
Fue el último deseo de su abuela, quien en las horas finales con las manos venosas acariciaba los cabellos de su nieta. Los ojos jóvenes, almendrados, delineados en la albura de la piel, se ahogaban en su propia miel. Las lágrimas corrían por las mejillas, surcaban un camino de no retorno.
Entre misterios y letanías, la devoción presionaba las cuentas del rosario, recuerdo de su primera comunión. Rezaba con fe por un milagro que había dado vida y ahora alejara la muerte.
Con pausa y recato caminó hacia la ventana, la abrió. La brisa del atardecer con aroma a vendimia se filtró por la ventana. Manolo le hizo una seña, ella con un mohín lo ignoró. El sol azafrán prolongó la sombra de su menudo cuerpo hasta el lecho para abrazar tanto dolor.
-¿Lo harás el 12 de octubre?, fue el día que naciste, llevas su nombre- dijo la abuela con voz agónica.
-Si abuela, con la fuerza del espíritu y el amor a Cristo me concederé a las Misioneras de Nuestra Señora del Pilar.
El 12 de octubre, día de fiesta, el dorado altar purificado en una nube de plomizo incienso, recibía los destellos solferinos y añil reflejados por los vitrales. Entre flores la imagen esperaba a Pilar para cumplir su promesa.
En la puerta de la iglesia, una "Triumph" encabritada regurgitó del escape su irreverencia. Abrazada a la cintura de Manolo y pantalón ceñido a la cadera, no perdió el hábito; sin quitarse el casco se persignó. Sonó dos palmadas en la espalda de cuero negro y siguió rumbo a disfrutar con su compañero de un claro día de otoño.
Entre misterios y letanías, la devoción presionaba las cuentas del rosario, recuerdo de su primera comunión. Rezaba con fe por un milagro que había dado vida y ahora alejara la muerte.
Con pausa y recato caminó hacia la ventana, la abrió. La brisa del atardecer con aroma a vendimia se filtró por la ventana. Manolo le hizo una seña, ella con un mohín lo ignoró. El sol azafrán prolongó la sombra de su menudo cuerpo hasta el lecho para abrazar tanto dolor.
-¿Lo harás el 12 de octubre?, fue el día que naciste, llevas su nombre- dijo la abuela con voz agónica.
-Si abuela, con la fuerza del espíritu y el amor a Cristo me concederé a las Misioneras de Nuestra Señora del Pilar.
El 12 de octubre, día de fiesta, el dorado altar purificado en una nube de plomizo incienso, recibía los destellos solferinos y añil reflejados por los vitrales. Entre flores la imagen esperaba a Pilar para cumplir su promesa.
En la puerta de la iglesia, una "Triumph" encabritada regurgitó del escape su irreverencia. Abrazada a la cintura de Manolo y pantalón ceñido a la cadera, no perdió el hábito; sin quitarse el casco se persignó. Sonó dos palmadas en la espalda de cuero negro y siguió rumbo a disfrutar con su compañero de un claro día de otoño.