo, mientras dormía, separé sus piernas del torso y se las llevé a Loly. Ahora es más alta que yo, y no me agrada. Mi cabeza llega hasta su cintura. Tendré que buscar unas piernas para mí. Por cierto, el gordo Moncho no hace otra cosa que jugar a saltar la cuerda y al avión, dando brincos en un pié. Se ha vuelto maricón, ahora usa medias blancas a la pantorrilla y zapatos de charol.